Aquí estamos de nuevo, en este jueves último de agosto, vela de armas para muchos, que ven cómo con el fin de la semana y del mes, se les termina también el verano laboral -al astronómico no le queda, de todas formas, mucha cuerda, sólo resta por ver el climático- y el próximo lunes habrá que volver a fichar. Y esa parte del retorno es suave: quince días después, los niños al cole y, entonces sí, la temporada 2008-2009 habrá entrado plenamente en toda su intensidad. Que no sea nada y, como dicen los taurinos, que Dios reparta suerte.
——————–
Parece que el PP volvió por los fueros cánidos y a Rajoy -cosa de la sangría tóxica, supongo- le dio por arremeter contra el Gobierno a cuenta de la tardanza -que no retraso- en la identificación de los últimos cadáveres del accidente de hace una semana. Pero ahí estaba la asociación de víctimas de cierto Yak-42 para recordarle lo guapo que está calladito y para decirle que las víctimas del hostiazo de Spanair están siendo exquisitamente tratadas, que la identificación de los cadáveres se está llevando a cabo con todo rigor y que ya les hubiera gustado a ellos ser tratados siquiera la cuarta parte de bien que lo están siendo los infortunados a quienes ha tocado en esta ocasión esa negra lotería de la desgracia.
La impaciencia de los familiares de los cadáveres pendientes de identificación -algunos menos de cuarenta, me pareció oir ayer y son las últimas cifras de que dispongo- es perfectamente comprensible, pero también lo es la lentitud del proceso: son los cadáveres más complicados -probablemente porque son los que están íntegramente calcinados, sin el menor resquicio para extraer una muestra apta para un examen de ADN- y, además, los medios son limitados, pues se están utilizando los de la policía científica, y éstos, lógicamente, no están preparados para atender un advenimiento súbito de centenar y medio de víctimas mortales e identificarlas con la celeridad que a todos, y a sus deudos los primeros, nos hubiera gustado. No es razonable dotar de medios y personal a las unidades especializadas como si una catástrofe de estas sucediera cada día: afortunadamente, ha habido que remontarse un cuarto de siglo para encontrar un antecedente similar en España.
Una lección que cabe extraer de lo que ha sucedido, empalmando con el primer párrafo, es lo útil de montar grandes escandaleras cuando se producen trapazadas como la del Yak-42. Estos días pasados, oyendo las diversas declaraciones del ministro Rubalcaba, garantizando por sus muertos una identificación perfecta e infalible de todas las víctimas, se percibía claramente la sombra del Yak sobre el Gobierno y la consigna rigurosa de éste a los técnicos responsables: ni un error, ni una pifia, trabajar lo más deprisa posible, pero dar prioridad a la seguridad en los resultados. Rubalcaba no ha querido correr el menor riesgo de cubrirse de mierda como Trillo y debió advertir a sus subordinados de su segura decapitación en caso de cagada y de que los negligentes, en su caso, quedarían con el culo al aire, sin beneficiarse de cobertura política ni de cuartelillo alguno.
Por tanto, hay que exigir que los jueces persigan hasta el último resquicio de negligencia -y de poca vergüenza- y, desde luego, de delito, en la burla infame que se hizo a los familiares de aquellos infortunados militares y que su acción llegue hasta donde haya de llegar y alcance a quien haya de alcanzar. Pero, además, los ciudadanos, con nuestra propia acción cívica y con nuestro voto, debemos asegurarnos de que la carrera política de Trillo quede muerta y enterrada, para ejemplo y escarmiento.
Que ya hemos visto que lo del ejemplo y escarmiento, funciona.
——————–
Otro sonsonete recursivo de este verano ha sido el de la crisis. Y lo que te rondaré, morena, porque dicen que será ahora, en otoño, cuando venga buena de verdad. Lo siento por las víctimas, entre las que probablemente me cuente, de un modo u otro, pero valdrá la pena siempre que de esa crisis y, sobre todo, de sus causas, se extraigan las conclusiones adecuadas.
Cuando hablamos del derrumbamiento del ladrillo, parece que todo el fulgor y muerte de la especulación del tocho y el advenimiento de la crisis haya sido culpa de cuatro sinvergüenzas de baja estofa. Hemos ejemplarizado la cuestión a base de ilustrarla con cuatro pringados -muchimillonarios, sí, pero pringados, en definitiva- y hemos acabado elevando la anécdota a categoría.
Y no.
Las causas de la crisis son mucho más profundas y tienen un contexto claramente ideológico: la lección que nos brindan los acontecimientos -y que no debemos desaprovechar- es que al mercado no se le debe dejar solo, que el mercado no sólo no se autorregula sino que lleva por su propia dinámica a desequilibrios brutales y que el mercado debe ser serveramente marcado.
No pretendo, por supuesto, ir al otro extremo; estoy a años luz de sistemas económicos de tipo soviético o cubano. Creo en la bondad de la iniciativa privada y, sí, creo en un mercado libre… dentro de un orden. El laissez faire está muy bien… mientras esté bien; y sólo está bien mientras se reparta de forma mínimamente equitativa. Cuando un mercado empieza a generar unas fortunas acojonantes para unos pocos mientras la sociedad se llena de mileuristas, la oferta de trabajo de contratos basura y los beneficios económicos no redistribuyen lo suficiente y lo eficiente como para que se cumplan razonablemente derechos constitucionales como el de acceso a la vivienda, la gran víctima de la coyuntura actual, llegó el momento de darle un tortazo a este mercado y enderezarlo a las malas, ya que no ha sido capaz de ir recto por las buenas. Y todo esto sin entrar en la corrupción política y administrativa, en la delincuencia, en definitiva, que ha generado una gran parte de todas esas fortunazas. Que también habría que entrar.
Hay, pues, que controlar el mercado, ponerle límites estrictos. La empresa -y, sobre todo, la gran empresa- tiene que asumir que la libertad de mercado conlleva la exigencia del reparto de beneficios -en el más amplio sentido social y laboral- y del respeto a la libre competencia. Sí, porque otra de las lacras que hemos visto en estos años de ominosidad neocon es la cantidad de monopolios de hecho que se han formado y cómo ello ha llevado a que unas pocas empresas, menos de cincuenta, estén rigiendo realmente los destinos del mundo, en perjuicio de los ciudadanos y de sus gobiernos, que pasan a ser títeres de esos poderes reales. Siempre ha sido así, es verdad: los políticos siempre han sido títeres de los poderosos; pero nunca se había llegado a los extremos actuales.
Hay que matizar la globalización o, mejor dicho, hay que ir a una globalización de verdad, con igualdad real para todos, no para unos cuantos. Lo que se llama -demagógicamente- globalización no ha sido más que un asalto, que una acción de perfecto y típico bandidaje por parte de unos pocos grupos de interés hegemónico sobre la entera sociedad mundial, empezando por las sociedades más pobres a las que, encima, se ha cascado más fuerte y se ha expoliado sin medida alguna. Lo que se ha hecho con África, con la entera África, es un crimen contra la Humanidad por el que deberían pagar con la horca -literalmente- unos cuantos caballeros, hoy tenidos por financieros muy respetables o como símbolos empresariales del éxito, cuando en realidad son bandoleros y asesinos de la peor laya.
Si conseguimos que, además de su fiambre material, se entierre de una puta vez -y bien hondo- todo lo que fue, pensó y representó el Milton Friedman de los cojones, valdrá la pena pagar la factura que, sin devengarla, hemos pagado, estamos pagando y lo que aún nos queda por pagar, de la crisis esta.
Y va a ser una factura gordísima.
——————–
Con este delendum est Friedman se cierra esta paella… y esta temporada. La semana que viene -lo anuncié hace más de un mes, que no se me queje nadie- no habrá paella, os dejo huerfanitos de sapos y culebras, que me voy a tumbar a la bartola.
Llegamos a uno de los dos momentos del año -el otro será dentro de cuatro meses- en que, de alguna forma, damos carpetazo a un ciclo y, tras una pausa más larga o más corta, a veces incluso sin pausa, iniciamos otro. Llegamos, pues, a uno de esos momentos en que es de ritual y de rigor daros las gracias a todos por haber estado ahí pacientemente todos estos meses y, en algunos casos, durante todos estos años. Daros las gracias por vuestros comentarios, por vuestros acuerdos y por vuestros desacuerdos; por vuestros ánimos, cuando me han hecho falta. Sois vosotros la razón de ser de esta bitácora y, dentro de ella, de esta serie que -nunca deja de sorprenderme- tiene forofos propios, seguidores de solamente los jueves, exclusivos degustadores del arroz. Sois vosotros los verdaderos artífices de esos cuatro años, largos, de bitácora y sois vosotros su garantía de permanencia mientras a mí me quede salud, dedos y ganas de bronca. Porque motivos, desgraciadamente, no van a faltar nunca.
La próxima paella, por tanto, será el 11 de septiembre, vaya por Dios, fiesta autonómica en Catalunya, pero laborable en el resto de la piel de toro. Para mí no será propiamente fiesta, técnicamente estaré aún de vacaciones, aunque estaré, como muchos están hoy, preparando los trastos para la reincorporación; la mía lo será el 15.
Que tengáis, aquellos para los que sea el caso, un buen comienzo de nueva temporada y a no agobiarse, que las vacaciones sonla excepción, y no al revés. Ahora es el momento de la creación, de hacer cosas, de ser nosotros mismos.
Tomando el sol al pie de la piscina, allá en la playita, os tendré presentes en mis oraciones 😉