Archivo mensual: septiembre 2007

Túneles, curas y sílfides

«Coño, Javier, cómo te pasas con los políticos; es que no les das ni un milímetro de margen». Este es un comentario que oigo con alguna frecuencia entre mis lectores allegados, es decir, los que de un modo u otro tienen más o menos habitual contacto personal conmigo; curiosamente esa petición de cuartelillo para los sátrapas no parece producirse entre mis lectores telemáticos o, al menos, no se refleja en los comentarios de la bitácora ni en los que me envían a mi cuenta de correo electrónico.

Alguna vez, sobre todo cuando en un corto margen de tiempo me llegan dos o tres comentarios así, me planteo si no será cierto, si no seré demasiado duro, si no me estaré pasando. Pero, de forma igualmente sistemática, cada vez que mi espíritu flaquea en la agresividad contra los políticos éstos cometen alguna trapazada que me conduce al punto opuesto: aún soy demasiado blando y esa blandura únicamente se justifica porque si fuera un milímetro más allá de lo que voy correría el riesgo de ser víctima del juego de sociedad de moda, la demanda por injurias, por intromisión al honor o por cualquiera de esas estupideces ad usum.

A ver, por simple ejemplo, si esto no es para entonar un cagontó de aquellos buenos. En Barcelona culmina una fase de unas obras del metro que han de inaugurar el inevitable alcalde y alguien de la Generalitat, sea el presidente, sea el conseller de Obras Públicas, sean ambos (que me parece que acabaron siendo ambos). Se produce un despiste y la tuneladora, en lugar de detenerse unos poquísimos metros antes de terminar el túnel y entrar en el pozo por el que va a ser extraída, pues nada, tira millas y termina el túnel. ¿Cuál es el dramático efecto del despiste? Pues que se cae (y más bien de culo) la mise en scène que se habían autopreparado los prebostes, sobre la base de estar allí bien peripuestos (chas, foto por aquí, chas, foto por allá, qué buenas son las hermanas dominicas que nos inauguran el metro, chin pom), discursito de autobombo personal y partidista (¡mecachis, qué guapo soy, cojones, que no me beso porque no me llego, que es que no me merecéis, joder, no me merecéis!) y en ese momento la tierra tiembla, el talud parece que se derrumba y emerge gloriosa la tuneladora de las entrañas mismas de la tierra. En el día de hoy, jodido y descalzo el partido rival, la maquinona ha terminado de perforar el ominoso túnel; la obra ha terminado.

¿Su gozo en un pozo? ¡Qué va, hombre! La casa es potente y no repara en gastos, sobre todo habida cuenta de que pagamos nosotros y teniendo bien presente también la «doctrina Dixie», según la cual el dinero público no es de nadie. Alegría de la vida y del crédito presupuestario. Se echa para atrás la tuneladora, se reconstruye el talud y todo queda como habría debido quedar en el imaginario ideal, a la mayor gloria de los barandas. La cifra del coste de la broma es cambiante («flexibilidad presupuestaria» deben llamarle a eso): según unos medios, un poco menos de 20.000 euros; según otros, la cosa podría llegar a los 300.000. De un modo u otro, una buena e innecesaria cantidad de millones de las viejas.

Como si esto no fuera bastante grave (se ve que esto no es corrupción, ni prevaricación, ni nada de nada), cuando la cosa trasciende y se monta el escandalillo (porque la gente ya está lacerada y, en un entorno administrativo abarrotado de cuñados y de tresporcientos, una tuneladora que da un, dos, tres, un pasito p’alante, María, o un, dos, tres, un pasito p’atras, ya no quedan ni ganas de montar una gorda por esa fruslería), alguno de los políticos afectados (o, más propiamente, enmerdados) responde, sin despeinarse ni nada, que no es para tanto, que eso es una práctica frecuente, común y corriente. O sea que, encima, nos toman por imbéciles.

Y yo hace tiempo que me estoy preguntando si no lo seremos realmente.

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Llevamos una o dos semanas en un plan clerical que atufa. Pero descanse (mejor en paz) el clero católico, porque esta vez la batalla no tiene que ver con la horda apostólica y romana sino con sus colegas del otro lado del globo, los seguidores de ese señor tripudo que tiene nombre de isla del delta del Ebro.

En efecto, la clerigalla budista la está liando gorda en Birmania. Bueno, de hecho, cuantan las crónicas que en Birmania hay una dictadura militar parece que tirando a feroz y el pueblo -aunque eso del pueblo quisiera verlo yo, dicho sea únicamente a título retórico y no intencional- quiere cepillarse a tan tiránico régimen. Lo que pasa es que todos los tíos estos de las túnicas se han echado al monte y encabezan los actos de protesta contra los militronchos.

Yo no es que les quite la razón de fondo, pero es que a mí me da repelús ver a los curas (sin distinción de confesiones) entrando a saco en el siglo, esto es, en la vida civil. Quizá sea debido al protagonismo de los curas, o de algún sector de ellos, en algunos hechos luctuosos del pasado (las guerras carlistas, por ejemplo) y en algunos del presente, como el nacionalismo vasco, el catalán y la inducción o protección, cuando menos en épocas no tan lejanas, del terrorismo vasco. Y si miramos hacia la COPE, a la conferencia episcopal y a Rouco, también debemos, en justicia, adjudicarles un papel relevante en el nacionalismo del toro coñaquero. O sea que estos tíos, cada vez que salen de las iglesias (y no pocas veces sin siquiera salir de ellas), dan por el culo concienzudamente. Pero que no se deduzca de ello una especial animosidad contra el clero católico: es de aplicación también (y con letras grandes) al clero islámico, al clero protestante (ve a verlo en Norteamérica) y sospecho que también al clero budista.

Sucede esto, el lío de Birmania, una semana después de que el Dalai Lama -una especie de sumo pontífice de una parte, o sea, secta, de la cosa asiática- se diera una vuelta por la Catalunya irredenta, metiera las narices donde no le llaman con nuestros asuntos internos y, eso sí, hiciera babear a todo el personal (aguanta) izquierdoso, progre, independentista y, en fin, toda la peña esta.

Ese tío me cae gordo, a qué engañarnos. Yo no sé por qué se pone al Papa como chupa de dómine -con buenas razones, en muchos casos- y ese elemento tibetano circula por ahí bajo palio ideológico como si fuera -¿mejor o peor dicho?- la hostia consagrada.

Yo no creo que los tibetanos, ahora bajo la bota china, vivan bien; no creo que vivan bien porque si los propios chinos no viven bien, con mayor razón vivirán mal los habitantes de los países sojuzgados por esos chinos; y aunque se viva materialmente bien, ningún pueblo es razonablemente feliz si vive ocupado por una potencia extranjera que, además, está encarnada en un régimen que no se anda con remilgos a la hora de imponer obediencia, disciplina, patadón y tentetieso.

Pero, esto dicho, no creo que tampoco bajo la teocracia lamástica fuera Tibet una arcadia feliz: eso era una dictadura -teocrática, como queda dicho, que son las peores- y, además, ni siquiera era una dictadura moderna sino un régimen feudal: los tibetanos eran siervos de la gleba sometidos a la bota feudal del monasterio más cercano. Creo, por tanto, que, en cierto modo, contra los chinos viven algo mejor; y si, como es de desear -siempre que ellos también lo deseen, que eso también quisiera, retóricamente, verlo-, se quitan de encima a los hijos de Mao, harían bien proclamando una república, constituyendo su propia hacienda pública, su economía privada sobre bases eficientes y los curas que digan misa… a lo sumo.

En el mientras tanto, toda una corte de curas de esos rapados y con túnica, se anda paseando por el mundo (y presumiblemente de gorra) cobrando hasta por dar los buenos días: para asistir a la conferencia que dio el Dalai en cuestión en Barcelona, había que aforar veinte eurazos (20 EUR). Para la causa, faltaría más, pero el tío, con la coña de la causa, va haciendo turismo y siendo saludado como el máximo exponente del buen rollo. Ya ves qué facil: clamar por la libertad del Tíbet y de Catalunya y hacer que el Carod mee Agua Brava.

Menudo gremio, este también…

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A vueltas con la anorexia otra vez. Bueno, esta vez no la han tomado con Internet sino con un anuncio publicitario en el que sale una señora anoréxica en pelota picada. Interprétalo como puedas y ahí está el problema. Por una parte, se quiere (quieren unos) que el anuncio constituya una llamada de atención sobre un problema grave y dramático que afecta a cada vez más personas (la mayoría mujeres y la mayoría muy jóvenes, cada vez más jóvenes, apara agravar aún más la situación); pero otros, a su vez, acusan al anunciante de utilizar la enfermedad en su provecho, protestan porque sostienen que la truculencia es contraproducente y no ha faltado quien ha acusado al fabricante de falsario y de formar parte de la causa del problema en tanto que vende ropa cuya talla mayor es la 40.

La zalagarda liada con el tema es singularmente oportuna -o inoportuna, depende del punto de vista- porque, simultáneamente, se está celebrando la pasarela Milán (un verdadero desfile de anoréxicas, sólo hay que mirar a las modelos para verlo) y está a punto de tener lugar la pasarela París, tan pronto la de Milán termine, poco deseosa de verse implicada en la polémica.

Como no hay bastante, resulta que esos días se celebraba en Italia el festival agropecuario de elección de la res más representativa de la ganadería femenina de la nación presentada a concurso, que ya bajaba calentito porque uno de los miembros del jurado había pretendido inspeccionar los cuartos traseros de los semovientes, lo cual ha provocado la protesta de no sé cuántas mujeres (mujeres de verdad) que han acusado al tío en cuestión de creerse en un concurso de ganado (¡ah! ¿y no era eso?), a lo que el otro ha replicado que no ve por qué ha de ser aceptable mirar a las reses por delante, pero no por detrás. En definitiva, y para acabar de joder la marrana, resulta que -no sé si viéndoles el culo o sin vérselo- han elegido ganadora a otra elementa que no llega a los 40 kilos y que está clara y notoriamente desnutrida, con lo que el escándalo ha vuelto a subir de tono. Y menos mal que esas sólo quieren la paz del mundo (muchos rusos, en Rusia).

Intereses comerciales, desprecio por la dignidad humana… He aquí el problema, más que una foto en un anuncio o unas páginas en Internet. Resulta que es imprescindible obligar a todo el mundo a dejar de fumar o limitar la velocidad máxima en autopista, pero no hay ninguna pega en que los padres vivamos un sin vivir por causa de este problema que, a muchos, nos preocupa casi más que las propias drogas: la anorexia no desestabiliza los presupuestos de la Seguridad Social, así que, adelante, dejemos que los pedantes del diseño de moda (¿podrá concebirse industria más inútil?) protesten porque -cuando se les intenta limitar el mínimo de masa corporal- no pueden organizar desfiles con «gordas» (porque para alguno de esos, una señora de 170 centímetros que pese sesenta kilos está gorda como una vaca). Nuevamente -y como siempre- los políticos más pendientes de intereses sectoriales minoritarios que de los intereses de la ciudadanía.

¿Ves cómo no puede haber cuartelillo?

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Pues listos por hoy, primer jueves de otoño, que, a ratos -sólo a ratos- hasta ha parecido realmente de otoño y todo. Dentro de un orden, no vayamos a exagerar, como alguna que otra que ya ha sacado la peletería del armario porque esta mañana, a las ocho menos cuarto, estábamos a 16 grados.

El próximo jueves, por seguir con los ordinales, será el primero de octubre, día 4 del mes y estaremos ya metidos en el último trimestre del año, qué barbaridad, ayer jurando bandera y mañana la nena mayor en la universidad, ya decía Mafalda que nunca se sabe si vamos llevando adelante la vida o es la vida la que se nos lleva a nosotros por delante.

De cualquier modo, la que sí sigue adelante es esta bitácora que seguirá dando caña de aquí a entonces.

Y usted que lo vea.

¿Capar o suprimir?

Me sabe mal decirlo, pero tiene toda la razón Daniel Rodríguez Herrera en su artículo de esta semana, en el que pone a parir al tribunal europeo por su decisión en el asunto Micro$oft. Y digo que me sabe mal no por el hecho de darle la razón a Daniel (eso lo soluciono imponiéndome la penitencia de leer un artículo de Ignasi Ramonet, que ya es un buen cilicio) sino por dársela a Micro$oft, que eso sí que es un divieso que no hay penitencia que arregle. De nuevo he de acogerme a la cita de Ivà, que tan tozudamente cito de forma constante, y establecer aquello de que la verdad jode pero curte y, en su virtud, debo convenir con Daniel en que la decisión de la presunta justicia europea es una gran tontería.

De entre las muchísimas cosas que tengo contra Micro$oft no está ciertamente la discusión de su derecho al diseño de su producto; además, no está tan claro que el diseño de su producto limite la competencia y la prueba está -como muy bien dice Daniel- en el propio Firefox, que le ha arañado una cuarta parte de la cuota de mercado pese a sufrir la desventaja de que M$ Internet Explorer está empotrado en Window$ como la uña al dedo. En mis felizmente ya lejanos tiempos en que usaba Window$ en casa, utilizaba WinAmp para escuchar -y, más ampliamente, gestionar- mi música y jamás me supuso para ello el menor impedimento el hecho de que agarrado como una lapa al sistema inoperante, ay, perdón, operativo (que le dicen) estuviera allí el Window$ Media Player: bastó indicarle al engendro que todas las extensiones multimedia fueran gestionadas por omisión por WinAmp para olvidarme (casi materialmente) de la existencia de WMP.

Por otra parte, me parece irresponsable el jolgorio que se ha desatado en la comunidad del software libre al respecto de esa sanción porque, en primer lugar, salvo unas pequeñas, remotas, discutibles y nada decisivas ventajas, no veo qué beneficio nos reporta eso salvo la satisfacción malévola y morbosa (un tanto patética, puesto que a Micro$oft no le ha quitado este asunto ni un minuto de sueño) y, en segundo lugar, la misma razón que ha llevado a sancionar a Micro$oft podría llevar al anatema de cualquier distribución de Linux, obligando -cuando menos a las comerciales- a distribuir únicamente el sistema operativo, a lo sumo con el escritorio, y que cada cual se buscara, aparte, los programas que más le convinieran. No sé qué sería de Ubuntu, como paradigma de la distro más usable y de más merecido éxito, si la Unión Europea vetara el sistema de distribuciones. Ya sé, ya sé que es más complicado cepillarse la distribución como concepto que plancharle WMS a Window$ (que también es un buen encaje de bolillos), sobre todo porque muchas distribuciones Linux no son comerciales y el mundo libre sin ánimo de lucro puede hacer lo que le dé la gana, pero el mal está en que se asiente un principio: el resto, es solamente una cuestión de tiempo.

Que se obligue a Micro$oft a vender una versión capada de Window$ sin que se le prohíba vender también la íntegra es del género borde: por el principio «el burro grande, ande o no ande», la gente comprará la íntegra y las cajas con versiones capadas quedarán tiradas por los sótanos como un homenaje a la estupidez burocrática de Bruselas. Si, además, pensamos que Micro$oft apenas vende un Window$ suelto porque casi todo lo coloca empotrado a la trágala en las máquinas (y lo que colocará en las máquinas, no hay que ser un genio para verlo venir, será la versión integral), acabamos de estar al cabo de la calle sobre la inteligencia supina de la justicia europea.

Mucho más importante, razonable y operativo sería, en cambio, imponer a los comerciantes la obligación de vender ordenadores sin sistema operativo instalado si así lo solicita el cliente. Esto ha dado lugar a muchas especulaciones en red, sobre todo porque lo único que hay es un informe de un think thank empresarial -influyente, eso sí- que ha recomendado a Bruselas esta medida. Pero ¿en qué términos? Pues ahí está lo que se discute en la red (sobre todo porque nadie se ha leído el informe en cuestión).

Se debate sobre si se puede obligar a los comerciantes a que instalen ellos el sistema operativo que el cliente demande; se discute si se puede obligar al cliente a que se instale él el sistema operativo que le dé la gana; se discute si eso afectaría a Apple (que no: de acuerdo con el literal del informe, la limitación en cuestión se pide para las plataformas PC, no para otros sistemas físicos).

En mi opinión -que he manifestado en los comentarios de un par de bitácoras- lo verdaderamente importante, lo único importante, es que se obligue a los comerciantes a vender a quien lo pida (no forzosamente a todo el mundo) ordenadores sin sistema operativo instalado ni en la máquina ni en la factura. Realmente no hay derecho a que cada vez que quiere uno comprar una máquina sin Window$ tenga que librar poco menos que un Armaggedon (del que la mayoría de las veces, además, se sale derrotado) o, para ahorrarse tiempo y molestias tenga que pagar un sistema operativo cuyo único destino va a consistir en ser borrado del disco duro… siempre y cuando eso no afecte a la garantía de la máquina como muchos fabricantes -fraudulenta y creo que ilegalmente- vienen estableciendo en su documentación postventa.

¿Favorecería esta medida al mundo del software libre? Muy relativamente. Favorecería, sobre todo, a los usuarios de software libre, que no nos veríamos obligados a pagar un software que no queremos ni ver en pintura. Pero, como ha demostrado Firefox -vuelvo a ello-, la expansión de un software no se consigue cascando a su competidor -por más que su competidor sea malo, sucio y marrullero- sino haciendo patentes y evidentes sus propias virtudes.

El mundo Linux debería mirar menos a Micro$oft como producto (otra cosa es mantenerlo bajo vigilancia como empresa tramposa que intenta influir mediante sucias componendas en administraciones, entidades de estandarización, sistemas de patentes, etc…) y mirarse más al espejo buscando sus propias carencias, que aún las tiene y muchas: faltan autoinstaladores (sí, sí, el *.exe, eso mismo), hay todavía demasiados problemas de compatibilidad con hardware (dicho sea en la plena conscienca que eso es más culpa de los fabricantes que de la comunidad del software libre, y ahí sí hay maniobras torticeras por parte de Micro$oft), hay escasez de amiguetes que echen una mano (cuando el ordenador no funciona, no se está para enviar mensajes a los foros y esperar a que te contesten nunca se sabe si veinte minutos o veinte días: lo que se quiere es un móvil amiguete que haga de hot line). Hace falta que la comunidad que desarrolla piense menos en grandes proyectos de ingeniería y más en la marujita usuaria: toda mi lucha en el interior de la comunidad -constantemente fracasada- ha sido intentar convencer a los desarrolladores de que el éxito y el futuro de Linux está antes en el escritorio doméstico que en la empresa o en la administración y el fracaso de este empeño se produce pese a la evidencia que, a este mismo respecto, supone Ubuntu cuyo éxito ha sido, por encima de cualquier otro, la penetración en el domicilio familiar.

En todo caso, mientras que la obligación de hecho de adquirir una licencia Window$ cada vez que se adquiere una máquna sí es un claro abuso de posición dominante y una práctica monopolística que debe corregirse fulminantemente y cuanto antes, el diseño de los complementos de un sistema (llamémosle) operativo creo que forma parte de la libertad de empresa. Como si a Micro$oft le da por emplear el modelo distro que utiliza Linux… Y no me parece descartable que un día haga numeros y se adhiera al sistema, una vez se jubilen los botarates que mantienen a esa empresa con parámetros del siglo pasado.

Y así les ha ido Vista.

Petardos de cine

Nuevamente cifras sobre el cine en España y nuevamente varapalo al subvencionadísimo cine español, ninguna de cuyas películas está entre las veinticinco más vistas y ninguna de las cuales ha llegado al medio millón de espectadores. He aquí para lo que sirven las subvenciones en este ámbito: para que los españoles paguemos un cine que no queremos ver simplemente porque «alguien» -investido de no se sabe qué intelecto superior- decide que tiene que hacerse a la puta trágala. Y ojo, que el cine español no vive (como un colegio cardenalicio, vive) exclusivamente de sustanciosas y cuantiosísimas subvenciones sino que también nos apalea mojando pan en el canon ominoso.

Como no tenemos problemas de niños estudiando en barracones, como nuestros investigadores y doctorandos se benefician de unas becas millonarias, como tenemos las mejores universidades del mundo (ninguna entre las doscientas mejor consideradas), como no sabemos qué hacer con la vivienda protegida que hemos construido porque nadie la necesita, como tenemos unas infraestructuras viarias que son la envidia de la entera Europa y de la propia Norteamérica, como nuestras pensiones permiten a nuestros jubilados pasar los duros inviernos ibéricos en hoteles de cinco estrellas en el Caribe, como en nuestra sanidad pública no hay listas de espera, como, en fin, tenemos tan enorme excedente de dinero público y vamos así de sobrados, nos permitimos subvencionar selecciones calzoncilleras, peliculas que nadie va a ver, presuntos «artistas» que no dan golpe y, en fin, a toda una berroqueña especie de Santa Compaña de caraduras y vagos que constituyen, en sí mismos, toda una «agencia tributaria» paralela que sostiene un régimen totalmente feudal inaudito ya entrado el siglo XXI. Y encima, se arrogan la representación de la «cultura». ¡Esos! ¡Precisamente esos hablan de «cultura»!

Lo más alucinante es cuando se ponen a soltar lágrimas de cocodrilo, como el preboste de los del cine, el tío ese, Trueba. Pueden verse sus paridas aquí. Sólo en este estrambótico y desgraciado país pueden decirse impunemente cosas como estas. Por ejemplo: «Si entran gratis en los hogares ¿No debemos pedirles algo a cambio?. Ellos son los que deciden qué películas se ruedan; y si no tienen un compromiso con los productores independientes harán filmes similares a sus parrillas. Eso asusta. Si el cine va a ser igual que la televisión, ¡apaguemos el cine!». Es decir, no sólo las televisiones privadas deben invertir obligatoriamente en cine español sino que ni siquiera pueden invertir en el tipo de cine que les da la gana. No siento una especial simpatía hacia las televisiones privadas, pero se me antoja que esto es confiscación pura y dura: invertirás obligatoriamente y, además, en lo que nosotros digamos; y, por lo demás, la pretensión de Trueba es, sencillamente, estalinista, no hay otra palabra para definirlo. Por si fuera poco, que esa corporación de realizadores de bodrios infumables ose hablar de cine de calidad ya es como tirarse un pedo en un velatorio y echarle la culpa al muerto.

También manda narices su concepción sobre el negocio de los exhibidores: «Utilizan las salas como el salón de su casas y permiten que los americanos nos usen como el patio trasero donde dejar sus desechos». Efectivamente, es intolerable: no hay derecho a que el dueño de un negocio privado, financiado con dinero privado y corriendo un riesgo enteramente privado, encima haga lo que le dé la gana en su negocio. Sobre todo teniendo en cuenta que esos empresarios… ¡pretenden ganar dinero! ¿Dónde se ha visto eso?

Por lo demás, eso de los «desechos» del cine americano, me parece dudoso. Las películas que llegan aquí (cuando menos las que están entre las 25 primeras en recaudación y número de espectadores) podrán ser malas (aunque no son estos productores y realizadores de chafarriñones inaguantables los más cualificados para juzgarlo) pero también están entre las primeras de las que se ven allí, en Norteamérica. A mí, «Piratas del Caribe», por ejemplo, me parece una bufonada inaguantable, pero no me parece -vistas sus cifras en su país de origen y en base a ellas- un desecho que arrojar al patio trasero.

Lo que pasa es que, además, ese gremio se cree a pies juntillas eso de que son artistas y, con tan fausto motivo, vomitan sobre el celuloide todos sus traumas y transtornos creyendo que esas gilipolleces que no hay Dios padre que aguante nos tienen que interesar como si fueran la Capilla Sixtina de la cinematografía. Y va a ser que no. La gente (y no la gente de ahora, sino el público de siempre) va al cine a entretenerse, a evadirse, y no a masturbarse las meninges con un dramón pseudofreudiano carente de pies ni cabeza. Y nuestros genios locales sólo parecen capaces de rodar dramones pseudofreudianos, pesadillas kafkianas o calzoncillos a lunares sobre el culo de Fernando Esteso.

Hace unos meses, trasteando la mula, encontré casualmente una película que es una verdadera perla: «La bandera», una excelente trasposición al cine de una no menos estupenda novela de Pierre MacOrlan que yo he leído dos veces, la primera, en francés original y después en castellano, pillada también casualmente en unos saldos de esos de «El Corte Inglés» de llévese tres por cinco euros (aseguro que es una novela digna de muchísima mejor suerte). La película, también en francés original y sin subtítulos, aunque muy salpicada de castellano ambiental, nos ofrece pequeñas grandes preciosidades como un papel protagonista a cargo de un jovencísimo Jean Gabin y unas apreciables e interesantísimas escenas rodadas en la Barcelona de los años treinta republicanos. Algunos nostálgicos derramarían lágrimas de añoranza si vieran, en su máximo esplendor operativo, el cuartel de la Legión de Dar Riffien. ¿Y a qué viene que hable de esa película? Pues porque es un ejemplo ilustrativo y muy gráfico de parte del problema del cine español: el hecho de que esta película -francesa, como el lector habrá deducido- describa perfectamente lo que es -casi más bien lo que fue- la Legión española y de que no haya una sola película española -quitando pachangas de propaganda franquista o antifranquista- que lo haga. Es así de claro y así de triste: ni se sabe elegir temáticas que interesen al gran público ni, aún con ello, se sabe producirlas de una manera digna. Con sus excepciones, claro. Escasísimas, por supuesto.

Pero siguiendo con el cachondo este del Trueba, acaba metiendo el remo en el lugar común favorito de toda esa pandilla: la piratería. Oigámosle: «la pandemia de la piratería, que pone en peligro la existencia de nuestra industria». Pero, bueno… dejando aparte algún idiota patológico que seguro que alguno habrá por ahí… ¿hay quien piratee cine español? ¿Alguien lo ha visto en las mantas? Y en cuanto a las redes P2P, en primer lugar -no nos cansaremos de decirlo- su uso no es en absoluto piratería sino ejercicio en red del derecho de copia privada; y, en segundo lugar, me río y me carcajeo del cine español que se baja de esas redes. Pero… ¿en qué universo de fantasía vive esa gente?

Tampoco hay que hacer demasiado caso. Se trata, únicamente, de la queja ritual que permite a esa panda mantenerse férreamente agarrada a la teta nutricia del dinero público (ese que no es de nadie, en genial definición de Dixie) y del privado (ese que es de cada uno y que nos confiscan al más puro estilo Sierra Morena).

Pero, así y todo, manda huevos.

Calzoncilleces

Llevan martirizándonos todo el fin de semana con la virguería que, según dicen, van a hacer en el más significado campo del calzoncillismo local, y ojo que este fin de semana es largo porque hoy, lunes, celebramos la fiesta patronal de Barcelona, la virgen de la Mercè; en su fecha, sorprendentemente, dado este alcalde tan convencido de eso de que todos los santos tienen su octava que nos planta Pentecostés en hexacostés (y así y todo la caga en las elecciones, je, je, je) al que muy bien se le hubiera podido ocurrir celebrarla en noviembre, pongo por caso.

Y ahora algún lector dirá: bueno, pero si a Javier le importa un pimiento el ejercicio este de los veintidós solípedos en pos de una pelota, ¿qué le va y qué le viene en que un club de ésos amplíe la barraca?

Hombre, pues algo me va y algo me viene. En primer lugar, aunque yo no tenga nada que ver con la instalación en cuestión, lo cierto es que el paisaje urbano también es mío y a mí no me han pedido opinión sobre el asunto, como tampoco me la pidieron para hacer esa asquerosidad de Word Trade Center que se carga toda la perspectiva del puerto o esa polla de colorines que han clavado en el justo centro geométrico de la ciudad y de la que los gilipollas están tan orgullosos que nos la clavan en todas las fotos como si fuera un icono de Barcelona. Bien, quizá lo sea, dada Barcelona…

Lo único bueno que han hecho los calzoncilleros es contratar a un arquitecto de verdad, no como hizo AGBAR trayéndose al gabacho aquel. Tengo una cierta esperanza en que Norman Foster haga algo todo lo decente que le permitan las circunstancias, que no será mucho porque una instalación para propinar puntapiés no da para tanto. Pero, en todo caso, me cabrea que haya botarates como el editorialista de «El Periódico» de hoy que santifiquen la cosa esa poco menos que como una obra pública y te suelten literalmente: «un estadio que se ha convertido en un imán sentimental, en una representación simbólica del barcelonismo y de Barcelona». Para el barcelonismo, quizá; en cuanto a Barcelona sólo pueden pasarle dos cosas: que no sea verdad (como espero) lo cual sería señal de que esta ciudad aún tiene arreglo (aunque difícil, evidentemente); o que sea verdad -que todo es posible- y entonces sí, apaga y vámonos.

Los trescientos y pico millones que va a costar la cosa (según presupuesto: ya veremos la realidad) me parecen una profunda inmoralidad, como todas las millonadas que circulan en el asunto este del calzoncillo. Yo creo que esta es razón suficiente para excluir de los programas de vivienda pública a los socios de esa entidad: si usted tiene pasta para subvenir esa atrocidad es que gana demasiado como para acceder a una vivienda pública; eso es cosa de necesitados y usted va notoriamente sobrado. Y lo mismo las becas y tal.

No debiera dedicarse ni un euro a eso mientras hubiera carencias sustanciales. Y menos un euro público, como los que se gastan en la mierda de las selecciones. Joder, el que quiera pelota, que se la pague y que nos deje en paz a los demás. Suscribo pues, la negativa a las federaciones catalanas y a sus subsiguientes selecciones. Y, hecho esto, habría que ir a por las españolas y suprimirlas rotundamente.

Con el dinero ahorrado en renunciar a medallas de oropel en cuchipandas olímpicas, quizá podríamos poner en circulación a algunos premios Nobel de física, química, medicina, matemáticas y demás disciplinas, especialmente las científicas, que buena falta nos hace. Sobre todo si el premio se lo dan por trabajos realizados aquí.

Y lo de los deportes… déjaselo a los premios «Príncipe de Asturias», que son más adecuados.

La gran cretinada

Leyendo una revista, me llama la atención un anuncio que vende una versión nueva del coche que tengo, un SEAT «Altea». La nueva variación se caracteriza por ser un poco todoterreno, algo así como un 4×4 versión «la puntita, nada más» que, bueno, quizá tenga su gracia. Pero eso no es importante.

Lo verdaderamente despatarrante es el texto, toda una muestra del cociente intelectual de algunos creativos publicitarios y de los transtornos psiquiátricos de los que muerden el anzuelo de semejantes reclamos. Reproduzco íntegramente el texto:

La naturaleza puede ser aburrida. O no.

SEAT presenta el Nuevo Altea Freetrack 4. Toda la fuerza, la seguridad y el confort del mejor todocamino (sic). Con motores de hasta 200 CV, chásis ágil, tracción 4×4 con embrague Haldex para conducir más allá del asfalto, sistema de entretenimiento multimedia RSE que hará las delicias de los ocupantes de las plazas traseras -y de las delanteras-, ESP, hasta 8 airbags, climatizador bizona, sensor de lluvia y parking, faros bixenon con sistema AFS, MP3 y bluetooth con mandos en el volante y todo lo que uno necesita para disfrutar al máximo de la naturaleza.

Eso mismo: de la naturaleza.

Habría que volver a la práctica de la lobotomía. Al menos, sobre algunos.