De la serie: Correo ordinario
Mi artículo de ayer recibió, como podéis ver, una respuesta bastante desabrida de Ricardo Galli, en un tono que me sorprendió porque parecía querer defenderse de una agresión que, en definitiva, no se había producido, llegando incluso a insinuar mala fe en mis argumentaciones. Todos podéis leer mi artículo y constatar que me limité, en lo que a él y a Dans se refiere, a expresar mi desacuerdo con sus opiniones para el concreto caso que nos ocupaba, que era el famoso anuncio de Twitter de borrar mensajes geolocalizadamente en función de un contenido eventualmente -es necesario recalcar lo de eventualmente– ilegal en el país en cuestión. Sin más. En fin…
Hoy he leído una intervención más sobre el asunto, la de Manuel Almeida en su blog Mangas Verdes, una intervención muy estudiada, muy reflexiva, con la cual estoy, en general, de acuerdo, si bien con algunos matices en los que no voy a entrar. Pero como análisis me parece muy válido. Y ese análisis me lleva a extenderme en algún aspecto que solamente insinué en mi réplica a Galli. En esa respuesta, venía a decir, ya para finalizar, que los ciudadanos estábamos un tanto vendidos en manos de empresas y que, a semejanza de los viejos -y no tan viejos- tiempos del software libre, nuestros instrumentos de comunicación deberían estar en manos de fundaciones o de ONG. Recordemos que, desde el mundo de la empresa, nadie le pudo plantar cara al monopolio del navegador de Micro$oft hasta que llegó la fundación Mozilla. Quizá en el caso de las redes sociales haya que seguir el mismo camino.
No, Twitter no es el demonio o, si lo es, lo es en la misma medida que Facebook, que Google o que Micro$oft, los cuales en su día ya cedieron al chantaje censor de regímenes dudosos… o, en algún caso, no tan oficialmente dudosos. El problema no está en esta o en aquella marca, sino en el hecho empresarial mismo.
Se suele decir que el dinero es cobarde y, bueno, quizá algo haya de ello, pero lo que sí es cierto (y ello justificaría la cobardía) es que el dinero es tremendamente volátil, que nada es para siempre y que hoy puede uno estar llenando cajones de billetes y mañana, quizá hasta sin saber por qué, puede acabarse de golpe y para siempre el flujo. Los gobiernos lo saben y cuando se enfrentan a una empresa no incardinada en un potente lobby aprietan las tuercas sin contemplaciones.
Sumemos a esto que las redes sociales se han mostrado, sobre todo durante este último año 2011, como un instrumento poderosísimo de comunicación ciudadana merced al cual se ha canalizado la acción que ha derribado algunos gobiernos, hecho tambalear a otros, poner contra las cuerdas a algunos más y meter muchísimo miedo a prácticamente todo el resto. No sorprende, pues, que todos aquellos gobiernos, incluso los teórica y oficialmente democráticos no atados por una constitución redactada cuando no podía preverse un fenómeno así, se hayan lanzado como lobos a morder fuerte el talón de Aquiles de estos medios: el dinero; si me fastidias, te bloqueo; y los demás, andan masturbándose las meninges a ver cómo pueden ponerle puertas a ese campo sin que sus jueces las derrumben. Y, obviamente, la respuesta de la práctica totalidad de estos medios ha sido transigir, tragar. Google y Micro$oft tragaron en China, donde hay un mercado enorme y prácticamente virgen, si bien Twitter dice que no, que no pasará por el aro en países como China aunque ello le cueste ese mercado (Manuel Almeida lo duda); Micro$oft y Facebook tragaron en Estados Unidos, pero no Google… totalmente.
Por tanto, por más que podamos comprender la actitud como empresas de quienes poseen esos recursos, lo cierto es que los ciudadanos, ahora que habíamos encontrado la vía de penetración idónea, no podemos renunciar a ellos, ni por intereses de empresa ni por nada. Sobre todo porque es la única vía que tenemos.
La única solución que se me ocurre es la apuntada: un proyecto de red social realizado por un colectivo sin ánimo de lucro organizado de la manera que resulte más eficiente. Está dicho pronto, claro. Primero, porque ese colectivo habría de serlo a un nivel global: ahí no sirve un proyecto puramente nacional, o de algún otro modo local, porque sería aplastado fácilmente incluso en su propio germen. Pero un proyecto a nivel global no surge o no se organiza así por las buenas. Segundo, porque se necesita una financiación y esa financiación vuelve a ser el punto débil: no puede fiarse a la publicidad, porque la publicidad la contratan empresas que, por propia naturaleza y por lo dicho antes, son presionables; no puede depender de un patrocinio por lo mismo: si te quieres cepillar el proyecto Mozilla, presiona a Google para que deje de apoyar a su Fundación. Incluso Wikipedia, que teóricamente recauda en plan limosnita cada año, goza de aportaciones corporativas de cierta consideración, lo que mantendría el modelo en el exacto precario que queremos evitar.
No sé cómo tendría que hacerse, la verdad, pero lo veo como una necesidad perentoria. El anuncio (y la intención) de Twitter es intrínsecamente grave, pero lo es muchísimo más como signo de debilidad, como constatación para los gobiernos que pinchando ahí duele y sale sangre. Es el primer paso (o el segundo, o el tercero) para neutralizar a las redes sociales. Y a medida que las redes sociales potencien la eficacia y la fuerza de movimientos ciudadanos al estilo de la primavera árabe o de neustro 15-M, la presión será más y más fuerte y se adherirán a ella más y más gobiernos. Las empresas que gobiernan las redes sociales deberían ser más conscientes, como dice Almeida, de que la libertad de expresión es su negocio y de que restringirla o permitir que sea restringida es restringir su negocio y su propia expansión, pero mucho me temo que esas empresas trabajan con la vista fija en el corto plazo. O quizá porque vivan en el convencimiento de que el flujo social intrascendente -el amontonamiento de tonterías que ha llevado a muchos de nosotros a abandonar Facebook- será suficiente para mantener el negocio en segmentos altos de beneficio. Puede que, en ese caso, no se equivoquen, pero si se equivocan, cuando se den cuenta del error, será tarde.
Para ellos y para nosotros.