Archivo mensual: agosto 2011

20 años después

De la serie: Correo ordinario

El 25 de agosto de 1991, un joven ingeniero en computación finlandés, decidió anunciar que estaba trabajando en un pequeño proyecto. Para ello, Linus Torvalds, de 21 años, dejó el siguiente mensaje en un grupo de noticias de Usenet:

Hola todos ahí afuera que usan minix –

Estoy haciendo un sistema operativo (gratuito – es sólo un hobby, no será grande ni profesional como gnu) para clones AT 386(486). Esto ha estado preparándose desde abril, y ahora ya está casi listo. Me gustaría recibir algo de feedback sobre lo que les gusta/disgusta en minix, porque mi OS se parece un poco (el mismo layout físico en el sistema de archivos (por razones prácticas) entre otras cosas).

Ahora ya porté bash(1.08) y gcc(1.40), y las cosas parecen funcionar. Esto implica que entraré en terreno práctico en unos pocos meses, y me gustaría saber qué características le gustarían a la mayoría de la gente. Cualquier sugerencia es bienvenida, pero no voy a prometer que las implementaré 🙂

Linus

Esta primera versión de Linux (0.01) no salió hasta septiembre de 1991, sin embargo, se considera al mensaje del 25 de agosto como uno de los momentos clave en su historia. El OS de Torvalds era simplemente un hobby – y no llegó a OS, sino al kernel, del que se derivaron cientos de opciones. Él no pensaba convertirse en un famoso y que su creación fuera utilizada en todo el mundo – aunque así ha ocurrido.

Tomado de FayerWayer

¡¡En lucha, camaradas!!

De la serie: No, si ya…

Me parece perfecta, estupenda, magnífica, la convocatoria de huelga de los futbolistas profesionales, justamente indignados por los sueldos pendientes que la patronal se niega bárbara y mafiosamente a abonarles como es de justicia.

Reciban mi testimonio de fiera e incondicional solidaridad y un abrazo obrero y fraternal, y todo mi aliento para que sigan con esta reivindicación de manera indefinida e, incluso, perpetua, prolongándola si menester fuere un par de meses más allá del pago como justo castigo y penitencia a los capitalistas privilegiados que se mofan y befan de los derechos de los trabajadores. Todo el rigor contra la opresión patronal: extiéndase la huelga a la Champions y a la Copa del monarca. Y no ceder hasta que los explotadores paguen el principal, los intereses de demora, las costas, los gastos y suplidos, los daños y perjuicios, las dietas y todo cuanto sea necesario calculado con largueza, con suficiencia e, incluso, con sobrancia. 😉

¡Camaradas! ¡Compañeros!
¡A la huelga!
¡Ni un paso atrás!
¡Movilizaos por el pan de vuestros hijos!
¡Por la justicia social!
¡Por el justo salario!
¡Huelga indefinida!
¡Huelga perpetua!
¡Huelga general!
¡Huelga, coño!

Avalaré a [casi] todos

De la serie: Anuncios y varios

Acabo de avalar al Partit Pirata de Catalunya, es decir, de manifestar mi compromiso de hacer el papeleo correspondiente para que puedan alcanzar ese porcentaje ominoso y tabernario que PPSOE-CiU-PNV exigen para, simplemente, poder concurrir a unos comicios. La reoca de la democracia, no te jode…

Y aprovecho para hacer saber a quien pueda interesar que, a poco que me den unas razonables facilidades para hacerlo, avalaré a cualquier formación política que me lo pida. A cualquiera. No preguntaré ni quiénes son, ni de dónde vienen, ni qué pretenden (con la única excepción de los pro-$GAE y similares: a esos, ni agua). A todos los demás -y una vez comprobado este extremo-, a ojos cerrados.

Razón, aquí.

Actualización – Me comentan que cada ciudadano sólo puede avalar a un único partido. Si es así, bien, Pirata cuenta con mi aval puesto que lo he apalabrado (aparte de que seguramente hubiera sido igualmente mi formación preferida para ello), pero eso refrenda todo lo malo que decimos de los partidos del régimen: son un hatajo de cerdos

¡¡¡¡¡ #nolesvotes, coño !!!!!

Día de negros presagios

De la serie: Pequeños bocaditos

Me estoy empezando a preocupar y a preocupar de verdad.

No entiendo mucho de economía -por no decir nada- pero, tal como veo que van las cosas, estoy cazando moscas. Y cuando hablo de preocupación no me refiero ya a mosquearme por si me van a volver a bajar el sueldo -que sí, que me lo van a volver a bajar- o a preguntarme si, al final, voy a acabar teniendo algo que pueda llamarse jubilación con cierta propiedad. No, no. Cuando hablo de preocupación hablo del recuerdo del crack del 29 -puramente histórico, en mi caso: obviamente, no lo viví- y de lo que trajo a continuación, apenas diez años después: porque la segunda guerra mundial no sólo fue la consecuencia de una primera cerrada en falso, sino también la de una crisis social de dimensiones mundiales, global.

No pretendo decir que el proceso histórico vaya a ser idéntico, calcado. No: probablemente será distinto, peculiar, con características propias. Pero cada día tengo más claro que, si no escampa, y pronto, la que está cayendo, vamos a algo más que una crisis, a muchísimo más que una crisis.

El pasado fin de semana, la deuda norteamericana; ayer, ya vi chiribitas sobre fondo negro al leer que la deuda francesa también está comprometida y que el Bruni regresa precipitadamente de sus vacaciones; todo ello en un ambiente de recesión. ¿Resulta propio de ignorantes o de alarmistas pensar que las barbas alemanas ya deberían ser puestas a remojo, si es que no lo están ya? Y si la propia deuda alemana se ve comprometida… ¿qué pasará entonces? ¿Cómo van a reaccionar los alemanes?

Pues eso: en mi supina ignorancia economística, estoy que no me llega la camisa al cuerpo.

Yo no sé cómo hemos llegado a esta situación. O, mejor dicho, sí que lo sé, hasta ahí llego, porque para llegar no hace falta ser economista.

Cuando cayó el imperio soviético, el capitalismo se subió a una moto de la que no supimos apearle. El estado del bienestar era el soborno con el que nos mantenían fieles al libre mercado: nadábamos en bienes de consumo, en opulencia (a costa, por cierto, de la ruina, la miseria y el desastre de varios pueblos, pero como eran -son- negros y amarillos, nos resultaba -nos resulta, aún- fácil mirar hacia otro lado) y nos la contrastaban cuidadosa y diariamente con la precariedad que se vivía en el paraíso del proletariado. Así, el mensaje de la eficiencia capitalista frente a la ineficiencia marxista-leninista (cierto, en el último caso) caló hondo y pasó a adquirir la categoría de axioma. Liquidada la competencia, al capitalismo ya no le hizo falta el señuelo: desde los últimos años ochenta, el mundo occidental empezó, de forma inicialmente lenta pero uniformemente acelerada, un retroceso en los derechos laborales e incluso en los cívicos de los ciudadanos occidentales, que nos ha llevado hasta la situación actual.

Privados de referencias -la soviética lo era, aunque, con la anestesia que llevábamos encima, no lo sabíamos- y previa y ya muy anteriormente castrado nuestro sistema nervioso reivindicativo, los trabajadores -todos los trabajadores: desde los gilipollas del Audi hasta los parias del Corsa de sexta mano- hemos sido sistemáticamente apiolados y nuestras jóvenes generaciones han sido lobotomizadas por un sistema educativo que cometimos el error de pensar que era, simplemente, estúpido y analfabeto, cuando la realidad es que había sido cuidadosamente diseñado para generar ciudadanos -si así puede llamárseles- de pensamiento lineal y acrítico.

Ahora, tarde y a toro pasado, constatamos que Huxley, Bradbury y Orwell no hacían ciencia-ficción (o historia-ficción) sino que nos describieron el futuro, nuestro presente, con mucha precisión, utilizando metáforas muy claras que, en algún caso, han resultado incluso materialmente reales.

Ahora tenemos un mundo en el que los políticos son unos perfectos mierdas, unos monos cagones encadenados a un comedero, y los ciudadanos una masa amorfa, desorientada, desarmada y completamente neutralizada. Un mundo totalmente controlado por corporaciones privadas que cada vez disimulan menos su carácter de centro emisor real, omnímodo e incontestable de las decisiones que afectan -que, de hecho, esclavizan y explotan, en diversos grados- a casi siete mil millones de seres humanos.

Ya casi no me queda ni siquiera la esperanza de que un día, si el huracán de la hecatombe no se me ha llevado por delante, pueda ir a mearme sobre la tumba de Milton Friedman.

Santa Pasta bendita

De la serie: Esto es lo que hay

Hace pocos días hablé de pasada del coste de la visita del Papa a Madrid, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (de la juventud católica, claro), de esa juventud católica tan propensa al happening y al Papa show pero tan poco dada, según todas las evidencias -al menos aquí, en España-, al asuntillo este de ir a misa los domingos. Pero, bueno, eso a mí ni me va ni me viene, lo digo como una simple, aunque sorprendente, constatación: cuando el señor este toca el pito, tropecientos mil josefinas y josefinos (Pérez-Reverte dixit) acuden prestos, guitarra en ristre, a cantar laudes y maitines, o lo que sea; pero parece -por otro simple ejemplo- que a la cosa de ser curas (y monjas) se apuntan más bien poquitos y el letrero de «Falta personal» cada día es más grande y con los caracteres más fosforescentes.

Este comentario -ya digo, de pasada- suscitó otro de un cordial y ancestral adversario, digamos que ideológico -aunque no estoy nada convencido de que la expresión sea exacta, al menos en su amplio sentido-, respecto de la concreción presupuestaria del asunto, que yo repliqué diciendo que la ingeniería presupuestaria es difícil de desentrañar, y más cuando se utilizan técnicas, llamémosles, stealth, que entonces no hay Dios padre que saque el agua clara. Con lo que se lleva el asunto al aspecto comparativo al que supongo me llevará el hilo argumental de este post o, si no, seguro que de un modo u otro acabará saliendo en los comentarios, si es que en el marasmo agostino llega a haber comentarios.

Según todas las fuentes, propias y extrañas, eclécticas y adversarias, parece que el coste propio de la visita del líder católico va a andar entre los 47 y los 50 millones de euros. Por propio se entiende el conjunto de conceptos que van a tener que ser pagados a tocateja por la propia organización. Este importe va a ser sufragado -dicen las fuentes cercanas a la organización- por los propios peregrinos y por una serie de patrocinadores, entre los que destacan benefactores de la Humanidad tales como el Grupo Prisa, Sogecable, Intereconomía, Vocento, Unidad Editorial, Iberia, FCC, Acciona, Abengoa, Telefónica o el Grupo Santander. Guau.

Pero, claro, aquí no se acaba el asunto, hay más gastos, se estima que por una cantidad similar a la de los propios. Desde luego, la estimación es difícil porque se trata de costes, como si dijésemos, en especie, y que van a ser autorizados por Gallardón, por la Espe y por Zap, es decir, que vamos a tener que aforar todos los españoles, sea cual sea nuestro credo o falta del mismo, sexo, profesión, estado civil, orientación sexual o situación militar. Más los madrileños que los catalanes (que ya corrimos con nuestra cuota de impuesto revolucionario eclesiástico el pasado noviembre) o que los extremeños, pero todos, en una medida y proporción o en otra.

El importe de estos gastos en su precisa exactitud es imposible de conocer, porque el simple análisis presupuestario, es decir, la humorada de coger los presupuestos correspondientes (Ayuntamiento de Madrid, Comunidad Autónoma de Madrid o Generales del estado) y buscar con un farol las partidas y/o proporción de las mismas que se atribuyen al evento es tarea física, aritmética y humanamente imposible.

Las administraciones públicas utilizan de puertas adentro -no se divulgan nunca, supongo que porque nadie lo pide, je, je, je- los llamados presupuestos por programas de actuación. Suelen emplearse generalmente para las obras públicas, sobre todo para aquellas en las que hay que estar al tanto del estado real de la inversión correspondiente para que, una vez gastada la proporción establecida en el programa europeo correspondiente, según se constata en este presupuesto por programas, pueda solicitarse a la Unión Europea, a título de adelanto a cuenta, el porcentaje correspondiente del importe cofinanciado por la Unión. Un presupuesto por programas consiste en atribuir a una partida de inversión, la parte alícuota de otros capítulos presupuestarios constitutivos de lo que podríamos llamar gastos generales. Es decir, se establece, que una inversión de 12 millones en la construcción de un tramo de carretera (Capítulo VI – Inversiones reales), no es todo el coste de ese tramo, porque a esos 12 millones, habrá que sumar la proporción correspondiente de otros capítulos presupuestarios como, por ejemplo, los gastos de personal (Capítulo I), los gastos corrientes (Capítulo II) o los intereses de la deuda con la que se ha financiado la obra (Capítulo XI), entre otros muchos conceptos y capítulos afectados; atribuir correctamente estas proporciones a cada actuación es un verdadero arte, un encaje de bolillos de mucho cuidado, que genera horas y horas de discusiones y debates entre los técnicos presupuestarios a los que les ha tocado el gordo de la cuestión. Hecho lo cual, se sabe -o se cree saber- cuál es el importe financieramente real de la obra o la actuación (que, en su caso, va a determinar, a su vez, el importe de la cofinanciación europea y su régimen de adelantos a cuenta).

En una tira cómica de Mafalda, ésta hallaba la agenda de Manolito (el comerciante) que éste había extraviado y que contenía sus apuntes tácticos. Y en ella se podía leer (cito de memoria): «Cuando un cliente me compra un artículo, está adquiriendo verdaderamente dos: uno, el que él cree que está comprando y, otro, el que yo realmente le estoy vendiendo». Pues bien: ahora sabéis, hijos míos, a través de qué mecanismo puede decirse exactamente lo mismo de los presupuestos públicos que nuestros diputados nos meten por el ojete cada año mientras nosotros pensamos en las musarañas.

Alguien habrá hecho, en el Ayuntamiento de Madrid, en la Comunidad de Madrid y en la Administración General del Estado -cada cual en su ámbito competencial y de cara a su propio presupuesto- algo parecido a un presupuesto de programa para la visita de don Benito (y le habrá llamado como habrá querido, eso no tiene importancia). ¿Quién lo ha hecho y dónde está? ¡Ah! Misterio. Gaspar Llamazares pidió el correspondiente al Estado en sede parlamentaria a finales del año pasado y aún está esperando -supongo que sentado- a que se lo den.

Y gracias a eso, los papistas pueden ir pregonando por ahí sus fantasías eróticas de autofinanciación (¡y hasta de beneficios!) sin que pueda desmentírseles con papeles claros e irrefutables, toda vez que no hacen públicos. Claro que ellos tampoco serán capaces de ofrecer una sola prueba de sus números, de sus cómputos y de sus afirmaciones. Y menos aún de sus rentabilidades (del 200 por 100, nada menos). También -supuestas, aunque en absoluto admitidas, esas rentabilidades apropiadamente calificables de divinas– las distribuyen ubérrima (y falsariamente) entre todos los españoles, y nunca dirán quiénes serán, llegado el caso, los verdaderamente beneficiarios de tanta rentabilidad.

No obstante, pueden hacerse estimaciones… instintivas… es decir, sin cuantificación concreta y que cada cual las valore como mejor le parezca, de lo que va a ser el gasto público en el asunto. Así ahorramos discusiones por cuestiones de tantosporciento en más o en menos. Simplemente, se verá que es una pasta enorme y punto.

1. Seguridad y limpieza
2. Cesión de espacios públicos: la sede del ayuntamiento, el aeródromo de Cuatro Vientos, el Palacio de Congresos o el Palacio de los Deportes; y veo en Público (la fuente de donde obtengo esta relación de espacios) otro uso privativo del paseo de Recoletos y de la plaza de la Cibeles que ignoro para qué serán.
3. Descuentos especiales en el transporte público para los asistentes
4. Ojo a esta, que es gorda: como el Gobierno ha tenido a bien declarar la farra en cuestión como acontecimiento de especial interés público (???), las benéficas empresas antes citadas tendrán una deducción fiscal de entre el 45% y el 90% de lo aportado. O sea que este dinero, a fin de cuentas, también lo ponemos todos los españolitos.
5. Cesión de los institutos públicos de la Comunidad como lugar de residencia para los asistentes a estas jornadas, ocasionando gastos (personal, electricidad, agua, instalación de duchas, desperfectos,…). Sobre esto de los institutos, además, hay que señalar que el personal de servicios que va a atenderlos ha sido obligado a ello, impidiéndoseles tomar vacaciones en estas fechas (justo cuando, en condiciones normales, están encima obligados a tomarlas dentro de las mismas). La auténtica ley del embudo.

Y aún cabría hablar de otros ítems como el despliegue extraordinario de radios y televisiones públicas (además, redundante: RTVE, Tele Madrid…).

Una vergüenza. No, mejor dicho: una total y absoluta desvergüenza.

Ahora viene aquel argumento tan sobado y tan divertido de que la seguridad se establece para toda visita de Jefe de Estado o que la movida de espacios públicos es la misma que cuando los calzoncilleros ganan la liga o la copa.

Para empezar, digamos que cuando vienen por aquí frau Merkel o monsieur Bruni sí que se monta un dispositivo de seguridad importante, pero nada que ver con la movida que se lía cuando viene el pontífice católico. Y, además, el Papa no viene como tal jefe de Estado sino que, por muy multitudinaria que vaya a ser, lo hace en visita privada.

Y en cuanto a lo del calzoncillo, es verdad que las movidas son impresionantes y, desde luego, exageradas (que conste que también me quejo de ellas -y por las mismas razones- cuando se producen), pero, en primer lugar, la concesión absolutamente intolerable a unos intereses particulares -por más multitudinarios que sean- no justifica la concesión, igualmente intolerable, a otros intereses particulares, por más que también sean multitudinarios; y, en segundo lugar, las farras futboleras no suponen ni descuentos en el billete del transporte público, ni ocupación de espacios públicos más allá del que se utiliza para el desfile triunfal de calzoncilleros, ni beneficios fiscales a los paganos. En todo caso, además, la movida calzoncillera dura, a lo sumo, una tarde y parte de una noche: el rollo católico este son no sé cuántos días, me parece que desde el 16 que empezarán a llegar peregrinos, hasta el 21 que se irán marchando los últimos.

Total, que estamos en lo de siempre: aguantar y pagar. Los católicos son muy libres de celebrar lo que quieran con quien quieran y con cuanta gente les venga en gana, pero sin que los demás ciudadanos tengamos que aguantar el número a la trágala y menos aún corriendo con el gasto: para acoger multitudes hay campos de fútbol, estadios más o menos olímpicos y diversos espacios rurales que incluso se han utilizado para conciertos rock; habilitar zonas de acampada fuera y lejos de la ciudad con unas razonables garantías higiénicas y medioambientales tampoco es difícil y se ha hecho otras veces. Colapsar una ciudad durante varios días es molesto -cuando no insufrible- para sus ciudadanos e intolerablemente costoso para el erario público.

Es especialmente irritante, además, la discriminación que supone este número papista: otras manifestaciones de entornos políticos, culturales o religiosos distintos, no sólo no obtienen apoyo público alguno sino que incluso son víctimas de trabas y de dificultades políticas y administrativas, cuando no de envío, sin más, de antidisturbios y de aporreo brutal y gratuito. Aparte de que lo de la aconfesionalidad del Estado queda, a juego con todo el resto de esta Constitución putrefacta, como un cagallón. Después, hay que ver la que les arman a unos que sólo quieren poner un anuncio en un par de autobuses; porque los católicos estos, a hacer lo que les da la gana se apuntan rápido, pero hay que ver lo fina que tienen la piel cuando otros piden -pagando ellos de su bolsillo- una décima parte de lo que a los católicos les regalan (a cargo del patrimonio público y del bolsillo de todos) y ya ni siquiera en lo crematístico sino, simplemente, en libertad de expresión.

En fin que hay que tragar, quiérase o no. Siendo, por tanto, inevitable, sólo cabe, como dije el otro día, desear que el tío este venga, diga su misa o lo que sea y que se largue cuanto antes mejor. Y que tarde en volver o que vuelva pagando él.

O, mejor: que no vuelva.