De la serie: Esto es lo que hay
Leía ayer dos artículos muy críticos con el 15-M, aunque no precisamente como para que los publicara «La Razón» o «ABC». Uno, es de Dani Bishop y carga de frente contra el 15-M por las mismas razones que yo he aducido ya algunas veces, aunque él lo hace en tono más duro que yo, que ya tiene mérito; el otro es de Gerard Horta en «Vilaweb» y, si bien efectúa un análisis de origen y fin independentista (CAT), también podría coincidir con algunos puntos de su análisis.
Coinciden los dos -los tres, si me añado yo- en que el 15-M ha entrado en pérdida (bueno, para Gerard nunca fue un instrumento eficaz, aunque en esto discrepo) y debe quedar claro que esta crítica, cuando menos en lo que se refiere a Dani y a mí, no implica ni hostilidad ni desprecio (en el caso de Gerard no esoy tan seguro) sino un análisis de un cierto recorrido.
El 15-M fue eficaz el año pasado. Pero eficaz ¿en qué términos? Pues básicamente en dos: en la escenificación de un cabreo cívico que, bien conocido por los políticos, pudieron permitirse hacer ver que no existía hasta que esa misma escenificación les obligó a enfrentar la realidad y una propuesta electoral que no fue entendida por la ciudadanía, en el sentido de que se proponía llevar la política española a una situación como la que actualmente vive Grecia y lo único que se consiguió fue un aumento de votos para partidos más que alternativos, principiantes (pienso en UPyD, ya ves qué alegría y qué éxito de alternativa), a beneficio sobre todo de la izquierda de la señorita Pepis, es decir, IU y todo su etcétera, de la que, por más que bailen, tampoco cabe esperar que, aún pudiendo, lleven las cosas al extremo necesario: más allá de un estético delenda est monarchia, a la hora de la verdad, aunque bordeen el límite del sistema, nunca salen de él. Yo no olvidaré nunca (porque es todo un símbolo de lo que, en definitiva, es y hace IU) la imagen de Llamazares votando a favor del canon digital en el Congreso, en diciembre de 2007, contra la enmienda anticanon que, propuesta por el senador Guillot, fue aceptada en el Senado.
En definitiva, el 15-M fue, en 2011, una estupenda sacudida a los cimientos del sistema, pero nada más que eso. Tampoco, realmente, se pretendía nada más: nadie quería revoluciones, nadie quería -ahí tiene razón Gerard Horta- cambios sustanciales en el sistema: incluso la proliferación de banderas republicanas respondía más a un sentimiento que a una propuesta en firme y en forma (igual que ahora, por otra parte y de momento).
A partir de ahí, el 15-M evolucionó en forma local y de barrio y asamblearia pero, en estas características, no puede hablarse de masividad del movimiento. Es cierto que, a su socaire, han aparecido grupos muy interesantes y muy activos que están haciendo un excelente trabajo, como la promoción de la ILP pro dación en pago (objetivo bien modesto, por otra parte, cuando lo que habría que hacer es revisar el sistema hipotecario de arriba a abajo) o los grupos de resistencia anti-desahucios, pero los resultados en este caso son limitados -precisamente por esa falta de masividad y porque, a la larga o a la corta, la inmensa mayoría de desahucios se acaba ejecutando, por desgracia- y porque la ILP será magnífica como un símbolo, pero todos sabemos que los políticos tendrán la desvergüenza de tumbarla en sede parlamentaria (recordemos que una ILP obliga a debatir su propuesta, pero no a aprobarla). No es una crítica negativa, ojo: es del género idiota acusar precisamente a los que luchan de que los que luchan son pocos (supongo que precisamente ellos serán los primeros en lamentarlo y, en todo caso, son los únicos que han hecho por evitarlo), es la constatación de una realidad que está ahí.
Este fin de semana, el 15-M ha vuelto a la calle y lo ha hecho con gran éxito numérico, pero yo lo he visto muy inercial: no ha habido propuestas concretas ni siquiera modestas y me refiero a propuestas que la gente haya asumido -aunque después no fuera consecuente con ellas- como la de No les votes del año pasado. Este año, No les votes no tenía sentido, porque no hay nada que votar, ni este año, ni el que viene, ni el otro y ese ha sido otro mal: el Gobierno ha puesto la cuestión en manos de sus gobernadores civiles con órdenes estrictas de no provocar demasiado, no fuera a suceder como en la plaza de Catalunya el año pasado o como en Valencia en este, y, por lo demás, se ha quedado tan ancho, sin hacer el menor comentario.
El sábado participé en la manifestación de Barcelona y lo hice casi por disciplina, por la misma razón que he ido a tantas manifestaciones contra la $GAE aún dudando de su resultado: para disfrutar del éxito o para paliar en lo posible el fracaso, según llegara a ser el caso; y, de cualquier modo, porque algo dentro de mí se rebela si me quedo en casa habiendo en marcha una convocatoria así. En este aspecto, sí que considero que Dani se hace un poco el estrecho: que tenga toda la razón en su crítica no debería poder justificar (ante uno mismo: a los demás, que les den por el saco) la ausencia de una movida así. Porque por más que, efectivamente, el 15-M esté perdiendo trapío, lo que no debería poder tolerar ningún ciudadano es su fracaso, porque eso sí que nos conduciría directamente al vertedero, y por la vía rápida. El sábado lo pasé mal, muy mal, en esa hora en la que creí -los hechos engañaban, pero no dejaban de ser hechos- que la convocatoria barcelonesa había pinchado.
Sin embargo, veremos cómo evoluciona esto porque, tal como denuncian los dos articulistas que han dado lugar a este post, me da la impresión de que el sistema está la mar de contento con el 15-M tal como se está desarrollando y, si esta impresión es cierta, esto no va bien.
He predicado en dos o tres ocasiones que habría que radicalizarlo, he llegado a hablar, incluso, de huelgas generales políticas (para no usar la temible expresión revolucionarias), pero no veo a la gente por la labor de tanto sacrificio, cuando es incapaz de los más sencillos, de sufrir simples molestias. Se siguen vendiendo billetes a puñados en las agencias de viajes (presenciales o virtuales), se sigue pendiente del fútbol como si en ello fuera la vida (ayer en Málaga -cuentan los que estaban- había más gente celebrando no sé qué del equipo local, no sé si se había salvado del descenso o había conseguido un puesto europeo o algo así, que participando en la movida del 15-M), sigue habiendo colas en los cines a 8 euros la entrada, y siguen llenándose compulsivamente los depósitos de gasolina en cuanto llega el fin de semana.
Alguien está sufriendo muy duramente la crisis, esto es indudable, pero no sé muy bien quién. Inmigrantes, desde luego; sectores obreros procedentes del ladrillo, con la entera familia comida por el paro, carne de cañón y víctimas de un paro que va a ser, a la larga, estructural, como un quiste con el que ya nos hemos acostumbrado a convivir y preferimos dejarlo tal cual antes que sufrir la molestia y el repelús de la cirugía. Pero el resto… Es bien cierto que todos hemos tenido que apretarnos el cinturón y que lo que antes era un copioso aperitivo ahora es una escasa cervecita con unas humildes aceitunas, pero la cervecita sigue ahí y mientras la cervecita siga ahí, la gente no está para leches.
Lo malo es que para cuando la gente esté para leches, ya será tarde, ya estaremos todos en la mismísima mierda. Seguimos haciendo como el avestruz, seguimos exclamando el ¡qué largo me lo fiais! ante los avisos, cada vez más frecuentes y más autorizados, de que se nos viene encima una hecatombe. A nosotros, a los españoles. Pero seguimos empeñados en imponer deseos frente a análisis: hemos decidido que esto no va a pasarnos a nosotros y ya está. Cuando nos pase, ya hablaremos. Sólo que, entonces, además de que ya no estaremos en condiciones de decir nada, ya sería tarde aunque gritásemos. La doctrina del shock parece haber sido diseñada pensando en los españoles.
¿Por qué somos tan cobardes y tan irresponsables?