«Coño, Javier, cómo te pasas con los políticos; es que no les das ni un milímetro de margen». Este es un comentario que oigo con alguna frecuencia entre mis lectores allegados, es decir, los que de un modo u otro tienen más o menos habitual contacto personal conmigo; curiosamente esa petición de cuartelillo para los sátrapas no parece producirse entre mis lectores telemáticos o, al menos, no se refleja en los comentarios de la bitácora ni en los que me envían a mi cuenta de correo electrónico.
Alguna vez, sobre todo cuando en un corto margen de tiempo me llegan dos o tres comentarios así, me planteo si no será cierto, si no seré demasiado duro, si no me estaré pasando. Pero, de forma igualmente sistemática, cada vez que mi espíritu flaquea en la agresividad contra los políticos éstos cometen alguna trapazada que me conduce al punto opuesto: aún soy demasiado blando y esa blandura únicamente se justifica porque si fuera un milímetro más allá de lo que voy correría el riesgo de ser víctima del juego de sociedad de moda, la demanda por injurias, por intromisión al honor o por cualquiera de esas estupideces ad usum.
A ver, por simple ejemplo, si esto no es para entonar un cagontó de aquellos buenos. En Barcelona culmina una fase de unas obras del metro que han de inaugurar el inevitable alcalde y alguien de la Generalitat, sea el presidente, sea el conseller de Obras Públicas, sean ambos (que me parece que acabaron siendo ambos). Se produce un despiste y la tuneladora, en lugar de detenerse unos poquísimos metros antes de terminar el túnel y entrar en el pozo por el que va a ser extraída, pues nada, tira millas y termina el túnel. ¿Cuál es el dramático efecto del despiste? Pues que se cae (y más bien de culo) la mise en scène que se habían autopreparado los prebostes, sobre la base de estar allí bien peripuestos (chas, foto por aquí, chas, foto por allá, qué buenas son las hermanas dominicas que nos inauguran el metro, chin pom), discursito de autobombo personal y partidista (¡mecachis, qué guapo soy, cojones, que no me beso porque no me llego, que es que no me merecéis, joder, no me merecéis!) y en ese momento la tierra tiembla, el talud parece que se derrumba y emerge gloriosa la tuneladora de las entrañas mismas de la tierra. En el día de hoy, jodido y descalzo el partido rival, la maquinona ha terminado de perforar el ominoso túnel; la obra ha terminado.
¿Su gozo en un pozo? ¡Qué va, hombre! La casa es potente y no repara en gastos, sobre todo habida cuenta de que pagamos nosotros y teniendo bien presente también la «doctrina Dixie», según la cual el dinero público no es de nadie. Alegría de la vida y del crédito presupuestario. Se echa para atrás la tuneladora, se reconstruye el talud y todo queda como habría debido quedar en el imaginario ideal, a la mayor gloria de los barandas. La cifra del coste de la broma es cambiante («flexibilidad presupuestaria» deben llamarle a eso): según unos medios, un poco menos de 20.000 euros; según otros, la cosa podría llegar a los 300.000. De un modo u otro, una buena e innecesaria cantidad de millones de las viejas.
Como si esto no fuera bastante grave (se ve que esto no es corrupción, ni prevaricación, ni nada de nada), cuando la cosa trasciende y se monta el escandalillo (porque la gente ya está lacerada y, en un entorno administrativo abarrotado de cuñados y de tresporcientos, una tuneladora que da un, dos, tres, un pasito p’alante, María, o un, dos, tres, un pasito p’atras, ya no quedan ni ganas de montar una gorda por esa fruslería), alguno de los políticos afectados (o, más propiamente, enmerdados) responde, sin despeinarse ni nada, que no es para tanto, que eso es una práctica frecuente, común y corriente. O sea que, encima, nos toman por imbéciles.
Y yo hace tiempo que me estoy preguntando si no lo seremos realmente.
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Llevamos una o dos semanas en un plan clerical que atufa. Pero descanse (mejor en paz) el clero católico, porque esta vez la batalla no tiene que ver con la horda apostólica y romana sino con sus colegas del otro lado del globo, los seguidores de ese señor tripudo que tiene nombre de isla del delta del Ebro.
En efecto, la clerigalla budista la está liando gorda en Birmania. Bueno, de hecho, cuantan las crónicas que en Birmania hay una dictadura militar parece que tirando a feroz y el pueblo -aunque eso del pueblo quisiera verlo yo, dicho sea únicamente a título retórico y no intencional- quiere cepillarse a tan tiránico régimen. Lo que pasa es que todos los tíos estos de las túnicas se han echado al monte y encabezan los actos de protesta contra los militronchos.
Yo no es que les quite la razón de fondo, pero es que a mí me da repelús ver a los curas (sin distinción de confesiones) entrando a saco en el siglo, esto es, en la vida civil. Quizá sea debido al protagonismo de los curas, o de algún sector de ellos, en algunos hechos luctuosos del pasado (las guerras carlistas, por ejemplo) y en algunos del presente, como el nacionalismo vasco, el catalán y la inducción o protección, cuando menos en épocas no tan lejanas, del terrorismo vasco. Y si miramos hacia la COPE, a la conferencia episcopal y a Rouco, también debemos, en justicia, adjudicarles un papel relevante en el nacionalismo del toro coñaquero. O sea que estos tíos, cada vez que salen de las iglesias (y no pocas veces sin siquiera salir de ellas), dan por el culo concienzudamente. Pero que no se deduzca de ello una especial animosidad contra el clero católico: es de aplicación también (y con letras grandes) al clero islámico, al clero protestante (ve a verlo en Norteamérica) y sospecho que también al clero budista.
Sucede esto, el lío de Birmania, una semana después de que el Dalai Lama -una especie de sumo pontífice de una parte, o sea, secta, de la cosa asiática- se diera una vuelta por la Catalunya irredenta, metiera las narices donde no le llaman con nuestros asuntos internos y, eso sí, hiciera babear a todo el personal (aguanta) izquierdoso, progre, independentista y, en fin, toda la peña esta.
Ese tío me cae gordo, a qué engañarnos. Yo no sé por qué se pone al Papa como chupa de dómine -con buenas razones, en muchos casos- y ese elemento tibetano circula por ahí bajo palio ideológico como si fuera -¿mejor o peor dicho?- la hostia consagrada.
Yo no creo que los tibetanos, ahora bajo la bota china, vivan bien; no creo que vivan bien porque si los propios chinos no viven bien, con mayor razón vivirán mal los habitantes de los países sojuzgados por esos chinos; y aunque se viva materialmente bien, ningún pueblo es razonablemente feliz si vive ocupado por una potencia extranjera que, además, está encarnada en un régimen que no se anda con remilgos a la hora de imponer obediencia, disciplina, patadón y tentetieso.
Pero, esto dicho, no creo que tampoco bajo la teocracia lamástica fuera Tibet una arcadia feliz: eso era una dictadura -teocrática, como queda dicho, que son las peores- y, además, ni siquiera era una dictadura moderna sino un régimen feudal: los tibetanos eran siervos de la gleba sometidos a la bota feudal del monasterio más cercano. Creo, por tanto, que, en cierto modo, contra los chinos viven algo mejor; y si, como es de desear -siempre que ellos también lo deseen, que eso también quisiera, retóricamente, verlo-, se quitan de encima a los hijos de Mao, harían bien proclamando una república, constituyendo su propia hacienda pública, su economía privada sobre bases eficientes y los curas que digan misa… a lo sumo.
En el mientras tanto, toda una corte de curas de esos rapados y con túnica, se anda paseando por el mundo (y presumiblemente de gorra) cobrando hasta por dar los buenos días: para asistir a la conferencia que dio el Dalai en cuestión en Barcelona, había que aforar veinte eurazos (20 EUR). Para la causa, faltaría más, pero el tío, con la coña de la causa, va haciendo turismo y siendo saludado como el máximo exponente del buen rollo. Ya ves qué facil: clamar por la libertad del Tíbet y de Catalunya y hacer que el Carod mee Agua Brava.
Menudo gremio, este también…
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A vueltas con la anorexia otra vez. Bueno, esta vez no la han tomado con Internet sino con un anuncio publicitario en el que sale una señora anoréxica en pelota picada. Interprétalo como puedas y ahí está el problema. Por una parte, se quiere (quieren unos) que el anuncio constituya una llamada de atención sobre un problema grave y dramático que afecta a cada vez más personas (la mayoría mujeres y la mayoría muy jóvenes, cada vez más jóvenes, apara agravar aún más la situación); pero otros, a su vez, acusan al anunciante de utilizar la enfermedad en su provecho, protestan porque sostienen que la truculencia es contraproducente y no ha faltado quien ha acusado al fabricante de falsario y de formar parte de la causa del problema en tanto que vende ropa cuya talla mayor es la 40.
La zalagarda liada con el tema es singularmente oportuna -o inoportuna, depende del punto de vista- porque, simultáneamente, se está celebrando la pasarela Milán (un verdadero desfile de anoréxicas, sólo hay que mirar a las modelos para verlo) y está a punto de tener lugar la pasarela París, tan pronto la de Milán termine, poco deseosa de verse implicada en la polémica.
Como no hay bastante, resulta que esos días se celebraba en Italia el festival agropecuario de elección de la res más representativa de la ganadería femenina de la nación presentada a concurso, que ya bajaba calentito porque uno de los miembros del jurado había pretendido inspeccionar los cuartos traseros de los semovientes, lo cual ha provocado la protesta de no sé cuántas mujeres (mujeres de verdad) que han acusado al tío en cuestión de creerse en un concurso de ganado (¡ah! ¿y no era eso?), a lo que el otro ha replicado que no ve por qué ha de ser aceptable mirar a las reses por delante, pero no por detrás. En definitiva, y para acabar de joder la marrana, resulta que -no sé si viéndoles el culo o sin vérselo- han elegido ganadora a otra elementa que no llega a los 40 kilos y que está clara y notoriamente desnutrida, con lo que el escándalo ha vuelto a subir de tono. Y menos mal que esas sólo quieren la paz del mundo (muchos rusos, en Rusia).
Intereses comerciales, desprecio por la dignidad humana… He aquí el problema, más que una foto en un anuncio o unas páginas en Internet. Resulta que es imprescindible obligar a todo el mundo a dejar de fumar o limitar la velocidad máxima en autopista, pero no hay ninguna pega en que los padres vivamos un sin vivir por causa de este problema que, a muchos, nos preocupa casi más que las propias drogas: la anorexia no desestabiliza los presupuestos de la Seguridad Social, así que, adelante, dejemos que los pedantes del diseño de moda (¿podrá concebirse industria más inútil?) protesten porque -cuando se les intenta limitar el mínimo de masa corporal- no pueden organizar desfiles con «gordas» (porque para alguno de esos, una señora de 170 centímetros que pese sesenta kilos está gorda como una vaca). Nuevamente -y como siempre- los políticos más pendientes de intereses sectoriales minoritarios que de los intereses de la ciudadanía.
¿Ves cómo no puede haber cuartelillo?
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Pues listos por hoy, primer jueves de otoño, que, a ratos -sólo a ratos- hasta ha parecido realmente de otoño y todo. Dentro de un orden, no vayamos a exagerar, como alguna que otra que ya ha sacado la peletería del armario porque esta mañana, a las ocho menos cuarto, estábamos a 16 grados.
El próximo jueves, por seguir con los ordinales, será el primero de octubre, día 4 del mes y estaremos ya metidos en el último trimestre del año, qué barbaridad, ayer jurando bandera y mañana la nena mayor en la universidad, ya decía Mafalda que nunca se sabe si vamos llevando adelante la vida o es la vida la que se nos lleva a nosotros por delante.
De cualquier modo, la que sí sigue adelante es esta bitácora que seguirá dando caña de aquí a entonces.
Y usted que lo vea.