Archivo mensual: octubre 2007

El mono Rompetechos

Un mico -de raza chimpancé- se escapa de sus cuidadores y se mete en una carretera. Una patrulla de los Mossos d’Esquadra, que acierta a pasar por allí en ese momento, se detiene a ver qué pasa. Y lo que pasa es que el mono de las narices anda importunando a los automovilistas, golpeando los coches y tal, o sea, poniendo en claro peligro la seguridad del tráfico rodado y de los ciudadanos. Los agentes empiezan a cazar moscas (figuradamente, claro). En un momento determinado, el mico se dirige hacia uno de los mossos y el cuidador le dice que se tire al suelo, que no pasa nada (¿qué cojones es eso de «tirarse al suelo» para que no pase nada?). Pero el mosso no lo ve claro, no le gusta la cara del bicho, desenfunda y pam-pam-pam-pam, cuatro tiros del 9 Parabellum, muerto el mico se acabó la rabia y que vengan los veterinarios de anatomía patológica a ver si pueden aprovechar algo de la mortadela.

Ah, pues no. El mosso es una especie de psicópata peligroso que se ha cargado por la cara a un animalito inofensivo y benefactor de la Humanidad que, encima se llama «Pancho» (¡la leche! ¡contexto racista!). Procede, por tanto, suspender al mosso y ponerlo a disposición del tribunal de la Haya competente en materia de crímenes contra la Humanidad (la Monidad, en este caso), porque lo único que pasó es que el bichejo ponía cara fea porque era miope y el guardia se pasó tres pueblos. Nada, expulsión del Cuerpo con deshonor (que le pinten una raya amarilla en la espalda, al muy matamicos). Y para que esto no vuelva a pasar nunca más, se implante en la Academia de Policía de Catalunya la asignatura obligatoria de Oftalmología Orangutánica, a fin de que todos los mossos sepan en el futuro distinguir a la perfección entre un mono miope y un elefante con hemorroides.

Hay que joderse. Como se le cause la menor molestia al mosso por culpa de un mono de mierda que estaba claramente atemorizando a ciudadanos pacíficos y paganos de sus impuestos, habrá que joderse.

Con esto del buen rollito, se están sobrepasando todas las fronteras del ridículo.

Corrida desigual

He seguido con atención el resumen de la sentencia del 11-M, que ha tenido dos partes muy claras.

Una primera parte, en la que el tribunal ha desmontado, punto por punto, milimétricamente, la famosa «teoría de la conspiración» que, después de llevar tres años y medio dando carraca y amargando a todos los españoles más de lo que ya estamos con muy buenos motivos, ahora va a resultar que no ha formulado nadie.

Un excelente trabajo del tribunal y muy especialmente de su presidente, que insufla un buen balón de oxígeno a la nada boyante credibilidad de la Justicia española ante sus propios ciudadanos y que merece, en parangón taurino, las dos orejas y el rabo. Sin vacilar.

Una segunda parte, consistente en las condenas propiamente dichas, que nos ha dejado a todos, creo yo, muy sorprendidos con algunas absoluciones y con alguna calificación, que han dado lugar a sentencias claramente muy benéficas en algunos casos, quizá en demasiados casos. Siguiendo con el símil taurino, silencio.

No obstante, no sería coherente decir que el tribunal ha sido eficiente y coherente para unas cosas y no para otras: hay que aceptar la sentencia en su totalidad y yo creo que, en su globalidad, y a reserva de leer la sentencia íntegra (cosa que, en principio, tampoco tengo intención de hacer, si bien sí en alguno de sus tramos), es una sentencia positiva y hasta ejemplar. Las benignidades en la adjudicación de algunas autorías y complicidades, en todo caso, podrá paliarlas debidamente el Tribunal Supremo cuando vea los recursos de casación que, con casi toda seguridad, interpondrán la práctica totalidad de las partes (salvo los absueltos, claro está).

Lo que sí ha quedado con el culo al aire, sin benignidad alguna posible, es la mala fe de los dirigentes del PP y el engaño que pretendieron endiñarnos el 11-M. Brincaron de entusiasmo cuando conocieron el atentado, celebrando que éste les prorrogaba una mayoría absoluta que no tenían nada clara. Cuando fue evidente que la naturaleza del atentado no les beneficiaba, intentaron sostener un engaño que, en realidad, era insostenible, pero que sólo hacía falta que aguantara de pie apenas cuarenta y ocho horas. No resultó, y ese premeditado y alevoso sostenella y no enmendalla fue, en definitiva, un puntapié en sus propios cojones: no sólo no accedieron a la mayoría absoluta sino que perdieron unas elecciones que, en principio y antes de cagarla, tenían previsiblemente ganadas aún en minoría. Locos de frustración, han corrompido la ya de por sí nada boyante política española en estos años y han generado tensiones brutales en un país donde las tensiones han acabado demasiadas veces mal. Lo habrán de pagar, sin duda.

Sin perjuicio de otras responsabilidades morales y políticas -que las hay, muchas y muy graves- la imagen de Acebes quedará fijada para siempre en la Historia de España como la de la mendacidad y la del oprobio.

Y dale recuerdos a Fernando VII, Angelito.

Miedo a la red

El cole de mis hijas forma parte de un colectivo de escuelas cristianas bajo cuyos auspicios el centro lleva a cabo una actividad útil e interesantísima -que tiene muy buen predicamento entre los padres- denominado FEAC (Família-Escola: Acció Compartida). El invento consiste en la formación de grupos no excesivamente numerosos (veinte personas, a lo sumo) integrados por padres y profesores de niños o jóvenes del mismo nivel educativo (educación infantil, primaria o secundaria; no hay FEAC para bachillerato, al menos en ese centro) que celebran unas reuniones periódicas -más o menos mensuales-, de una hora y media de duración a lo sumo, en la que, alrededor de un supuesto práctico que se propone unos días antes, se ponen en común diversas problemáticas del mundo infantil y adolescente y se analizan conjuntamente a fin de que la escuela y la familia den respuestas coherentes y coordinadas a un mismo fenómeno. Sencillo y práctico ¿verdad? Supongo que otros centros no integrados en ese colectivo llevarán a cabo una actividad similar y, si no, ahí tenéis una buena sugerencia para el de vuestros hijos.

Un positivo efecto secundario de estas reuniones es que se traba un conocimiento muy exacto de las actividades educativas de los demás padres -entendidas tales así, en general-, lo que ayuda a ubicar y contextualizar la propia: tú estás viendo, en cada caso, cuál es la tendencia general de la acción educativa familiar y asumes que, igual que tú, la está viendo el profesorado que, aunque utilizando las técnicas de corrección que estime necesarias, lógicamente actuará en consecuencia (es, precisamente, el objecto del FEAC). Por tanto, tú también deberás realizar correcciones tácticas para que tus propias hijas formen parte de esa homogeneidad que se pretende. Y ojo, que digo «homogeneidad» y no «uniformidad», no nos confundamos…

He notado muchas cosas en estas reuniones a las que asisto en este curso por cuarto año, pero la más característica, la más repetida, la más constante, la que no cambia, la que no no evoluciona, es el repelús que, en términos generales, produce la red. No hay casi nadie -muy, muy pocos- que la vean claramente como algo positivo; hay una minoría -también, afortunadamente, muy pocos- que la combaten frontalmente como origen de todos los males; y una inmensa mayoría no rechaza la red o, al menos no exterioriza el rechazo, pero se siente incómoda ante el fenómeno, asume su irreversibilidad y su crecimiento probablemente exponencial, pero pone demasiado en primer plano sus inconvenientes.

Ayer me lancé a un pequeño y breve discursito sobre el particular, sobre la base de que, efectivamente, la red tiene sus inconvenientes pero que hay que asumirlos de la misma manera que se asume -por más que se intente paliar, como, por otra parte, también se intenta en la red- que el tráfico por carretera tiene un coste en vidas humanas; dije que la red supone un cambio de usos en la tarea escolar, usos que pueden no gustar, cuando menos en parte (los «copia y pega» de Google, el Rincón del Vago, el intercambio de documentación -deberes resueltos, por ejemplo- a través de mensajería instantánea, etc.), pero que, positivas o no, estas son las reglas del juego en el futuro y que, a medida que el tiempo pase lo van a ir siendo muchísimo más aún, y que es inútil clamar por una autoridad pseudodivina que regule la red, ni en su todo ni por partes, por más educativas que sean (con esas ideas, no es sorprendente que vayan surgiendo como setas en otoño los proyectos «Gran Hermano», y no hablo de Basura 5) porque esa aclamada autoridad lo tiene técnicamente muy mal, hoy por hoy, y, además, porque somos muchos los que estamos luchando mucho para ponérselo difícil al «gran jefe supremo de todas las libertades cambiadas por seguridades».

En fin, entre protestas de que no, que todo el mundo veía la red como algo fabuloso (resulta curioso que sea difícil averiguar a qué le tienen más miedo, si a la red o a parecer demodées), fui reducido al silencio (al silencio sobre el tema) porque mi discurso se apartaba de la cuestión (cosa que es parcialmente cierta, pero también es verdad que las temáticas nunca son rígidas y se empieza hablando de una cosa y se va derivando hacia otras). No lo digo porque me sienta víctima de una conspiración, nada de eso, no me sentí «silenciado» en la peor acepción de la palabra, pero encuentro muy curioso que de este tema se huye, y se huye a todo gas, además. En estos tres años -este, obviamente, empieza- nunca se ha planteado la intersección red-alumno-escuela-familia como eje central de una sesión FEAC y yo no puedo evitar la impresión de que, en este entorno, sencillamente se evita, como se evita un mal olor.

Hay un problema de ignorancia: la red se ha instrumentalizado, en el sentido de que la mayoría de la gente la ve según la usa sin detenerse a meditar la trascendencia o la importancia de otros usos que no son los suyos pero que pueden determinar cambios, cambios de actitudes o cambios sociales. Y ya que hablamos de ello, hay miedo -y si no es miedo es animadversión- precisamente ante el cambio social, cultural e incluso político que está suponiendo y que va a suponer más aún la red. Este miedo o esta prevención vienen dados, sobre todo, por la incertidumbre; el ser humano ha aprendido a vivir sobre previsiones y la incertidumbre, si no se sabe gestionar (y casi nadie sabe), tiene un efecto destructivo peor que la dinamita. Y el caso es que, efectivamente, nadie, ni siquiera los que estamos más pendientes de ella, sabemos a dónde la red va a llevar a la sociedad, con lo que se genera el miedo irracional pero sistemático (históricamente sistemático).

Hay un problema también de control: muchos padres ven la red como algo que desliga a sus hijos de su autoridad. Conscientes de su ignorancia en la cuestión, tratan de defender su parcela de control familiar intentando mermar la influencia de la red. Y volvemos otra vez a la incertidumbre (mucho más comprensible en este caso): el desconocimiento de lo que hacen los hijos en red y la imposibilidad (ficticia) de acceder a la tecnología que permita ese necesario conocimiento, tortura a muchos padres (y, en menor medida, pero también, a algunos docentes).

Eso aparte, hay un problema añadido de conceptos democráticos mal asumidos y de frustraciones paternofiliales que muchos padres están asumiendo innecesariamente. En las charlas que doy de vez en cuando sobre estos temas, muchas caras se sorprenden (después, incluso, se iluminan) cuando digo que la supervisión de las comunicaciones de los hijos menores no sólo es un derecho de los padres sino también un deber; me doy cuenta, entonces, de que estoy diciendo algo que muchos piensan y que no se atreven a expresar. A partir de ahí, cuando les enseño algunas técnicas -sencillas, no me dedico a formar hackers– para el control de las comunicaciones de los mocitos -sobre todo en orden a saber con quién, más que el qué, no se trata de perturbar su intimidad sino de velar por su seguridad- la atención a mis palabras adquiere casi la misma intensidad que el ansia con que el sediento bebe agua tras dos días sin probarla.

Tengo muy claro, por tanto, que, por encima de cualquier otra cosa, estamos ante un problema de conocimiento o, mejor dicho, de desconocimiento. A medida que el desconocimiento se cae, que los padres van sabiendo mejor qué terreno están pisando, la desconfianza hacia la red cede en la misma proporción. No puedo entender, por tanto, que en algo que, en la superficie o en el fondo, preocupa tanto, que es objeto de tanto rechazo y de una cierta angustia causada por la incertidumbre y por el desconocimiento, se mantenga en el limbo como si fuera algo tan fuera de control como la meteorología misma. Pero, por más que el avestruz esconda la cabeza bajo el ala, el problema está ahí y, tarde o temprano será insoslayable.

¿Por qué no afrontarlo cuanto antes?

Barrena

Nuevamente, el director de «El Periódico» -vaya racha llevas, macho…- autoriza la inserción de un artículo firmado por un tal Xavier Barrena en el que se vuelve a confundir el culo con las témporas, ya no sé si por pura ingnoracia (¿se puede ser tan ignorante?), por simple mala fe o por afán de servicio al populismo barato que está caracterizando las últimas ediciones de este medio con larga tradición -casi fundacional- de emulación de tebeo.

Hoy la toma con YouTube, al que califica de «portal del escarnio público». Por supuesto: date cuenta de que los centenares de miles de vídeos que hay almacenados en esa página tan popular, están mayoritariamente dedicados al escarnio público, a la mofa de las embarazadas y a la burla de los ancianos. Es obvio ¿no?

Mi inteligentísimo tocayo remonta la filosofía de YouTube nada menos que a Alfonso X, rey conocido -al menos para el Barrena- por el uso intensivo de la picota. Bien por el bachillerato, bien… De ahí, y pasando por el interesantísimo y trascendental dato de que aún se instaló una picota en 1817 en Soria (desde hoy, miraré a Soria y a los sorianos de otra manera, fíjate tú) la traslada directamente desde el XIX de la capital castellana al XXI en red, sobre el portal Youtube, del que dice que es una «nueva picota donde deshonrar la imagen no de delincuentes sino, simplemente, de cualquiera que por cualquier motivo caiga mal a alguien». Y si alguien cree que descontextualizo, he empezado por enlazar al artículo para que cada cual vea por sus propios ojos.

En fin, esto no es grave: es una cretinada cualquiera que, desde luego, no alterará la trayectoria de los planetas del sistema solar, aunque probablemente confundirá bastante a las todavía demasiadas personas que ignoran lo que es Internet, la mayoría de ellas por ese temor atávico a los cambios, temor sembrado o abonado por artículos como los del niño este…

Lo que pasa es que, a continuación, nuestro héroe se regodea con algún ejemplo, y en él, hace honor a su apellido como un mal picador. Habla de las vejaciones a profesores y se explaya sobre las denuncias de los sindicatos correspondientes respecto de los vídeos subidos a YouTube en los que se exhiben burlas o incluso agresiones a los profesores por parte de los escolares. «El alud es imparable», truena, apocalíptico, Barrena. Y, seguidamente, se queja de que en YouTube no hacen nada para detener la abominación so pretexto de que carecen de personal para controlar eso.

No conozco las interioridades organizativas de un negocio como YouTube pero me figuro que si tuvieran que atender todas las quejas que les llegan, necesitarían unas doscientas mil personas para darles curso, y aún así no darían el abasto; más que nada porque es muy difícil, en un primer momento, distinguir una queja obvia, sangrante, de algo verdaderamente duro, de la de un pejigueras como debe haber a paletadas que quieren que se saque de ahí algo que no les gusta sin tener derecho a ello (porque han quedado feos o porque la parienta se entera de la pinta que tiene la fulana porque han sido «cazados» inopinadamente entre el público que ha presenciado un atropello); o simplemente por ofensas de esas a las que tan propensos son algunos: ¿cómo osan exhibir un vídeo en el que se ve la efigie procesional de San Cogorcio del Firluyo pasando por delante de una pájara en top less?

Lo que no se le ocurre al Barrena es que para que unos hechos desagradables lleguen a YouTube, lo primero que tiene que pasar es que esos hechos se produzcan. Y que si el alud de maestros escarnecidos por alumnos hijaputescos es imparable, será que tenemos un problema gordo y grave, pero no en YouTube (eso es lo único que ven los gilipollas) sino muchísimo antes de llegar a YouTube.

Jugando al progre de mercadillo de feria barata, es mucho más fácil atizarle al mensajero que afrontar el problema de la crisis de autoridad en los centros de enseñanza (basada, entre otras cosas, en la repugnancia que a los pringados del buen rollito les genera en sí misma la palabra «autoridad», precisamente) y que las dichosas leyes del buen rollito, promovidas por los mastuerzos de rigor, dejan completamente desarmados a los cuadros docentes y en manos de una corporación de auténticos hijos de la gran puta a los que hay que tratar como huevos crudos cuando lo menos que procedería con ellos es la rehabilitación de los pelotones disciplinarios de la Legión. Que sí, que ya lo sé, que los hijos de puta son una minoría, pero es que bastan uno o dos por grupo para amargar la vida a todo un claustro. Y de la misma manera que el chulo aquel pudo atizarle a una niña en el metro sin que nadie hiciera nada, los hijos de puta escolares, sí, tres o cuatro, funcionan impunemente ante trescientos o cuatrocientos testigos. Y como les sacudas el puntapié en los cojones -que es el mínimo que merecen, sólo para ir empezando- prepárate porque te cae encima todo el peso de la ley… y de los plumillas de «El Periódico».

Quiero darle al autor del papelote este el beneficio de la duda, quiero pensar que es un reportero de infantería o un becario al que le han ordenado que escriba algo poniendo a parir a YouTube (que es la moda y lo que suponen que vende estos días) y que el hombre se ha echado al coleto la misión pensando más en los mil euros de fin de mes que en las glorias de la profesión. El que esté libre de algo parecido, que tire la primera piedra. Pero habrá que estar atentos al futuro curriculum de este hombre porque, como eso haya sido de libre iniciativa del Barrena, nos espera un futuro lleno de cabreos… y de risas.

Vaya gremio…

Mira que lo dijimos…

Bueno, bueno, bueno… Parece que las cosas están viniendo a las nuestras. No donde es más urgente que vengan, porque el mando en tropa que tiene la camarilla del apropiacionismo en las instancia gubernamentales y parlamentarias es palmario, pero sí en lo implacable, en el mercado.

Hace años que venimos -muchos, muchísimos- pronosticando que el negocio del disco se hundiría no por la piratería, que nunca ha sido un verdadero problema y sí un clamor llorón y falsario del apropiacionismo para compelir a los gobiernos a un mayor proteccionismo, a mayores subvenciones, a cánones ilimitados y, en definitiva, a la consagración ad libitum de su poder y de su chollo sopabobesco, sino por las propias dinámicas de una sociedad cada vez más sumergida en lo digital. El disco, como tantas veces ha dicho Dans, es un chafarriñón del siglo pasado, una marranada tecnológica -a estas alturas de la película- y un artilugio batueco y patético de presencia sólo digna en un museo de antigüedades, como los pololos de la bisabuela. Hoy, por ejemplo, ya no se ve a nadie por la calle con un discman colgado de su cinturón y, si alguno saliera con ese trasto, sería mirado por sus conciudadanos como se mira a un hombre de Neanderthal.

Pero es que el disco supuso algo más que un soporte; fue un instrumento de dominio de una industria oligopólica. Instrumento de dominio del consumidor e instrumento de dominio de los autores. El disco (da igual, para el caso, que fuera el vinilo, la cinta magnetofónica o el disco compacto para lector láser) era un elemento material, de producción costosa y de distribución controlable y, de hecho, controlada. Por eso, una decena escasa de grandes industrias imponía su ley en el mercado, secundada por unos pocos centenares de marcas medianas y chiquititas que completaban los nichos de mercado que dejaban las grandes (obviamente, con el permiso de éstas).

Controlaban el mercado, pero también la cultura, teniendo en cuenta que también juegan en el asunto las productoras cinematográficas -misma marca, muy frecuentemente, que las discográficas- y su soporte, el DVD: no es que esas empresas fueran las únicas que podían llenarse los bolsillos, no era una simple -aunque jugosísima- cuestión de dinero, sino también de poder; estas empresas nos imponían, a través de la unidireccionalidad ideológica de sus contenidos, unas formas de vida, unas normas de comportamiento y hasta una manera de pensar (aquello que hemos dado en llamar «lo políticamente correcto») y, por ello, la dictadura de estas empresas alcanzaba a lo político y a lo social. Un perfecto círculo cerrado en cuyo interior sólo había -hay, todavía- unos pocos. Por eso digo que la piratería (la de verdad, el top manta) no les ha molestado nunca porque era un negocio residual, de perfil económico muy bajo, que, además, no les mermaba ni un gramo de ese poder porque hasta el top manta depende de él: obviamente, los negretes de las mantas venden copias pirata de lo que ha promocionado el oligopolio y no de otra cosa.

Estando así las cosas, la red tenía que ser su principal enemigo. No las redes P2P: ellos han sabido siempre que las redes P2P también responden, en lo que a la cuantificación masiva se refiere, a la imposición cultural del oligopolio y, aunque las descargas hayan causado un desmoronamiento de los beneficios económicos directos, es decir, los obtenidos mediante el suministro de contenidos -cine y música, principalmente- no han mermado ese poder político que les transfiere beneficios mucho más importantes -ingentes- por otro lado y ese lado es toda la ingente industria del consumo que promueven a través del dominio cultural. Gustosamente regalarían los contenidos -algunas marcas, Disney, por ejemplo, ya lo hacen- siendo como éstos son la garantía de enormes beneficios derivados de ese control cultural tan profundo como se ha descrito. Esa es la razón por la que siguen siendo poderosísimos y por la que controlan -mediante simple compra o,en su defecto, por extorsión- altas voluntades, altas jerarquías, muchísimos gobiernos y parlamentos y una infinidad de centros de poder grandes y pequeños.

La red, así, ampliamente entendida, tenía que ser forzosamente su enemigo porque en ella el libre debate y el libre intercambio, de contenidos, sí, pero también de ideas, de noticias, de recuerdos, de viviencias, hace que ese control cultural y, digámoslo claro, ideológico, del que disfrutaron durante la práctica totalidad del siglo XX (aunque, sobre todo, en su segunda mitad) se les vaya de las manos como arena entre los dedos.

Por eso intentan controlar directamente la red. Instaurando trazas que permiten el seguimiento de flujos ideológicos; cargándose la neutralidad en red, por ejemplo, podrán controlar esos flujos abaratando los deseables y encareciendo los que quieran restringir (la opinión seguirá siendo libre, pero, si no nos gusta, será más caro divulgarla) y hasta reservándose espacios de censura y de control directo con los pretextos más peregrinos, el más celebrado de los cuales es el terrorismo. Tengo ganas de pillar el libro sobre la doctrina del shock que acaba de publicar Naomi Klein porque creo que sus tiros van por ahí mismo. La neutralidad en red, en todo caso, y sépase de una vez, no es un problema de dinero -que también- sino, sobre todo, de libertades, de libertades básicas.

Decía que el P2P no les inquieta, en realidad, salvo en lo que se refiere a una parte quizá sensible pero no sustancial de sus enormes ingresos económicos; que les resulta rentable defender, desde luego -y lo hacen con toda la artillería de que disponen, que no es poca-, pero que no es crucial para su supervivencia y para el mantenimiento de su poder. Lo que sí les puede costar carísimo, lo que les puede costar nada menos que ese poder, es la independencia de los creadores, es el hecho de que los autores de contenidos puedan utilizar la red para puentearles y, lo que es peor, para puentearles en pie de igualdad. Ya no serán ellos quienes dirán «este sí, este no», sino que seremos nosotros, los destinatarios de su trabajo; que, además, unos por otros, rechazaremos muy poca cosa porque, en una población de miles de millones de personas, hay gustos para todos, para que todos salgan adelante con dignidad y hasta con holgura; incluso es posible que siga habiendo millonarios. Pero, claro, el problema de eso es que tanta diversidad impide ese control unívoco de la cultura y del pensamiento.

Dentro de lo mismo, pero bajando unos cuantos -no muchos- escalones está lo que parece el primer movimiento de algo por lo que también hemos clamado largamente los activistas de la red: la rebelión de los creadores contra sus explotadores (discográficas y sociedades de gestión pesetera de propiedad intelectual) y la alianza con sus seguidores, con su público, con sus clientes. Je, y funciona. Es que ya lo habíamos dicho.

Estos últimos días ha sido noticia, aparte del escándalo de las empresas paralelas (y ocultas) con las que la $GAE camufla el engaño sobre su insaciable ánimo de lucro, el enorme éxito de Radiohead logrado a base de colgar su música en la red y entregarla al precio que libremente quiera pagar su cliente (precio que incluye el 0, o sea nada), con lo que ha llegado a ganar una pastísima enorme en poco más de una semana, logrando, encima, que el equivalente de un disco se haya pagado -en ese régimen- a una media de 8 dólares, muchísimo más de lo que ingresaría con una discográfica a igual número de ventas (entendiendo como tales también las que ha regalado). Pero es que no son el único caso. Mucho más modestamente -pero también con un crecimiento asombroso- hay otras iniciativas colectivas de éxito. Supe esta misma semana, gracias a Barrapunto, de la existencia de Jamendo una web que soporta más de 5.000 discos virtuales bajo licencias gratuitas o incluso libres; y, encima, cuando, pletórico de entusiasmo, lo anoto en «El Incordio» y lo añado a mis enlaces, me entero, además, de que la noticia es vieja. Y también supimos estos días de la existencia de una iniciativa más reciente: el portal 127, también dedicado al servicio de contenidos libres o, cuando menos, gratuitos y divulgables. Por no hablar de otros, algunos de los cuales pueden verse en los enlaces de la sección «Contenidos copyleft» de esta misma bitácora, que, lo veo con creciente felicidad, se está quedando muy atrasada: es una sección con un futuro muy voluminoso cuya expansión en «El Incordio» no está, en absoluto, respondiendo a la realidad.

La noche de la ominosidad apropiacionista parece que va a llegando a su fin. Parece que los autores van detectando, cada vez en mayor número y cada vez con mayor claridad, quiénes somos realmente sus amigos y quienes sus enemigos. Lo dijimos. Lo dijimos muchos. Pero no somos -o no somos todos- una corporación de sabios clarividentes. Somos, sencillamente, gente que nos pusimos, simplemente, a mirar la red tal como era y a imaginar sus posibilidades inmensas.

Y, afortunadamente, no fuimos los únicos con imaginación.