Archivo mensual: octubre 2006

Peligro: cabrones sueltos

De la serie: «Pequeños bocaditos»

Es algo que viene sucediendo desde hace ya unos años, cuando Clos entregó Barcelona a sus amigos de las inmobiliarias y empezó los planes de dignificación de los barrios antiguos, dignificación consistente en echar a los habitantes de siempre -por las buenas o a las malas- para, a beneficio de los núñeces, de los metrotreses y demás tropa, llenar los viejos barrios, debidamente arrodillados (arrodillar [para el caso]: acción y efecto de pasar el rodillo y dejarlo todo tanquam tabula rasa), con gente chupiguay de la que paga muchísima pasta (preferiblemente negra, fraudulenta y no pocas veces narcotraficada) por un metro cuadrado, y no esa viejecita pringosa de pensión no contributiva que se creía, la tía, que podía estar ahí hasta morirse pagando ciento ochenta euros mensuales por cuarenta metros cuadrados de piso insalubre al lado de lo que va a ser la Filmoteca, no te jode…

Como muchas veces la simple presión comercial no es suficiente, hay que recurrir a la otra para que la viejecita de los cojones se largue de una puta vez. Y entonces es cuando se vende la casa a unos especialistas, unos mamporreros chuloputescos que se dedican a hacer la vida imposible al vecindario resistente, con la cómplice apatía del Ayuntamiento y demás autoridades… inmobiliarias, por supuesto.

Mientras nos creemos que la mierda se acumula en Marbella, aquí no hi ha un pam de net, como decimos en Catalunya. Como decimos los de a pie, claro, los perjudiciarios, los puteados por esa peña infame de la clase política que hay que ver la de virguerías que están prometiendo estos días; ya se sabe: prometer antes de meter; y después de haber metido, nada de lo prometido. El desenlace de la comedia, mañana a última hora.

Pero, mientras los políticos se disputan el banquete grasiento, la ciudadanía, obviamente, tiene problemas más importantes que estos. Problemas vitales, de pura supervivencia. Podemos ver una muestra aquí (en catalán).

Mientrastanto, algunos resistentes encuentran problemas por vía, también, del apropiacionismo intelectual (vaya, hombre). V de Vivienda publicó un vídeo en YouTube; era una simulación, una fantasía de cosas que podrían acontecer si la especulación inmobiliaria fuese delito; que no lo es, desgraciadamente. Pues parece que la Caixa (¡hombre! mira por dónde aparece el rey de Roma…) se ha quejado de su aparición en el vídeo y envió una nota siniestra a V de Vivienda y presionó a YouTube para que lo quitara. Lo que logró, en un primer momento. Pero la repercusión mediática de tal acto de censura (hay que ver, los de la obra social, cómo las gastan) ha hecho que el vídeo vuelva a subir. Aquí lo tenéis Y a ver lo que dura):

No perderse la conversación con la señora de la oficina municipal anti-mobbing, a la que no oso llamar «colega» porque igual es una empleada de empresa beneficiaria de outsourcing público (de una privatización y subsiguiente erosión de servicios públicos, vaya); a este paso, los funcionarios vamos a acabar siendo artículos de lujo por escasez de la especie…

Total, nada: un simple y breve apunte para la jornada de reflexión.

Estoy reflexionando

De la serie: «Pequeños bocaditos»

Sí, sí, sí… Voy a utilizar la jornada de reflexión a los precisos efectos para los que ha sido diseñada: ¡ooommmmmmmmmmmmmmmm!

A lo práctico: ¿con qué voto tocaría más los cojones a esa peña?

Cincuenta años de pus

De la serie: «Correo ordinario»

Recurrente, pero inevitable: hay que hablar del medio siglo de tele en España. Por más que no haya quien la mire actualmente (es un decir, aunque sí que parece que pierde a cada año que pasa algunas décimas porcentuales de espectadores habituales) negar su valor e influencia en la sociedad actual y en las dos últimas generaciones es propio de marcianos. Todavía leía estos días que la mitad de los españoles se informan exclusivamente por medio del televisor (y así nos luce el pelo, como acabo diciendo siempre) y sospecho que, desgraciadamente, es una proporción a prueba del cedazo de Josu Mezo. Eso si no se queda aún corta.

Yo, personalmente, creo ser un arquetipo del protociudadano televisado. El televisor entró en casa tan pronto llegó la señal a Barcelona (allá por 1958 o 1959, debió ser: no fue muy inmediatamente a provincias, y eso que la mía aún era de las privilegiadas); mis padres habían sido, de solteros, muy cinéfilos (cuando ir al cine era ir a cine, no a ver tal o cual película de tal o cual imbécil) y tuvieron que dejarlo correr, atados por unos hijos en aquel entonces muy pequeños (por entonces, lo del canguro aún no se estilaba). Eso de tener pantalla en casa y ver contenidos gratis fue algo que parecía un sueño. Mantienen aún hoy esa afición televisiva, pero es muy curioso (o no tanto, según se mire): la magia está en la gratuidad; así como se gastan un buen dinero -en relación a su condición de pensionistas de jubilación monoparental, puesto que mi madre siempre fue ama de casa- en un aparato de calidad y buenas prestaciones, creo que en su casa no entrará jamás una televisión con contenidos de pago. Probablemente, para ese viaje volverían a ir al cine pasando por taquilla (lo que les recomiendo muy calurosamente que no hagan jamás).

Quiero decir, con esta batallita de abuelo Cebolleta, que mi memoria es el mejor documental de historia de la televisión que tengo, muy por encima de todos los programas de revival con los que machacan a diario al personal desde hace unas semanas. Y esa memoria me dice que la televisión ha evolucionado poco en todos estos años. Por no decir nada. ¡Oh, si, por supuesto! Ha evolucionado muchísimo la tecnología de producción y un poco la de recepción (color, estéreo…) pero nada en absoluto la estructura de contenidos, que se ha mantenido inalterable con los años, con la aparición de las autonómicas, primero, y de las privadas después… Esto de las privadas fue mi mayor decepción, por cierto. Yo estaba ilusionadísimo con ellas, pero no para verlas (a pesar de que es poco elegante decirlo a toro pasado, yo ya preveía que nos iban a ofrecer la clase de mierda que nos ofrecen) sino porque pensaba que, ante el nuevo mapa, las televisiones públicas iban a buscar su espacio en los contenidos de calidad y no en una competencia puramente comercial; o sea, que TVE iba a optar por un modelo -lógicamente adaptado- parecido al de Radio Nacional. En fin: lo abultado de mi error es notorio.

Lo cutre y lo chabacano imperaron desde el primer momento con tanta fuerza como ahora, salvadas algunas limitaciones obligadas por la moralina en el poder, y la manipulación informativa -digan lo que quieran- fue exactamente la misma entonces que ahora. No se diferencian un solo milímetro. La información televisiva de entonces estaba al servicio del sistema, exactamente igual que ahora; la información televisiva de entonces estaba al servicio del partido -único- en el poder, exactamente igual que ahora, aunque cambiando el único por un falsamente consolador de turno. Ni siquiera las cadenas privadas han modificado este panorama desde ningún punto de vista.

De todo ello se deduce una simple y triste cosa: la historia de la televisión en España es la historia de un pedrusco, de una roca, cuya más importante característica es la de permanecer hoy en el mismo, exacto y preciso lugar que hace cincuenta años. Es muy sintomático que el fenómeno más importante de la historia reciente de la sociedad española constituya, a su vez, la historia de una inmovilidad y de un inmovilismo.

Por primera vez en este medio siglo -de una aridez social insufrible- se adivina una alternativa, una alternativa seria. Una convulsión tecnológica, la digital, hace pensar en un posible cambio en profundidad de la oferta televisiva. Por dos vías digitales.

Una, sobre la que no me hago demasiadas ilusiones porque, en realidad y aunque más amplio, se trata del mismo panorama regulado: la TDT, la televisión digital terrestre. Más de lo mismo: si ahora, en una ciudad como Barcelona, tenemos siete u ocho canales abarrotados de mierda (entre estatales, autonómicos y locales, sean públicos o privados), en breve tiempo tendremos cuatro, seis u ocho veces esta cantidad… sin siquiera un movimineto milimétrico en cuanto a calidad. La famosa interactividad de la TDT será sólo un instrumento para la participación de la masa del aliento a ajo y olor a pies en concursos denigrantes (como ahora con los SMS, sólo que más perfeccionado) que servirán para captar víctimas de un spam teledigital muy bien pagado (muy bien pagado a las cadenas, no a las víctimas; y ojo al parche y quedáos con la fecha, que esto ya no lo vaticino a toro pasado).

El segundo sendero digital es la red, hoy (veremos lo que dura) fuera de control y de licencia, libre y abierto (insisto: de momento; y dependiendo únicamente de la ciudadanía, o sea que mal vamos). Pronto vamos a tener el primer ejemplo cercano: «Libertad Digital TV» (no hay enlace, que yo sepa). No me hago ilusiones respecto de sus contenidos -serán igual de tóxicos que su periódico en red- pero, por lo menos, espero que sea tecnológicamente tan progresista como su funcionamiento en web. Y entendamos lo de tecnológico como un concepto social más que puramente técnico, en el sentido de que parecen haber captado bastante bien lo que es la red en su naturaleza y en su biología.

La web -y no la TDT- nos va a llevar a la verdaderamente nueva televisión: la televisión a requerimiento, on demand como dice la pijancia anglosajada, es decir, la que va a suponer que el espectador va a dejar de sentarse para ver qué echan sino a disponerse para conectar con lo que quiere ver, es decir previa una libre y unilateral meditación. Por no contar con las disponibilidades multiplataforma, si no las ahoga el puto y jodido apropiacionismo, como es más que probable. El relativo -o, incluso absoluto- bajo coste quizá no tanto de la producción (que también) aunque sí, sobre todo, de la emisión y de la distribución (que tiende a 0) y, por tanto, de la eficiencia del tráfico publicitario (sobre todo si hay sabiduría para basarlo en modelos nuevos) hace prever una oferta como la de la red: atractiva, cualitativa… e inacabable. Si, encima, hay inteligencia -y la habrá, por lo menos en muchos ámbitos- de poner bajo licencias copyleft los contenidos, esto será un paraíso para todos: también para los que quieren ganar -quizá mucho- dinero. Sin joder al personal en sus derechos. Ya hay sobrados ejemplos, no invento nada (y eso que queda mucho por inventar).

Hoy sólo puedo decir a mis hijas: «yo vi el principio de esto, y entonces era más o menos igual de mierda que ahora». Quizá, gracias a la red, pueda decir a mis nietos: «yo vi el principio de esto, pero nada que ver aquella porquería infame con este inmenso tesoro que tenéis ahora».

Ojalá. Pero seguro que los de siempre lo joderán. Ya lo veréis.

El libro, a palos

De la serie: «Correo ordinario»

El libro ha sido objeto esta semana de dos grandes putadas: una, la condena del tribunal de Justicia de la Unión Europera al Gobierno español por hacerse el sueco con el canon que la UE impuso a las bibliotecas públicas por préstamos de libros; otra, una nueva tronada de Dixie: imponer el precio único en los libros (supongo que título por título) de forma que se cierre el paso a los descuentos y a la competencia entre librerías.

Ambas cosas son graves. Muy graves.

La pimera, significa que los libros devengarán un canon (de 1 euro, creo que es) a los autores (es decir, en realidad, a las editoriales) cada vez que se presten en las bibliotecas públicas. Califico solamente de grave esta sentencia y no de catástrofe porque quiero imaginarme sus consecuencias en el mejor supuesto: de ese canon se hará cargo el Presupuesto; no quiero ni imaginar que haya de pagarlo directamente el usuario, porque esa sería la muerte de las bibliotecas públicas, precisamente en un momento en que están experimentando un auge -al menos, lo parece- con las nuevas propuestas de barrio nacidas en los municipios y las diputaciones provinciales y el estupendo trabajo de dinamización que están realizando las nuevas generaciones de profesionales bibliotecarios.

Con todo, estamos nuevamente ante una tremenda agresión del apropiacionismo, ante una manifestación de codicia desbocada y ante una cabronada de tamaño descomunal porque, aunque no lo notemos, todos pagaremos esta atrocidad. O sí lo notaremos: con congelaciones salariales de funcionarios, con menores incrementos o extensiones de prestaciones sociales, con la disminución de la calidad de los servicios públicos y de todo aquello que sea inherente a una nueva partida de gasto. Contrariamente, no sé por qué me huelo que las extendidísimas y cuantiosísimas subvenciones al sector editorial no van a disminuir en un solo céntimo. En dos palabras: un atraco.

La segunda también es tremenda y absolutamente alucinante, toda vez que si la primera es una imposición de la Unión Europea contra la que el Gobierno ha intentado resistir -bueno, más o menos- hasta el último momento, esta segunda nace del propio Gobierno y de esa señora absolutamente nefasta, ministra [que le dicen] de Cultura y que parece empeñada en cargársela a toda costa. En esencia, la cosa reside en cerrar la puerta a la competencia en materia de comercio librero impidiendo los descuentos, es decir, bloqueando un precio que la editorial marcaría (supongo que funcionará aproximadamente bajo esta mecánica). No sé cómo regulará esta cuestión para un sector como el libro de ocasión y me temo lo peor para la difusión de obras copyleft en formato material (o sea, libro).

Esta señora, además de una mala fe acojonante (porque tiene una mala fe tremenda, está claramente -y lo sabe, y persevera- al servicio de un sector anticultural, ella sabrá por qué y sabrá también qué beneficio se obtiene que, en todo caso, no será público), parece que conciba las ideas por el sitio de cagar. Pero, bueno… Una cosa -en el ámbito del comercio- es impedir el abuso de poder de las grandes superficies que tengan consecuencias en materia social. Cuando digo en materia social me refiero, por ejemplo, a limitarles la apertura en festivos, en lo que el pequeño comercio no puede competir porque no encuentra personal para trabajar en esos días (de hecho, ya tiene dificultades hasta por los sábados); y el asunto no está en proteger una modalidad de negocio sino en que, de permitirles horario y calendario libres a las grandes superficies, sus propios empleados no tendrían defensa alguna frente a la patronal de la gran empresa al haber sido eliminada la competencia de la PYME en el sector. Es decir -y esa sí que es admisible: por razones morales aunque no hubiera otras- la excepción social, puesto que con ella no se trata de defender a golfos perezosos vividores de la sopa boba y a especuladores sino a padres de familia y a jóvenes trabajadores. Pero ahí, en el interés social consagrado constitucionalmente, se terminan las excepciones al libre comercio y de la libre empresa que también es objeto de protección constitucional al mismo nivel, por cierto, que los derechos del consumidor.

No se nos oculte, además, el claro interés empresarial -que no de los autores- que se oculta -torpemente, por cierto- detrás de la medida de la ministresa de los cojones: los autores cobran (salvo escasísimas, ilustres y muy privlegiadas excepciones) por ejemplar vendido, no por recaudación. La medida que pretende Dixie no está, por tanto, orientada hacia el interés del autor sino hacia el interés del editor.

Espero que esté próxima, pues, la plataforma material que permita la lectura de libros digitales y espero, además, que merced a su popularidad se abarate a los pocos meses de su aparición en el mercado; ya me imagino que le atizarán el correspondiente canon y ya veremos qué hacemos entonces los usuarios -unos pocos, combatirlo, y la mayoría tragar y callar, como en todo; ya me lo sé de memoria- pero, en todo caso, empezaremos a derrumbar este mercado distorsionado, falso y fulleramente protegido que están construyendo, con singular entusiasmo, los sociatas y, en ellos, una señora que cada día parece más cercana al analfabetismo funcional y a la carencia total de vergüenza y de escrúpulos. Repito: ellos/ella sabrán en interés de quién.

De los ciudadanos y de los autores, no, desde luego.

PSOE, PSOE y PSOE

De la serie: «Los jueves, paella»

El PSOE ya tiene candidato para la alcaldía de Madrid. Bueno, yo diría más bien que lo que tiene es un kamikaze que se ha presentado voluntario para la incineración a lo bonzo. Me entran ahora diarreas de risa al recordar a Zap I El Anodino y a su Sancho Panza en versión «Vogue», la vicepresidentísima, pidiendo tranquilidad a las masas tras el fiasco de Bono y prometiéndoles por la gloria de Pablo Iglesias que al final habría un candidato competitivo, puesto ahí para ganar. Ahí va, la leche… El difunto don Pablo tiene un motivo adicional -en mi personal imaginario- para arrearles a sus -presuntos- descendientes políticos otra buena tanda de puntapiés en las posaderas.

Al señor este, Miguel Sebastián, lo conocen en su casa a la hora de comer y ese es muy mal rollo, el peor, para presentarse a unas elecciones. Se dirá que el barcelonés heredero Hereu tampoco era muy conocido más allá del cuerpo de guardia del Ayuntamiento y ahí lo tienes. Pero lo del Hereu se ha tramado con más finura y, además, tiene más ventajas de partida. Más finura porque no lo han hecho solamente candidato sino, además, alcalde; tiene unos meses para irse haciendo una famita. Unos meses en los que podrá adjudicar a propio mérito todo aquello que vaya bien (que nunca será mucho, según está la cosa) y clamar por la herencia cuando se produzca algún estropicio; hay que recordar que eso de la herencia, entre unas cosas y otras, viene siendo recurrente -y de éxito- desde hace más de treinta años. Pero la verdadera ventaja de Hereu está en los otros: la fidelidad asegurada de los de ERC y los de IU, a los que Clos tuvo la rara habilidad de poner a chupar del bote cuando aún no eran estrictamente necesarios (pero sí se veía venir que tarde o temprano lo iban a ser) y la deprimente mediocridad (por no usar términos más duros y, en definitiva, más apropiados) de los de CiU y del PP. Yo, es que creo que si solamente cogiera con dos dedos una papeleta de cualquiera esos dos, me saldría urticaria (lo malo es que con la de los de antes, también; pero por otras razones). Por tanto, para bien o para mal de los ciudadanos, Hereu lo tiene bastante guisadito.

A Miguel Sebastián le pasa todo lo contrario. A lo mejor es un señor brillante (lo dudo: es asesor de Zap) pero en los meses que faltan de aquí a la primavera no veo yo que pueda adjudicarse nada destacado por más que los asesores de imagen se masturben las meninges para vender ese picatoste desgarbado. Encima, el contrincante es de dos mil megatones: Ruiz Gallardón, uno de los valores más cotizados del PP (sector cabeza amueblada) y su nada improbable alternativa de futuro, calcinado ya para siempre el malogrado Rajoy, tan pronto el previsible revolcón electoral de las próximas generales obligue al sector racional del partido a poner a la perrera a ladrar en la COPE para ganarse las habichuelas o, en su defecto, se monte el follón interno que cabe esperar. Además, Gallardón cae simpático, en general, a los madrileños; es más: resulta casi más simpatico (o sin el casi) a mucha gente del PSOE que a los sectores caninos de su propio partido, que no disimulan la inquina que sienten hacia él. Pero sin él… Madrid podría perderse y eso para los pepes sería un palo insufrible. Y más sin el Gobierno central y con la Comunidad de Madrid nada amarrada. Perder las tres joyas de la corona de las Españas es inaceptable para cualquier partido que quiera seguir teniendo alguna oportunidad de salir de la oposición.

Madrid, Madrid, Madrid…
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Y cambio sin cambiar, como santa Teresa, que vivía sin vivir en ella…

Todos estos meneos en el PSOE me dan que pensar… Siempre he pensado, por ejemplo, que Zap tiene un cociente intelectual -y una formación ídem- más bien tirando a lamentable. No hay más que oirlo hablar: en una generación política que no destaca precisamente ni por su oratoria ni por su erudición, él llama la atención sobre todos los demás por su alto grado de esas carencias. Sus discursos -vacuos, balbuceantes…- no son sino un amontonamiento bastante triste de lugares comunes, de hablar sin decir nada. Y de falta de ideas, of course.

¿Cómo es, pues, posible que alguien así esté ahí? ¿Cómo es posible que un apparatchik, apenas válido, en condiciones normales de presión y temperatura, como asesor -o como comisario político- de un carguito medianejo haya llegado a la cumbre de la gobernación española? Pues yo nunca he creído en la casualidad, pero habré de rendirme a la evidencia: la historia de Zapatero ha sido un constante estar en el lugar oportuno en el momento exacto, pero no gracias a su habilidad sino a un pasar por allí en aquel momento, camino de ni se sabe. Así llegó a la Secretaría General del PSOE: tras la retirada de Felipe y los fiascos de Almunia y de Borrell, los barones se estaban peleando como gatos y el partido corría un serio peligro de explosión. Y allí estaba él. Si nos seguimos peleando, esto se hunde del todo; pongamos pues a uno que ni chicha ni limoná para que vaya gestionando el día a día mientras nosotros arreglamos nuestros asuntos en el sótano y… ¡hombre! ¡mira quién viene por ahí!

Sus primeras elecciones, las de 2004 hubieran debido ser, en el orden natural de las cosas, un varapalo. Quizá no muy fuerte, no sé, pero era una derrota cantada. Sin embargo jugó en su favor un factor crucial -la inmensa, antipática, insoportable e injustificada soberbia de José María Aznar- que se manifestó en dos ocasiones que tocaron el punto sensible de la ciudadanía: el desprecio olímpico e inaudito hacia un pueblo que le pidió masivamente el rechazo a la guerra de Irak y, por supuesto, a la intervención española, al que respondió con la foto de las Azores; la segunda, el colmo, el indisimulado entusiasmo con que la cúpula del PP acogió el atentado del 11-M viendo en él el regalo de una mayoría absoluta que tenían, hasta ese mismo día, más perdida que ganada (no así las elecciones, ojo) y su subsiguiente metedura de pata atribuyéndoselo a ETA, si bien no fue esto lo peor, puesto que la estupidez más grande, la dirimente, fue empecinarse con la autoría de ETA cuando estaba claro que había sido cosa de moros. Y allí estaba Zapatero, sin comerlo ni beberlo -yo creo que hasta le tuvieron que dar un codazo: venga, hombre, levántate, joder, que es la tuya- pero allí: en el punto exacto, en el momento preciso. Luego, la perrera, en su desesperación, aparte del empecinamiento ridículo sobre la trama etarra y todo el amasijo de toxinas y de mierda que está amontonando desde hace dos años y medio, ha llegado a insinuar incluso que el atentado fue cosa del PSOE; otro día hablaremos de eso, cuando tanto ladrido los reduzca a una oposición numéricamente más menguada aún que la actual. Pero en aquel momento, el PP mete el remo hasta las orejas y allí estaba él.

Desde entonces, ya ni la suerte le ha hecho falta a Zap: ya está, de forma permanente, en el lugar preciso y en todo momento, mientras los que fácilmente podrían darle un baldeo se dedican a aullar y también a pelearse como gatos (quizá como perros, en este caso). Se les nota menos que a los barones del PSOE, pero así están también las cosas en la casa de la derecha. Si Zap no mete la pata escandalosamente, como hizo su antecesor (y ojo con la negociación con ETA, que por ahí le puede venir la cosa al menor tropezón) o el PP no rectifica, no da un giro de 180º a su forma de hacer -llamémosle- política, sépase: Zap ya está, con larga anticipación, colocado en el momento exacto y ahí seguirá -porque de ahí no se mueve- en el momento oportuno.

¿Qué será del PSOE si hay Zap hasta el 2011? No lo sé. El PSOE no me preocupa lo más mínimo. Si ese fuera todo el problema, me sentaría en una mecedora con un vasito del amigo Jack en la mano y me dispondría a disfrutar del espectáculo (que va a ser prestoso). Pero el problema no es el PSOE, que lo zurzan, el problema es que en ese carro vamos también todos los españoles, con nuestro trabajo, nuestras casas, nuestros hijos y nuestro futuro. Futuro cada vez más negro porque el de nuestros hijos, al paso que vamos, no parece pasar por casas, ni por trabajo, ni por hijos… ni por futuro.

Apañados estamos.
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¡Ah, collons! Lo que son las lenguas ¿eh? Si se habla de realitat nacional, así, en catalán, se pone el gremio del toro coñaquero hecho una fiera, se rasga las vestiduras clamando por la inminente ruptura de la unidad de España e impetrando la intervención divina y, así como de paso, casi la de la Legión, para que corrijan ambos, a estacazos si es posible, el desaguisado constitutivo de tan alta traición, de tamaño despropósito histórico y de tal aberración política, económica y social.

Pero si se habla de realidá nasioná, ele la grasia, entonces el PP se da besos a tornillo con el PSOE y todos juntos y en unión bailan por sevillanas y por soleares mientras el toro etílico sigue pastando tranquilamente en dehesas imperiales, matando pausadamente moscas con el rabo y sin alterarse para nada. Uno mira al otro lado del zoológico, o sea, a la perrera, y tampoco acusa recibo, que nada, que tranquilos, que en otro lado ya dicen que España es una y no cincuenta y una y que viva la Constitución y la Blanca Paloma.

Pese a llevar más de cincuenta y un años en este lamentable país, no salgo de mi asombro cada vez que compruebo palpablemente lo vigente que está la ley del embudo, oye, que pasan generaciones y pasan siglos y no se olvida. Como la negociación con ETA: toda la perrera poniendo a parir a Zap que -como siempre- habla mucho pero sin decir nada, y mientras tanto, los presos etarras siguen encerrados y lejos; aparte, los jueces siguen procesando y condenando a etarras y batasunos un día sí y al otro también. Pese a todo, Zap es un traidor a la patria, a las víctimas y a no sé qué más. La perrera -y las víctimas, que ya parecen las tías aquellas de la Plaza de Mayo- parecen sufrir un ataque de amnesia aguda y no recuerdan que Aznar negoció con -en propias palabras- el Frente de Liberación Nacional Vasco (hay que joderse, oirle eso a un presidente del Gobierno español) y sí acercó etarras a prisiones del País Vasco.

Alucino por un tubo, de verdad…
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Bueno, pues nada, jueves preelectoral, a la espera de ver qué pasa aquí, que, sea lo que sea, no será nada bueno, ya lo veréis.

Próximo jueves, 2 de noviembre, día de Difuntos, festividad y ambiente adecuados para comentar las resultas de los comicios del día anterior (y de los bebicios de la noche precedente, la de la tradicionalísima castañada, me cago en halloween y en la puta madre de quien lo inventó), o sea que aquí estaremos para echar los correspondientes -y prácticamente seguros- sapos y culebras… o cagados de pánico ante lo que se nos viene encima como -también- parece previsible.

Como decía la asistenta de Rigoberto Picaporte: «Que no le pase ná, señorito».