Panorama deprimente

De la serie: «Correo ordinario»

Asistí ayer por la tarde a un acto promovido por el CIDEM (una empresa pública adscrita a la Secretaria d’Indústria de la Generalitat), para tratar del tema de las bitácoras de empresa. Un acto del que, en condiciones normales, hubiera prescindido por previsible. Entiéndaseme bien: no es que considere que ya lo sé todo (muy al contrario, cada día me duelo más de mis carencias porque cada día me descubro algunas que desconocía), pero lo que sí sé muy bien es que en el mundo de la empresa catalana no se ha rebasado mucho la época en que don Antonio López se ganaba la vida con una agencia de viajes que trasladaba emigrantes de África a América, así que hablarle de blogs a ese gremio es como hablarle de mecánica cuántica a la Pantoja.

Pero hablaba Enrique Dans y sentí una gran curiosidad. A Enrique Dans lo he visto hablar un par de veces pero en ámbitos internáuticos, por así decirlo, y me apeteció escucharlo en su salsa más propia que es el ámbito empresarial, porque tenía interés en comprobar si usaba o no el mismo registro lingüístico, el mismo enfoque y la misma perspectiva que en los otros casos. Y sí, por cierto: básicamente -con muy pequeñas variaciones y con el desarrollo de la temática lógicamente adaptado al perfil del auditorio- el registro y el lenguaje son idénticos. Por lo demás, Enrique estuvo, como siempre, interesante y ameno, aunque en interés -desde luego, no tanto en amenidad- tuvo un competidor de altura en Fabián Gradolph, un ejecutivo de IBM, blogger él mismo, que nos mostró la blogosfera del gigante azul y la política de empresa al respecto. Toda una muestra, con sus posibles -y desde luego, pequeñas- matizaciones, de lo que es ver claro el mundo real… en el que está inmerso también, y cada vez con mayor visibilidad, el mundo virtual. Hubo otras dos intervenciones… bueno eso, de señores que intervinieron.

Cuando fui a saludar a Enrique, al final del acto, le pregunté si no tenía la impresión de que estaba predicando en desierto y me respondió que, desde su visión de Instituto de Empresa, en Madrid, percibía que en los últimos tiempos parecía que estaba dándose un cambio de mentalidad pero que, claro, comprendía que en Catalunya, con un índice tan alto de PYMEs la realidad fuera otra. Snif. Por eso decía ayer o anteayer que estoy preparando a mis hijas para que, de cara a su futuro profesional, sea cual sea la profesión que elijan, no tengan a Barcelona como única opción; habré de empezar cuanto antes la segunda fase y hacerles ver que, probablemente, Barcelona no vaya a ser ya ni siquiera la mejor opción. Chicas, esto se hunde: hay que largarse…

Y si el mundo de la empresa privada da pena, el de la administración pública es de la más negra depresión. En estos días, el boletín del ámbito administrativo y técnico del sector autonómico catalán de mi sindicato, CSI-CSIF, publica un artículo mío en el que hablo de ello. No descarto traducirlo al castellano y publicarlo en «El Incordio» porque da una idea de cómo se dilapida el dinero del ciudadano por falta de formación, de información y de planificación desde las cumbres. Resumiendo el artículo en pocas palabras, vengo a decir que si hace unos años nuestro problema en el ámbito digital o informático eran los medios materiales, tal problema ya no existe prácticamente en los ámbitos burocráticos de la Generalitat y, sin embargo, pese a disponer de unos medios con los que podríamos hacer verdaderas virguerías, sin mayores ni ulteriores inversiones, disponiendo como disponemos de una maquinaria suficientemente moderna y competitiva, seguimos trabajando como hace veinte años y utilizando recursos modernísimos con la mentalidad de entonces. No hay planificación, no hay doctrina, no hay nada. Las administraciones públicas están preparándose para el diálogo digital con el ciudadano y el funcionariado está ayuno en la metodología propia de la tecnología en este ámbito porque toda su formación ha consistido en cursillos de 20 horas (y casi nunca de calidad) de guor, exel, axes y pogüerpoin.

Y es que, además, en estos temas de las TIC hay que pelear contra unos elementos bastante duros, porque no solamente estamos ante un fenómeno de ignorancia fundamental, sino ante un problema generacional. A mis cincuenta y un años, me doy cuenta de que mi interés por estos temas (no oso, ni por asomo, hablar de mis conocimientos porque aún tengo sentido del ridículo) es excepcional e inaudito en la gente de mi quinta que no trabaje en empresas propiamente tecnológicas (y aún en ellas… a alguno se pilla con mucho vocabulario tecno y sin nada debajo de él). Soy una especie de náufrago que va por ahí como viviendo en un mundo ajeno (un perfecto alien, je, je), como un tío raro que siempre está diciendo cosas raras, un cachondo que siempre tiene un buen pretexto y una frase aguda para ciscarse en Micro$oft; y no digo esto como un drama personal, qué va, al contrario: es que me da la impresión de que mis coetáneos tienen como una especie de cáncer, de enfermedad terminal y no lo saben o, como es más frecuente en este tipo de enfermedades, no quieren saberlo. Prefieren aferrarse al mundo de siempre y no quieren ver que ese mundo ya se fue. Pues el problema es que esta generación, la mía, es la que ahora mismo está cortando el bacalao en la empresa, en la administración pública y en la política. Lo cual quiere decir que hasta que el liderazgo social perciba de dónde viene el viento, habrán de pasar aún diez años. Quizá quince. Salvo, claro está (y que no ocurra, por Dios), que la catástrofe se materialice de forma que no permita que se la ignore y venga a atizarnos a todos en las narices; lo que, por demás, tampoco es tan improbable. No es, desde luego, imposible.

Por eso -a no ser por valores añadidos, como una intervención de Enrique Dans- no suelo asistir a actos como el de ayer. Me acompañaba una compañera, una joven economista de treinta años que está ahora dándose cuenta de lo que digo en el párrafo anterior, y en algún momento expresó su desazón por lo mal que estaba el patio. Bueno, en realidad no sé de qué se queja: hay algunas posibilidades de que antes de que se jubile llegue a ver una administración pública verdaderamente del siglo XXI.

En mi caso, desde luego, no hay ninguna.

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Comentarios

  • Aiarakoa  El 25/11/2006 a las .

    Perdoneseme mi ignorancia de las cuestiones económico-empresariales; el caso es que leo esto:

    desde su visión de Instituto de Empresa, en Madrid, percibía que en los últimos tiempos parecía que estaba dándose un cambio de mentalidad pero que, claro, comprendía que en Catalunya, con un índice tan alto de PYMEs la realidad fuera otra

    esto … ¿donde está el fallo de tener un tupido tejido empresarial de PyMEs, en lugar de depender de 3-4 empresas de a miles de empleados la factoria?

  • Javier Cuchí  El 25/11/2006 a las .

    No es un problema de fallos -que también- sino de diferente morfología que tiene diferentes ventajas y diferentes inconvenientes.

    El problema con las PYMEs es que pequeñas empresas no pueden asumir grandes proyectos, pequeñas empresas, por más que sean, no pueden constituir un núcleo duro de poder que, en su propio interés, desde luego, presionen para el desarrollo de las infraestructuras del territorio en el que están ubicadas (compara las de Madrid con las de Barcelona). Otro problema de las PYMEs es que, en general, como colectivo, aún son más conservadoras que las grandes empresas (mira esas cifras sobre uso de los medios electrónicos por parte del pequeño comercio) y eso frena mucho el desarrollo de las TIC.

    Todo eso aparte, el acrónimo este raro, PYME, engloba como iguales cosas muy distintas: desde microempresas de uno, dos o a lo sumo, cinco trabajadores con facturaciones por debajo del medio millón de euros anuales hasta «medianas» empresas con una plantilla de cincuenta o sesenta empleados y facturaciones anuales de bastantes millones de euros. Obviamente, de éstas últimas hay poquísimas y las primeras son legión, lo que hace que haya poco capital para inversión tecnológica y que el poco que existe se despliegue de forma mucho más ineficiente (recursos individuales que muy bien podrían ser compartidos, menores oportunidades de rentabilidad financiera o ésta mucho más baja, como en los leasing, por ejemplo, etc.).

    Y finalmente, una tara específica de Catalunya y muy encabronante: el miedo a crecer, el pánico a salir del patio de casa que afecta al mundo de la empresa, pero también a la sociedad civil. Los catalanes nos hemos vuelto muy cagaos a la hora de cruzar el Ebro o los Pirineos. Y esto, por cierto, puede explicar muchas cosas que pasan aquí.