De la serie: Los jueves, paella
El otro día era noticia que la comisión del Pacto de Toledo estaba estudiando la posibilidad de que los hijos computen, a razón de un número de años todavía por determinar por cada uno, para el cálculo de la pensión, con la idea puesta, sobre todo en mujeres que al casarse dejaron de trabajar y no han cotizado los años suficientes como para tener derecho a una jubilación.
No tengo bastantes manos para aplaudir esta medida, que es de entera justicia. Por muchas razones. Una de ellas, por ejemplo, es que los padres hacemos grandes sacrificios -económicos y personales- para levantar unos hijos que luego garantizarán las pensiones de otros (siempre he pensado que negarse a tener hijos al simple fin de vivir económicamente mejor tiene un algo de insolidario) y eso se nos tiene más bien poco en cuenta (en este país no hay políticas de familia, como tampoco las hay de juventud: las políticas sociales -en este sentido de la palabra social– no pasan de los viajes del IMSERSO, diseñados para subvencionar indirectamente al sector turístico, porque a esos mierdas de políticos los mayores les importan tres cojones, más allá del posible saco de votos. Pero hay otra de aún mayor importancia: paliar -y sólo parcialmente- la tremenda injusticia que se ha cometido -y se sigue cometiendo y se va a seguir cometiendo- con muchísimas mujeres que han trabajado como burras, tanto o más que sus maridos, sin ningún tipo de salario, sin otra asistencia o seguridad social que la que cuelga de su marido y, en todo caso, sin ver reconocido su esfuerzo y su aportación como algo útil, necesario e imprescindible no sólo para su familia sino para la entera sociedad. Injusticia tanto más grave en cuanto la mayor parte de los que pasamos de los 40 tenemos un más que evidente ejemplo en nuestras propias madres; no estamos hablando, precisamente, de la vecina de enfrente o de un habitante del planeta Marte.
Esta medida es, como digo de justicia, pero eso no debe distraernos del hecho de que en ese ámbito queda aún mucha justicia por hacer. El ama de casa, nuestra entrañable maruja ha sido siempre tratada a patadas; desde luego, fuera de su hogar, pero muchas veces, desgraciadamente, dentro mismo de casa. Y no hablo de agresiones domésticas ad usum, ni de tortura moral infligida a posta, sino del inmenso desprecio que supone el simple no hacer aprecio a su trabajo. Los que andamos visitando al endocrino tres o cuatro veces por año sabemos lo caro que nos ha costado no tener maruja en casa y sabemos lo que nos cuesta desarrollar un correcto plan de alimentación con los horarios de trabajo de hoy en día y sin un ama de casa que nos tenga una correcta y equilibrada comida en la mesa puesta a disposición a una hora decente. El signo de los tiempos, de acuerdo, pero todas los tiempos nuevos suelen generar grandes cambios [tenidos por] positivos y pequeñas contrapartidas negativas (cuando es al revés, estamos ante el anuncio de una convulsión histórica prácticamente segura, aunque quizá a plazo incierto) y esta del ama de casa forma parte, a mi modo de ver, del aspecto negativo.
Porque otra de las injusticias, en este caso de tipo conceptual, ha sido clasificar al ama de casa como una simple estúpida que friega suelos porque no sirve para otra cosa. Y esa es, si cabe, la peor de las animaladas que se ha cometido con estas mujeres. En primer lugar, muchas lo han sido o bien vocacionales o bien gustosas. Hay un cierto feminismo de mercadillo de saldos que ha establecido como axiomático que la mujer sólo puede realizarse como persona fuera del hogar y, consecuentemente, que el ama de casa, es necesariamente un ser alienado. Es cierto que hay casos, quizá muchos, si se quiere (pero jamás admitiré que sean mayoritarios), en que la condición de ama de casa se ha adquirido ante la imposibilidad social, geográfica, laboral o intelectual de ser otra cosa, como una especie de víctimas de lo metafísico; pero también es cierto que muchísimas más se han entregado a esta labor por puro amor a los suyos y que han llegado a la plenitud personal por esta vía. Hay muchas mujeres limpiando mierda por ahí -toma realización trabajando fuera de casa- que darían un brazo por poderse permitir no limpiar más mierda que la propia y la de los suyos. Porque a veces las feministas hablan como si todas las mujeres pudieran ser ingenieros, médicos o arquitectos, y no le veo yo lo vocacional o lo profesionalmente gratificante a ir fregando suelos por ahí (bueno, en realidad, conozco personalmente un caso, un único caso, una flor que no hace verano; también -sálvense las debidas distancias- he oído hablar de que hay alguna que otra prostituta que jura serlo por vocación: aunque fuera cierto, no desmiente la realidad del drama de la prostitución).
En fin, que me felicito y felicito a los políticos que, por una vez (y ojalá sentara precedente, aunque me temo que no), han pensado en el interés de los ciudadanos o, como en este caso, en un sector de la ciudadanía cuya atención específica no perjudica los intereses de nadie y es, además de plena justicia cuyo reconocimiento, imagino, será generalizado. Únicamente, eso sí, a reserva de que sea solamente un primer paso: el del camino que lleve -y, en lo posible, antes de que sea tarde para muchas- a que el trabajo doméstico familiar sea equiparado a cualquier otro trabajo, si no en lo salarial (sería muy difícil establecer quién debe pagar ese salario) si, cuando menos, en cuanto a los derechos sociales de tipo económico: pensión de jubilación completa -no depender del mísero 40 por 100 de la viudedad-, bajas por incapacidad laboral transitoria retribuidas, indemnizaciones por accidentes de trabajo, invalidez con su correspondiente pensión, etc.
Otro día hablaremos de políticas de juventud, que ya va tocando…
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Es un suceso confuso, al menos en sus detalles. Allá por las Galicias, se publica una revista satírica llamada Retranca, revista que ha sido noticia esta semana -al menos en la Red: el papel no se entera de estas cosas tan políticamente incorrectas- por tener el poco apetitoso honor de haber sido la primera publicación española víctima de un secuestro privado. La morfología del secuestro está aún en duda: la revista dice que la tirada ya se había hecho y la imprenta se negó e entregarla y la imprenta responde que no, que no había llegado a imprimirse y que se rechazó hacerlo en fase de pruebas. En cualquier caso, la empresa sí reconoce que se negó a la impresión o a la entrega de lo impreso porque el contenido de la revista iba contra sus convicciones morales. El contenido de la revista es una crítica -evidentemente negativa, ácida y probablemente bestiaja- al Papa y a su visita, ya inminente, a Galicia. La imprenta -este es un detalle incidental- está ubicada en Murcia, no sé si ciudad o región.
Evidentemente, es llamativo. En otros tiempos yo había trabajado asiduamente con impresores y como, en algún caso, la publicación podía ir más allá de ciertos gustos o ideas -pongamos, solamente para entendernos, que podía ser algo como «El Incordio» pero en papel- me curaba en salud preguntando primero y la respuesta, invariablemente, era que si el contenido de la publicación no entraba en el Código penal, no había obstáculo alguno (en algún caso hicieron alusión concreta a la propaganda terrorista, pero ésa ya estaba en el Código penal). Como es normal, pero es que en este país, a veces, lo normal es lo inaudito.
Conozco a varios -quizá muchos- abogados, católicos practicantes y convencidos, que llevan casos de divorcio. Y sin ningún problema: siguen yendo a misa todos los domingos confesando y comulgando, sin problemas y, que yo sepa, la Iglesia tampoco ha puesto nunca reparos -desde luego, jamás sanciones- a este ejercicio profesional (al contrario, por cierto, que en el aborto, donde el médico que lo practica sí que podría ser excomulgado). Por eso, ciertas sensibilidades y ciertas objeciones de conciencia me huelen más a chupacirios que se la cogen con papel de fumar que a verdaderos reparos de conciencias firmemente formadas.
Por otra parte, si bien es cierto que para un católico el Papa es algo más que un simple líder, por más que se le suponga vicario de Cristo en la Tierra, tampoco es el propio Cristo (aunque incluso en este caso tampoco quedaría justificada la actitud de la imprenta).
Cuando se fanatiza una creencia, se llega a extremos absurdos, incluso el de negar una verdad evidente. Recuerdo dos casos: en una ocasión, hablando de papas y de sus trapazadas, argüí que varios papas habían tenido hijos y, en más de un caso, incluso los habían promovido -toma nepotismo- dentro de la propia Iglesia haciéndolos obispos e incluso cardenales; pues bien: un interlocutor, rojo de ira, me espetó un «¡¡¡mentira!!!» que hizo que hasta un cura católico, presente en la tertulia, se echara las manos a la cabeza; en otra ocasión en que estaba negando en redondo las apariciones de la Virgen (todas, en general), otro individuo -también cabreadísimo: hay que ver cómo se ponen cuando cuestionas sus estrambóticas verdades- casi me agrede -y también al grito de «¡¡¡mentira!!!»– cuando le hice observar que hasta tal punto son dudosas esas supuestas apariciones, que incluso la Iglesia católica se niega a considerarlas dogma de fe, es decir, un católico puede negar tranquilamente y en voz alta lo de Lourdes y continúa en perfecta regla dentro de la asociación: está en su derecho de dudarlo y de negarlo y, por tanto, no hay castigo canónico por ello, puede incluso comulgar tranquilamente tras haberlo negado. Pues no. Para algunos, no. La frase hecha ser más papista que el Papa, tenía que ser española a la fuerza…
Bueno, veremos cómo acaba el asunto de la imprenta, que pasa ahora a manos de abogados, según anuncia la redacción de Retranca, aunque lo interesante del caso es el hecho central; lo que digan los jueces tiene poco interés, más allá de las partes directamente implicadas.
A no ser que se les aparezca la Virgen, claro…
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De modo que anteayer nos amanece un fulano llamado Isak Andic, presidente de un Instituto de la Empresa Familiar, al que pertenecen empresas que todos tenemos por arquetípicas empresas familiares, nada, como la tiendecita de abajo, sin ir más lejos, y ahí puedes ver a Inditex, Ferrovial, Acciona, Planeta, Mercadona, Mango (que me parece que es de donde sale el Andic este) o Catalana Occidente. Falta la Casa Real Española, que esa sí que es una empresa familiar como la copa de un pino.
Bueno, pues el tío este decía anteayer que hay que modificar el estatuto funcionarial para que todos los funcionarios que entren en las administraciones públicas a partir de ahora, puedan ser despedidos, es decir, que tengan un régimen laboral idéntico al de la empresa privada. Pero, eso sí (¡oh, gracias, magnánimo señor!), habría que respetar los derechos adquiridos de los que ya lo somos; supongo que porque si pudiéramos ser despedidos como cualquier contratado laboral, también habríamos de ser indemnizados -suma años, nene- y prestacionados por desempleo como cualquier otro trabajador, y tanta pasta dadivosa ya le retuerce las almorranas a nuestro héroe; no jodas, anda, déjalos inamovibles y que revienten, que ya haremos cuenta nueva con los que vayan llegando. Aunque no fuera así, teniendo en cuenta que a mí me quedan -salvo ampliación- nueve años para la jubilación y que, aunque se llegara a eso, ese tío aún necesitaría unos años, yo [creo que] me salvaría de la quema con un poco de suerte o pillaría una jubilación anticipada o algo así.
Desde esa tranquilidad, y completamente consciente de que a muchos ciudadanos nuestra estatutación les sienta como un puntapié en los mismísimos, digo: pues ya me gustaría que sí, que ese tío lo lograra, solamente para reirme desde mi mecedora de jubilado, de cómo íbais a cagar cerillas. Eso es: no basta con la corrupción política, de modo que ponedle un puente de plata a la corrupción funcionarial -que sería no inevitable, no: axiomática- y veréis qué risa.
¿Queréis una administración a la mexicana? Os voy a contar lo que pasa en México. Tal como pasaba aquí cuando los funcionarios eran empleados como los que sueña el Andic de los cojones, cada vez que hay un cambio político, el nuevo partido trae a sus propios funcionarios y pone en la puta calle a los del otro. A veces no hace falta que ese cambio político sea externo, que cambie el partido: basta, simplemente, con que cambien las estructuras internas del mismo. Los funcionarios, por tanto, saben que tienen prácticamente un trabajo basura, de modo que se trata de arrambar con lo máximo posible por mientras dure el chollete -que con la cola que hay para pillarlo, ya os podéis imaginar que no dura mucho- o sea que la mordida y la prevaricación están a la orden del día, y, como traca final, cuando se van se llevan hasta las sillas (literalmente, según me han contado). Lo que, desde luego, no perdonan, son los ordenadores. Y dentro de ellos, las bases de datos, imprescindibles para el trabajo del funcionario entrante, el cual, si las quiere, se las habrá de pagar al saliente.
Si alguien cree que fabulo, que lea Miau, de Pérez Galdós, que no habla de México, habla de España y habla de una situación increíble que la estatutación de los funcionarios vino a resolver.
Y es que muchos se creen que estamos así de protegiditos por guapos, ya ves… Seguramente porque muchos ignoran la cantidad de mierda que no les llega porque previamente la filtramos los profesionales de la Administración o porque nuestra existencia es en símisma disuasoria para los políticos (que no lo dirán nunca porque se juegan los votos de tres millones de familias, pero sueñan con lo mismo que el Andic: quitarnos de enmedio). A veces, el problema de los políticos no es de malicia y/o de corrupción, sino simplemente (o además) de ignorancia: sufren lo que Gil y Gil (buen conocedor de la sinvergüencería nacional) calificaba de síndrome de la gorra de plato: le pones a un pringao -decía- una gorra de plato y ya se cree que es el sheriff del Oeste. Pues, efectivamente -nosotros lo vemos cada vez que hay un… relevo-, lo primero que tenemos que repetirle al político durante varios días, hasta que se entera, es: «mira, oye, esto no funciona exactamente así: todo lo que se hace, hay que pagarlo y, para eso -y entre otras complicaciones-, hay que tenerlo antes metido en una cosa llamada Presupuesto; además, las cosas no se hacen en plan ordeno y mando: hay una serie de normas de procedimiento administrativo que complican un poco la cuestión para que el ciudadano pueda ir por el mundo con unas mínimas garantías». Imagináos ahora, que los funcionarios acaban de llegar, como el político, y que encima proceden del mismo sitio que el político.
Los funcionarios estamos estatutados en todos los países civilizados del mundo, lo cual quiere decir que, en principio, en cualquier parte son tan difíciles de despedir como aquí. Otra cosa es que, ante la trapazada, el expediente administrativo que culmina con la expulsión de un funcionario, en Norteamérica se sustancie en un mes y aquí, entre el expediente, los recursos, el litigio contenciosoadministrativo y demás, la cosa pueda durar, tranquilamente, cinco años. Y otra cosa es que la prensa, tan rigurosa ella, hable de despidos de funcionarios -referidos siempre al extranjero- como si fueran así de fáciles, así de normales y así de laborales. Pues no.
Es verdad que hay corruptelas, es verdad que hay cosas anacrónicas y es verdad que en la función pública hay muchísimas cosas que pulir. Eso nadie lo discute. Todo es perfectible, y la función pública española aún más. Pero que nadie se deje llevar por prejuicios y por las tonterías de un fulano -el nombre de cuya empresa lo sugiere todo- porque los daños pueden ser terribles. Para la ciudadanía, ojo, no para… ellos. Ahí está el detalle.
Oído al parche.
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Bueno, pues nada: he aquí el arroz.
Tengo una mala noticia para vosotros. La próxima semana tengo un problema familiar de cierta consideración, precisamente en jueves, y no sé si voy a estar ni para paellas ni para leches. A lo mejor sí, a lo mejor el miércoles estoy de humor y la dejo preparada, pero no lo tengáis nada claro. Ya lo siento. Me quedaban unos días de vacaciones que pensaba tomármelos para darme una vueltecita por Zaragoza, por los baretos de tapeo, de comilona por las Cinco Villas y acercarme incluso a Logroño, andar con mi santa en plan de tigo y migo de copita de Rioja en copita de Rioja, aprovechando que a las chicas las tenemos en el cole (nevera llena, pase de Bus, unos eurillos y ahí os quedáis), pero nada, a tomar por el culo. Estaré de vacaciones, ciertamente, pero sólo en términos laborales.
Esto es lo que hay, repito que lo siento.
Hasta el jueves 4 o -mucho más probablemente- hasta el jueves 11.