Archivo mensual: agosto 2010

El timo del aula digital

De la serie: Correo ordinario

Dentro de una semana empezará el nuevo curso escolar. Al menos en Cataluña, porque con esto de que cada autonomía hace lo que le da la gana en la materia, conviene especificarlo.

Y empieza mal, cuando menos para mí, que arrastro una mala leche de aquí te espero. Ayer fui a la Caixa (encima, a la Caixa, sin otra opción posible), a aflojar los 150 euros de la mierda de ordenador de necesaria uniformidad reglamentaria para el 2º de ESO del cole de mi hija pequeña. No sé cuántos coles más estarán metidos en el charco; sé que no todos, pero no sé si los encharcados son muchos o son pocos, mayoría o minoría. Olvido decir, perdón, que mi hija va a un cole concertado. Creo que en la pública ya están todos en el ajo, aunque tampoco sé con qué extensión de la ESO.

Ordenador, está claro, a piñón absolutamente fijo: hierros Toshiba a la trágala y sistema operativo -insoslayablemente obligatorio, como puede suponerse- la mierda de Window$. Los de Micro$oft se van perfeccionando. Han dedicado ingentes energías a impedir que podamos comprar ordenadores sin sistema operativo instalado o con un sistema operativo no Micro$oft; empresa en la que han tenido bastante éxito porque, aunque el tinglado puede ser puenteado, no es fácil y cuesta un esfuerzo y unos cuantos cagamentos. Pero, a las malas, siempre te quedaba el recurso de no comprar: bueno -podía decirse uno- para tenerme que comer esa mierda de sistema operativo, no compro ordenador y que le den por el culo a quien todos sabemos. Ahora, ya digo, gracias a la munificiencia de la Generalitat de Catalunya (otra partida a la factura de Montilla que le pagaré gustoso votando, como ya anuncié ayer, al Partit Pirata de Catalunya en las próximas elecciones) tengo que comprar ordenador por cojones, tengo que comprar Toshiba por cojones y el sistema operativo ha de ser Window$ por cojones. Esta es la democracia que tanto nos cacarean.

En primer lugar, habría que haber debatido, larga y extensamente, con prolija participación de los padres y, por supuesto, de profesores, la necesidad de la llamada aula digital ya, ahora, y así de golpe; establecida, en su caso, esta necesidad, podría haberse debatido la necesidad de que estuviera implementada sobre la base del PC y no, por ejemplo, sobre el lector de libros electrónicos o sobre el Tablet PC; podría haberse debatido en qué niveles educativos debía implementarse y en cuáles sería contraproducente; podía haberse debatido la progresividad de la introducción del invento, tanto en horizontal (qué cursos, qué niveles) como en vertical (¿un instrumento por alumno? ¿instrumentos a compartir?).

También se podía haber ordenado al sistema educativo la implantación de formatos estándar y libres en todo el sistema -público y concertado-, establecer unos requisitos mínimos para los ordenadores y que cada padre, madre y perrito que ladre compraran a sus hijos lo que les saliera de sus venerandas partes pudendas y donde les saliera de sus reverendos equipamientos reproductores y equipado con el sistema operativo que les diera la gana. Todos contentos, la enorme pastizara de la inversión perfectamente repartida entre todos los establecimientos o distribuidores del mercado (que, a su vez, hubieran echado a correr a competir con ofertas a cuál más ventajosa) y los niños fardando de colorines y de que el mío es más bueno que el tuyo porque tiene más puertos USB pero cállate gilipollas que el mío equipa una tarjeta gráfica que se ve Montserrat en tres dimensiones. Los niños, esos encantos…

Y una mierda.

Llegó Micro$oft, llegó Toshiba, llegó la industria editorial, llegaron los inevitables Telefoníca y T-Systems, entraron (se diría que a saco) en el Palau de la Generalitat, se reunieron con Montilla y, entre todos, han puesto el culo de todos los padres (y madres) catalanes como un bebedero de patos, en una de las inmoralidades políticas, sociales y educativas más gordas que se han visto. Digo «una de las más gordas», porque afirmar récords absolutos ahí es absolutamente imprudente, con la que está cayendo democráticamente.

Encima, hay rumores de que la mierda de ordenador en cuestión viene cerrado por todos los lados. Bueno, veamos… Es mi ordenador, es mi máquina, y haré con ella lo que me dé la gana, hasta ahí podíamos llegar. Si está cerrado, ya lo abriré a mi gusto y ganas.

Luego está lo de los libros. Libros digitales, dicen… Bueno, pues uno pensaba que darían a los niños un CD con los libros en PDF en un formato aceptable o bien un enlace para descargárselos de la red.

Y otra mierda.

Enlace en la web, sí, pero no para bajarse nada, sino para acceder a los contenidos on line. Contenidos que serán inaccesibles una vez se termine el curso. Otros que progresan: hacían encajes de bolillos para impedir que los libros pudieran pasar de hermano mayor a hermano pequeño y asegurarse así el negociazo; ejercicios sobre el propio libro (con la impagable… no, muy bien pagada… colaboración del propio cole, privado of course), reediciones anuales con cambios radicales en la paginación y cambios insustanciales en la redacción de contenidos pero lo suficientemente distintos de los anteriores como para que un chaval que aprovechara el libro no pudiera seguir fácilmente con él el ritmo de la clase, y un montón de etcéteras que todos los padres sabemos y sufrimos. Ahora ya no necesitan encajes de bolillos: simplemente, te venden un libro que no te entregan y para que pueda usarlo el que viene detrás (y esta vez sí que no habrá reediciones, ni repaginaciones, ni leches), a pagarlo otra vez por nuevo… para un solo otro curso.

Esto es una estafa de dimensiones acojonantes, es atracar a un país entero (aunque no por primera vez, todo hay que decirlo). Por supuesto, de la industria editorial tomaré venganza fiera: me cobraré sus libros de texto irreciclables en sangre de P2P, mira, así yo también me apuntaré al invento, que lo de la música y el cine no me llamaban lo suficiente. De los demás, no lo sé. Por supuesto, Toshiba queda radicalmente proscrito de mi casa para los restos y con Micro$oft, Telefoníca y T-Systems -chicos, estos últimos, conocidos por ser tan eficientes- ya estaba en guerra. Solo o en compañía de otros.

Esto es lo que podemos esperar de nuestros políticos y de la atención que prestan a nuestras aspiraciones, a nuestras necesidades y nuestros intereses.

Más mierda.

¡Ah! Y a beneficio de inocentes pajaritos y de almas cándidas: con CiU, no hubiera sido, en absoluto, diferente. Para nada. Que nadie se lo vaya a tragar de cara al 28 de noviembre (que va a ser el 28, vaya, hombre…).

O liamos una bien gorda, o nos vamos al mismísimo guano.

Pirata al Parlament

De las series: Correo ordinario, Pequeños bocaditos y, sobre todo, Rugidos

Varias veces he dicho -y reiterado- que no me gustan los partidos univectoriales, es decir, los que se articulan sobre un único objeto, como si todas las facetas de la vida proyectables sobre la política y, de consuno, sobre el voto, pudieran obviarse en favor de una sola, y por eso siempre he arrugado la nariz ante la perspectiva -materializada desde hace tiempo- del Partido Pirata. Tampoco me acaba de gustar el nombre: lo de pirata puede sonar muy cachondo, muy intrépido y muy rupturista, pero da la impresión de esconder subconscientemente una conciencia culpable, lo que no es el caso (o no debería serlo). Esto dicho -y, repito, reiterado- también he dicho -y también he reiterado-, casi siempre a continuación de la crítica, que, bueno, la gente, el espíritu, las intenciones y el proyecto del Partido Pirata, me caen bien, me cuadran. Aunque nunca he considerado -al menos hasta hoy- ingresar en el partido, tampoco he descartado votarles eventualmente, pese a mi crítica inicial. Contradictorio ¿verdad? Si no veo claros los partidos univectoriales ¿cómo es que, en un momento dado, me plantearía votar a uno?

Lo que ocurre es que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, sobre todo cuando las escribe, y cuando uno escribe sobre alguien que, en el fondo -y sin que haga falta ir muy al fondo-, le cae simpático, siempre procura dejar la puerta entreabierta. Por si las moscas.

Bueno, pues he aquí que hay moscas.

Hay razonables posibilidades de que, hoy, el president Montilla le dé carpetazo a la legislatura y liquide el tripartit (según todos los números a fecha de hoy, para largo), con lo que los catalanes nos veríamos convocados para votar en comicios autonómicos el 24 de octubre. Y si Montilla -de manera muy poco elegante, realmente- decidiera resistir ahí hasta la muerte (hasta la muerte del vencimiento legal, se entiende) la cosa se alargaría al 28 de noviembre, pero eso a todo estirar.

Y, como siempre, me atenaza la duda hamletiana de todos los comicios: ¿votar o no votar? Y si voto… ¿a quién coño voto? Porque para mí está claro: todos son iguales por más que ante esa afirmación tanto se cabreen, por lo general, los que más razones dan para la ira y el menfoutisme a los que inducen. Lo cierto es que, previsiblemente, salvo que los ultracabreados por el tema del estatut salven los números y la poca vergüenza de más de uno, las cifras de abstención van a acojonar (recordemos que ese famoso estatut, ansia multitudinaria de todas las Catalunyas irredentas, según nos vendían, no gozó de una participación mucho mayor del 50 por 100 en su referendum, y mira que le habían dado carraca a la cosa). Pero la abstención también me cabrea, como actitud personal, porque, en ella, me siento burlado sobre todo desde que es abundante: me entran verdaderas ganas de asesinar a alguien cuando, ante cifras bestiales de eso que ahora llaman desafección los cretinos mediáticos, los políticos ponen cara compungida el día de las elecciones y durante una semana pasean por todas las radios y televisiones muy preocupados, diciendo que ese dato lo van a analizar muy cuidadosamente porque ese es un mensaje de la población que no van a desoir. Mentira, como siempre. Cochina mentira, simple estafa, puto tocomocho. En cuanto viene el reparto de escaños, de iPads, de iPods, de iMacs y de i la de Dios Padre, se les acaban las preocupaciones (la vergüenza no, porque esa se agotó muchos años atrás).

Quedaba la posibilidad del voto tocapelotas. Vamos a ver… para encabronar a esa tropa infecta bien encabronada… ¿a quién podríamos votar? En las últimas elecciones estaba Ciutadans, y yo me partí el culo de risa cuando levantaron tres escaños y los partidos de la estafatoria habitual sufrían una diarrea aguda de transaminasas, de bilis y de clorhídrico. Pero a lo largo -a lo corto, habría que decir- de la legislatura, los de Ciutadans se han comportado como unos panolis, como unos tontorolos, casi hasta como los demás (a las dos o tres semanas ya se estaban peleando por las prebendas parlamentarias y hasta creo que hubo una rebelión y subsiguiente escisión). Nada. En vez de ser el elemento rupturista, de utilizar la chacota y el sarcasmo en cantidades industriales, se nos ha plantado en el atril el estaquirot en jefe y, en estricto bilingüe, ha dedicado dos años a soltar lugares comunes sin más ni más. Yo, que tanto esperaba de guionistas como Boadella, Espada y tal, y parece que éstos se esfumaron después de endilgarnos a esta peña de émulos de Buster Keaton, pero en soporífero. Vamos, que se tomaron en serio a sí mismos y ahí los tienes…

Cuando más desesperaba yo de encontrar ese voto pateahuevos y más resignado estaba a participar de la tan masiva como burlada abstención, he aquí que me aparece en el horizonte el Partit Pirata de Catalunya que presenta batalla en estos comicios. Y, caramba, caramba… Resulta que el Partit Pirata no sólo sería un muy satisfactorio voto tuercepollas sino que, encima, podría ser un voto muy útil si consiguiera unos resultados parecidos a los de Ciutadans en las últimas, y no digamos nada si supera incluso esos resultados.

Porque -y eso es lo que salva esa contradicción a la que aludía al principio- para univectorial, cualquiera de los partidos del carril políticamente correcto, sólo que, en ellos, ese único vector no lleva sino a la estafa, al engaño, al fraude al ciudadano, como estamos ya lacerados de tanto comprobar. Pues vector único por vector único, coño, me quedo con Pirata. Porque yo no puedo esperar nada concreto de Pirata en materias como educación, transportes, vivienda y casi todo lo demás, pero… ¿qué puedo esperar de los otros salvo que me den por el culo? En cambio sé que Pirata, en su vector único, no me defraudará. Los demás partidos son -todos, fíjate- anticanon, pero ahí tenemos el canon; son feroces protectores de la empresa (sobre todo de la PYME) catalana, pero aquí tenemos a Micro$oft hasta en el frenillo de los cojones. Como sea por esa tropa de mangantes, nos cae la apropiación de la red por las telecos, el fin de la tarifa plana y hasta un divieso purulento en el teclado. Pero los partidos univectoriales no pueden permitirse el lujo de defraudar a su electorado en ese único vector, de modo que todas estas abominaciones sucederán -si por otras vías no las evitamos- sin el voto de los muchos o pocos diputados de Pirata (y no te digo nada si estos diputados le constituyen a alguien algún tipo de bisagra). Adicionalmente -y aunque sea por pocos minutos- podremos escuchar cosas edificantes en las sesiones y leerlas en las actas y no descartemos que algunos personajillos de todos bien conocidos se acerquen al soponcio, lo cual, no oculto mi regodeo ante la perspectiva, ya sería la hostia, vamos…

Por si queréis más detalles, he aquí las declaraciones a Nación Red de Kenneth Peiruza, el portavoz del Partit Pirata. En estas mismas declaraciones podréis encontrar un a modo de programa enunciado descriptivamente, igual que en su página web.

Creo que Partit Pirata es una excelente alternativa de voto para los miles y miles de jóvenes desorientados ante una partitocracia que los ignora, que los revienta y que fulmina sus espectativas de futuro. Creo firmemente -aunque puedo, en mi infinita inocencia, estar equivocado- que Partit Pirata será el único que no les defraudará al menos en ese estrecho -pero tantas veces tan doloroso- ámbito de los programas libres, de la propiedad intelectual, del conocimiento libre, en definitiva. Estoy convencido de que vale la pena aprovechar la ocasión porque, además, dentro de un año habrá elecciones al Congreso y al Senado y si diéramos la oportunidad de que en el Parlament de Catalunya se oyera nuestra voz vehiculizada a través de Pirata, estaríamos poniendo una importante pasarela al Partido Pirata implantado a nivel estatal. Y meter Pirata en el Congreso de los Diputados sería un espaldarazo para nuestras aspiraciones en esos ámbitos y un impulso enorme a nuestra acción a nivel europeo (primero suecos, después españoles… sería un reguero de pólvora y motivo de gran cagalera para muchísimos cabrones).

Voy a votar Partit Pirata de Catalunya para las elecciones al Parlament de Catalunya.

Pido a todos aquellos que se sientan próximos a todo lo que yo expreso habitualmente en «El Incordio» (paellas incluidas) que voten Partit Pirata de Catalunya en las autonómicas catalanas como paso previo a votar al Partido Pirata español cuando en su día se presente a las elecciones al Congreso de los Diputados. Y, salvo firmar en el formulario, que cuenten conmigo para lo que quieran.

Hasta para redactarles guiones, si lo desean.

Voluntarios y forzosos

De la serie: Los jueves, paella

Menos mal: volvieron los dos cooperantes secuestrados por la franquicia local de Al Qaeda en el Magreb en diciembre pasado, vivitos, coleando y bien de salud. Su liberación ha costado la libertad de un terrorista y una cantidad que, según dónde leas, oscila entre los 3,8 y los 8 millones de euros, cantidad que los cabrones esos no se van a gastar seguramente en chuches. Por cierto que -incidentalmente- me hace gracia estos cambios de moda en los denominaciones; hace unos no muchos años se sacaron de la manga lo de voluntarios (todo se llenó de voluntarios: las ONG, las instituciones -direcciones generales, institutos o agencias de la cosa-… parecía esto la División Azul) y ahora parece que lo que está en boga es lo de cooperantes. Bueno, no debe sorprender: vivimos la democracia del eufemismo y nos vamos superando a cada año que pasa. (El propio término ONG es un eufemismo: ¿Organización No Gubernamental? ¿Como el Banco de Santander, por ejemplo?).

Hace ya tiempo que estoy de vuelta en el tema de las ONG. Muchas de ellas son un refugio de vividores -puro producto de autoempleo basado en la explotación del sentimiento buenoide- y las más aparentemente serias pierden aceite por todas partes, empezando por Greenpeace que va desde perseguir a los transgénicos por todas las razones menos por las coherentes hasta la descarada alineación con la política municipal del achuntamén de Hereu (todavía alucino en colores cada vez que lo recuerdo), y terminando por Amnistía Internacional, que parece más preocupada por unos presos que por otros y con la que sólo mantengo un único hilo de colaboración -el único que, a estas alturas, me parece enteramente limpio y digno- que es el del activismo contra la pena de muerte (pero sin carnet y sin pagar cuota: simple aportación personal, sin más). Lo que no es esto, me parece verdadera purria, grandes consumidores compulsivos de subvenciones (en algunos casos, éstas parecen ser la única razón de su existencia), simples intermediarios en la pacificación de conciencias gilipollescas y maquinarias burocráticas atosigantes, redundantes e ineficientes que se comen más (mucho más) de lo que cocinan. Y aparte de eso -y no siempre sin que esas ONG tengan algo de culpa- con excesiva frecuencia la mitad de lo que cocinan se pierde por el camino y el resto llega en mal estado. Un desastre, vamos. La cantidad de dinero (enorme cantidad de dinero, en su mayor parte, público) que tragan las ONG sólo sería rentable si la ineficiencia, el despilfarro, la mala gestión e, incluso, en más de una ocasión, la corrupción, cotizaran en bolsa.

Por lo demás, me permito dudar de los motivos de fondo de muchos de estos voluntarios, cooperantes o como se llamen. No aludo a ninguno en concreto, pero sí a muchos en general. Detrás de tanta presunta abnegación y de tanto supuesto sacrificio equipado por Coronel Tapiocca (ya que sale el coronel, por cierto, recomiendo la lectura de este lúcido artículo de Arturo Pérez-Reverte sobre el particular), tengo la impresión de que hay muchísimo pijo aburrido de agencias de viaje, al que, desde que este país va sobrado de todo, el mundo se le ha quedado pequeño (¿Ribera Maya? ¿Trekking en el Nepal? ¡Puaj! Eso son ofertas low cost para viajes de novios de renta baja) y busca otra modalidad con la que epatar a los amigos pasándoles pogüerpoints en las soporíferas sobremesas de las cenas de los sábados de invierno. ¿Ves este negrito? Es un tutsi que pasa mucha ganita; menos mal que fuimos allí a llevarle unas latitas de anchoas y un par de bolígrafos, oye… Hasta tiene un nombre, la cosa: turismo solidario. Claro, cuando las cosas se tuercen, además del drama inherente (aunque que cada palo aguante su vela) la broma acaba costándonos una pastísima a todos los españoles, por no hablar de desafueros como el de liberar a un terrorista convicto. Con razón se queja Sarkozy, por más que en otros ámbitos él también lleve el calzoncillo cagado.

Tras el rocambole de estos dos últimos cooperantes, rescatados a precio de monarca cruzado inglés (joder, y sin robinjud que nos asista), parece que el Gobierno ha dicho basta y nuestro ínclito president ha dicho prou, que esto de las caravanas se tiene que acabar porque la cosa está peligrosa de veras y no está el país para sobresaltos. Llama la atención, además, que los pocos sectores serios y más o menos eficientes en esto del buenismo oenegero también se miran el asunto este de las caravanas solidarias de un modo bastante sarcástico. Por más que de cara a la galería se pongan serios, razonables y trascendentes, se les escapa la risa por debajo del bigote: que no, mire usted, que aquí lo único serio que cabe hacer es comer mierda día a día con los desesperados y estar allí ayudando, enseñando y arrimando el hombro, que eso de las caravanas solidarias está muy bien y queda muy fino, pero sirve para más bien poco, más allá de que unos cuantos -con camiones costosísimos y todo lujo de medios de alto standing que a ver quién habrá pagado- se dediquen a hacer fotos con sus relucientes Canon EOS con destino al pogüerpoint.

Todavía me parto de risa cuando recuerdo aquellas semanas previas a la invasión de Irak, cuando fueron para allá aquellos tontos del culo en plan escudo humano voluntario o cooperante (como si lo canalla que fue Bush hiciera menos canalla a Saddam Hussein) y adoptaron al nenín aquel como «escudo humano homologado por la Generalitat» a beneficio de los telenotícies de TV3. Como era menor de edad, los directivos de la cadena tuvieron que asegurar a su madre que volvería prontito y antes de que empezaran las hostias -como así fue- para que lo dejara ir. Menudo escudo humano de opereta de fiesta mayor…

Bueno, pues eso: si la gente esta persiste en sus caravanas solidarias y de los grandes expresos europeos, espero que, al menos, se hagan responsables de su propia suerte y dejen de dar por el culo al país y al bolsillo de sus ciudadanos, que entre desharrapados del Índico y desharrapados del desierto, parece que España sea el proveedor oficial de pasta a todos los hijos de la grandísima puta que campan por el tercer mundo.

Y ya vale.

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Leía el otro día un indignado artículo de «La Vanguardia» en el que su autor se hace eco de la carta de una lectora del medio y se rebota iracundo contra el hecho de que Millet y Montull, los saqueadores confesos del Palau, se hayan tirado un verano de sobrados, sin cortarse en absoluto, haciendo ostentación de los lujos más asiáticos que quepa imaginar.

Y al final del articulo reflexiona sobre la actitud de la gente que contempla -personalmente, en directo- esta ostentación sin dar la menor señal de la contrariedad que, por otra parte, debiera ser evidente que siente. Contra la deseable virtualidad de un montón de comensales levantándose al unísono pidiendo la cuenta y marchándose del restaurante al que los dos aludidos han llegado a ponerse las botas sin el menor pudor, la triste realidad de comentarios por lo bajini en plan mira quién está ahí sin que nadie se mueva un milímetro, sin el menor gesto de desagrado, con todo el mundo siguiendo ahí como si tal cosa.

Hablé sobre este tipo de cosas o de actitudes, sólo que con respecto a otro personaje, sobre el ya olvidado (¡qué corta es la memoria!) Farruquito. Le dediqué un tramo de paella -o quizá dos- hace ya tiempo y en un sentido parecido, poniendo de relieve la contradicción social entre un clamor que pedía el agravamiento de penas para casos como el suyo (ni que casos como aquel hubiera diez cada día) y unos teatros que se llenaron para aplaudirle a rabiar una vez fue puesto en libertad y reintegrado a su quehacer artístico.

Y decía entonces, y vuelvo a decir ahora, que el rechazo social es el castigo más importante que puede infligirse a este tipo de gente. El delicado equilibrio penal (un código penal bien hecho -y el nuestro lo era antes de que llegaran mil manazas a parchearlo por todos los lados- es auténtico funambulismo, es una verdadera expresión jurídica de equilibrio y de proporciones) impide penas de prisión superlativas y las previstas para casos generales -de los que los aludidos se apartan espectacularmente- siempre son muy inferiores al castigo que la sociedad exige para estos casos específicos.

Sin embargo, la sociedad es un arma en sí misma y todos lo sabemos, pero no sé por qué nos empeñamos en ignorarlo. Tres años de prisión no son lo suficientemente disuasorios como para que un caso Farruquito no pueda volver a repetirse; pero sí sería disuasorio el que Farruquito viera arruinado su futuro profesional y hubiera de dedicarse a otra cosa por el hecho de que los teatros estuviesen vacíos como muestra de rechazo y del desprecio generalizado al que su conducta le ha hecho acreedor. Por lo mismo, la riqueza no tiene sentido en medio del rechazo social. ¿De qué le serviría a Millet lo expoliado si en los restaurantes no le admitieran porque, de hacerlo, todos los demás comensales demandarían la cuenta y se marcharían inmediatamente? ¿De qué le serviría su dinero si no fuera invitado a fiestas, reuniones y demás actos sociales o si nadie asistiese a los por él convocados? ¿Disfrutaría de su dinero si nadie le dirigiera el saludo ni la palabra, ni siquiera en su propia escalera, si todo el mundo abandonase la piscina comunitaria a su sola presencia o la de alguno de sus familiares pringados en el caso Palau, si todo el mundo se diera de baja de las entidades en las que él fuera socio o miembro?

Contrariamente, como muy bien señala el articulista, somos los demás los que nos avergonzamos de exteriorizar nuestra contrariedad ante la presencia de estos individuos.

Seguimos -aunque en otro ámbito y en otras cuestiones- un poco en la línea del artículo de Pérez-Reverte enlazado más arriba: todo lo fiamos a los poderes públicos; pase lo que pase y por la causa que sea, siempre ha de venir el Estado a sacarnos las castañas del fuego, no importa qué casuística -o qué negligencia- nos hayan traído la contrariedad, el problema, la desgracia o la ruina. Ahora que tanto se habla -de manera estúpida, generalmente- de autodeterminación, somos menos autodeterminativos que nunca; nos creemos a salvo en un burbuja de seguridad que, cuando se rompe, aunque la hayamos pinchado nosotros mismos -como hicieron, vamos a ser claros, esos dos que nos ha costado un ojo de la cara y media dignidad devolver a casa sanos y salvos- nos deja como paralizados, como impotentes para auxiliarnos a nosotros mismos. Es como si, pese a tener las piernas en perfecto estado, nos autodeclaráramos inválidos y fuéramos incapaces de subir a casa si se estropeara el ascensor.

Con cierto tipo de delincuentes padecemos una especie de inexplicable síndrome de Estocolmo que nos hace verlos con simpatía tres minutos antes o tres minutos después de exigir para ellos en tono bronco poco menos que la cadena perpetua.

Es como si el sistema, ese cacareado sistema que algunos osan calificar de democrático, infamando con ello al concepto mismo de democracia, nos hubiera anulado a todos y nos hubiera trocado de ciudadanos en grandes tragaderas por lo que todo pasa, por lo que todo cabe. Parece no haber rueda de molino tan grande como para que no podamos comulgar con ella.

En resumen: que somos, en conjunto, un perfecto hatajo de mierdas.

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Una de las noticias -o conjunto de noticias- de este verano -de las serias, quiero decir- es el affaire Wikileaks y su combate desigual contra el Gobierno norteamericano, que empieza a entrar en el ámbito de lo estrambótico con el acoso judicial a su factótum so pretexto de presuntos -o impresumibles- delitos sexuales.

Todo el mundo parece celebrar la peripecia de Wikileaks; todo el mundo parece celebrar que Wikileaks haya dejado al Pentágono y a la CIA con el culo al aire merced a los documentos secretos -redonda y estrictamente secretos- que esa página ha aireado. Es fácil celebrar la contrariedad de los norteamericanos, no es que a mí el simple hecho de esa contrariedad me desagrade, pero no veo nada claro qué tiene este asunto de celebrable.

Por una parte, es cierto que a los ciudadanos se nos oculta o manipula mucha información a la que tenemos derecho, ocultación o manipulación que se realiza en interés de minorías o bien de partido o bien de influencia económica. Nunca podemos dar por buena una estadística importante (por ejemplo, las cifras del paro o del PIB se impugnan por falsas en muchos ámbitos, nuestro propio bolsillo y el deterioro de nuestros ahorros -quien los haya- saben que ese IPC al que todos debemos someternos para tantas cosas, no tiene la menor credibilidad, etc.) y nunca llegamos a saber cuántas tonterías y cuántas falsedades nos intoxican en informes que los políticos dicen utilizar para justificar su acción de gobierno, pero nosotros leemos y oímos cosas sobre el cambio climático, sobre la piratería intelectual, sobre los factores de la accidentalidad en carretera y sobre tantas otras cosas ante las que que los ciudadanos callamos y asentimos -temerosos de vulnerar algún ignoto y elíptico precepto de corrección política- pero que no acabamos de ver claras. Desde este punto de vista, viva Wikileaks y qué bien y qué bonito, enterarse de las verdades y poder cantar las del barquero al cabrón que nos estaba tomando el pelo a beneficio del partido, de la empresa o de la entidad de gestión.

Pero hay otro punto de vista, más allá de las marrullerías, de las torpezas y de la venalidad de los políticos: el secreto de Estado -el de verdad, el grave, el que incide sobre la seguridad material del mismo- es algo absolutamente necesario, incluso en algunas de las ocasiones (no en todas, por supuesto) en las que no es del todo justo. Es imposible gobernar dando a publicidad todos los pormenores de la acción de gobierno; hacerlo así, significaría tener que asumir un elevado número de víctimas en vete a saber qué conflictos o qué catástrofes. El secreto de Estado ha existido desde que existe Estado (o sus anteriores sucedáneos) y seguirá existiendo mientras exista -legítimo o ilegítimo- el poder. Y, repito, es necesario que así sea, siempre que se respeten unos límites.

Cuando Wikileaks asume la responsabilidad de ventilar documentación secreta, debería asumir también la de decidir qué documentación debe divulgarse para evitar tomaduras de pelo cívicamente intolerables y qué documentación debe mantenerse oculta para proteger a la ciudadanía (sobre todo en tantas ocasiones en las que el conocimiento concreto no supone ventaja alguna a la ciudadanía, ni como colectivo ni en sus individualidades y sí, en cambio, puede ser útil a quienes juegan contra esa ciudadanía, contra su país). Si Wikileaks no asume esa responsabilidad o, asumiéndola, no la ejerce correctamente, Wikileaks debiera desparecer porque es susceptible de causar grandes daños; muchísimos más, probablemente, de los que evita.

La divulgación por la divulgación, la consideración de que nada debe ser oculto a los ojos del público, es una barbaridad ética indiscutible y está perfectamente justificado que sea constitutiva de delito. Otra cosa son las impunidades interfronterizas, pero tengo muy claro que si Wikileaks divulga indiscriminadamente todo lo que le llega, debe ser cerrada y sus dirigentes sometidos a juicio.

Y al trullo, si es necesario.

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Damas, caballeros y militares sin graduación: terminamos así el mes de agosto en lo que a paellas se refiere, porque la próxima será septembrina, para el día 2 del mes en que se recibirá, a su final, al otoño. Un otoño improbable, desde luego, porque estamos pasando una segunda quincena de agosto, habitualmente fresca y tormentosa, con olas de calor que llegan como ráfagas de ametralladora. Por cierto que, tal como viene el calendario, en septiembre, pese a ser uno de los meses cortos (30 días) habrá cinco paellas, cinco.

No está nada mal… 🙂

Misioneros

De la serie: Correo ordinario

En estas polémicas que surgen de vez en cuando aquí y allá, más entre usuarios que entre usuarios y empresas, cuando se efectúan observaciones, especialmente en tono crítico, sobre software apropiativo -sobre todo, claro está, el de Micro$oft, pero últimamente ha aumentado la incidencia de la crítica hacia Apple- siempre acaba saliendo alguien que alude a las características evangelizadoras de los usuarios de software libre. Precisamente en el ámbito Apple, el otro día tuve un pequeño rifirrafe -que terminé, en lo que a mí respecta, con la callada por respuesta- en Facebook. Se hablaba de que Apple ha patentado un método para desactivar sus terminales móviles si éstos han sido abiertos mediante un software denominado Jailbreak. Y comentaba yo con Miriam Ruiz que nunca he entendido que la gente compre máquinas de las que nunca acaba de ser dueño verdaderamente y encima se queje y añadía que Apple sólo permite una alternativa: o pijo o amo, pero las dos cosas, no.

Reconozco que lo de pijo pudo haber ido algo lejos (no demasiado, ahora diré por qué), más que nada por aquello de generalizar sin la socorrida fórmula «salvadas las honrosas excepciones». Vale, pues salvadas las honrosas excepciones. Porque nadie podrá negar que un amplio espectro -no digo mayoritario, pero sí amplio- de la clientela de Apple (no tanto en ordenadores, que son otra historia, como en iPhones, iPods e iPads) responde al perfil del pijo, más que claramente.

Bueno, pues apareció bastante airado un señor amigo de Miriam, no tanto por lo de pijo -eso lo dejó para tres palabras desabridas al final- como por lo otro, como quejándose de que ni Miriam ni yo entendiéramos eso de comprar -y no barata, precisamente- una máquina de la que no eres dueño y/o que para llegar a serlo tienes que recurrir a atajos e inventos, y aludiendo a que los usuarios de software libre nos dedicamos a la evangelización. Se ve, por cierto, que yo no puedo generalizar, pero él sí. Bien, aquí es donde yo quería llegar (a lo de la evangelización, no a lo de la generalización).

Yo siempre he sido partidario de que cada cual use el sistema operativo que le dé la gana (sin perjuicio de mis íntimas opiniones sobre los que usan uno en concreto) y, hasta mirando con distanciamiento, no se vive nada mal utilizando un sistema operativo minoritario que, aunque asequible a todo el mundo, debido a una injustificada fama de difícil únicamente solemos utilizar los que ya somos un pelín más que principiantes y de ahí para arriba. De modo que, además de no sufrir prácticamente ataques víricos, no sufrimos tampoco el síndrome de pringao howto a cargo de manazas, sobre todo desde que adoptamos férreamente la fórmula aquella yo, de Window$, no entiendo; es que no lo uso ¿sabes?. Contrariamente, nos encanta ayudar a los que se atascan, principiantes o no, en nuestro pequeño mundo… pero hay pocos atascos y los usuarios Linux, aún los principiantes, solemos ser muy proactivos y los problemas sólo los sufrimos una vez. Por tanto, cada vez soy menos… evangelizador: parafraseando en sentido contrario el viejo refrán catalán, cuantos menos seamos, más reiremos. Eso sin contar el farde de esa imagen -falsa, pero que está ahí- de que los usuarios Linux somos una especie de élite informática.

Pero, claro… Resulta que uno de los sistemas operativos en danza, Window$, no es un concurrente más en el mercado, sino un tramposo que lo falsifica y que impone sus productos a la trágala mediante artes monopolísticas -frecuentemente ilegales, como así ha sido judicialmente establecido en más de una ocasión- que nos afectan a todos, como particulares y como ciudadanos.

Como particulares, ya es sabido: la dificultad extrema para adquirir un PC que no venga equipado con ese sistema operativo ni en la máquina ni en la factura y el cuidado que hemos de llevar al comprar componentes para asegurarnos de que son compatibles con Linux y de que incluyan controladores o que puedan encontrarse fácilmente en la red, esfuerzo que hemos de agradecer a la empresa de Gates y Ballmer, que sabotea sistemáticamente todo intento de producir componentes multisistema, sabotaje que muchas veces logra su objetivo, aunque ese éxito vaya ya en franca decadencia. Pero, bueno, en la minoría linuxera ya estamos hechos a estos problemas y, pese a que son irritantes cada vez que nos topamos con ellos y que nos suponen un plus de trabajo, en puridad innecesario, vamos tirando yo diría que alegremente. Por cierto, y ya que estamos en ello, comentar que la mayoría de los problemas para cuya resolución los usuarios de Linux piden ayuda a la comunidad no tienen relación con pantallas azules ni con zarandajas de estas, sino con problemas de compatibilidad y de adaptación de componentes.

El verdadero problema lo tenemos como ciudadanos, pero no los usuarios de Linux o de cualquier otro tipo de software libre, sino todos los ciudadanos. Lo tenemos por una doble vía: la primera, la interoperabilidad con las administraciones públicas. Evidentemente, Micro$oft pretendía -pretende siempre- que las administraciones públicas utilizaran los formatos M$ como estándares administrativos, una atrocidad que hubiera puesto a todas las administraciones públicas españolas en manos de esa empresa (si es que no lo están por otras vías de las que después hablaremos) y que nos hubiera obligado a todos a ser sus clientes para relacionarnos con nuestras propias administraciones públicas, las que pagamos con nuestros impuestos. Bananero total. Felizmente, eso pudo solucionarse, aunque no sin gran esfuerzo y luchando a brazo partido con el lobby apropiacionista liderado por Micro$oft. Es decir, que los derechos de los ciudadanos, incluso en nuestro propio Parlamento, no se respetan por omisión, sino que hay que ganarlos caso por caso, tema por tema, ley por ley. Alucinante.

Esta lucha para que se respeten, no los derechos de los usuarios de software libre, sino de todos los ciudadanos, debe ser lo que algunos llaman evangelización.

La otra vía por la que nos llegan problemas a los ciudadanos es por el uso de software de nuestras administraciones públicasy el coste que ello representa. Con la que está cayendo, con muchas administraciones públicas asfixiadas (ayer mismo aludía a ello), con EREs de personal laboral no sólo en empresas públicas, sino incluso en organismos de administraciones públicas (no se había visto jamás), con fundionarios -de momento, sólo en administración local- que no han cobrado aún la paga extra de julio (lo que nos aproxima a la banana más abyecta) y veremos qué pasará de cara a las Navidades, y resulta que todas las administraciones públicas le están regalando a Micro$oft centenares de millones de euros en software tanto de sistemas operativos como de paquetes ofimáticos. Especialmente sangrante en este último caso porque los paquetes ofimáticos libres suelen ser multisistema, tienen -digan lo que quieran los políticos venales y/o ignorantes- una curva de aprendizaje muy corta y extraordinariamente plana, y aunque no hagan todas las virguerías que hace el paquete ofimático de Micro$oft, son suficientes y ampliamente sobrantes para más (quizá bastante más) del 95 por 100 de las necesidades administrativas. Todo ello suponiendo -no admitiendo, por supuesto- que la migración a un sistema operativo libre sea tan dura y dolorosa como la gente se cree y algunos interesadamente -o por pura ignorancia, de nuevo- aseguran. Especialmente sangrante es el asunto de los ordenadores en el cole, sobre el que no insisto porque ya he hablado ampliamente aquí.

Es fácil de comprender que, en lo personal, no gano nada con que las administraciones públicas utilicen software libre; o no gano nada que no gane conmigo, y en la misma exacta medida, el común de los ciudadanos. Esa pretensión de una mayor eficiencia y de un gran ahorro por parte de las administraciones públicas, debe ser lo que algunos llaman evangelización.

Si es así, seguiré evangelizando mientras me queden dedos con los que teclear para una bitácora y para intervenir en foros, comentarios y demás. Y si a alguien irrita la evangelización así entendida, que se joda: no voy a renunciar a mis derechos ciudadanos porque moleste a algunos usuarios de marcas guay o a los de sistemas que no son sino pegotes mastodónticos pergeñados por una empresa cuya habilidad no consiste sino en el dominio del mercado mediante la trampa y mediante otras cosas que prefiero callarme y que todos sabemos.

En temas como este nos estamos jugando el futuro de nuestro país en aspectos muy serios y las consecuencias, si dejamos que unos políticos venales e ignorantes hagan y deshagan -aquí y en Bruselas- con Steve Ballmer dirigiendo la orquesta parlamentaria, pueden ser terribles para las generaciones venideras. Así que me importa tres carajos que me llamen evangelizador, o profeta o lo que les dé la gana.

Aire.

Banana municipal

De la serie: Pequeños bocaditos

Leo en la prensa digital que los municipios están desesperados: el año próximo vence la deuda que los municipios tienen con el Estado por el desfase correspondiente al año 2008 entre las aportaciones del Estado y lo recaudado por los municipios: 1.400 millones de euros; y esto no es nada: para el año siguiente, la cosa ascenderá a 4.000 MEUR. Esto, en lo que se refiere a la deuda con el Estado. Luego está la otra deuda, la, digamos, normal, en la que muchos ayuntamientos están pringados hasta las cejas.

Y ahora, claro, se habla de moratorias, de que las asignaciones autonómicas y estatales aumenten (la asignación del Estado a los municipios es de un 15 por 100 cuando la media europea es de un 28 por 100, claman) y de otras modalidades de compasión pastífera.

Post festum, pestum, decían los romanos, unos señores que, además de tener unos legionarios la mar de profesionales, eran sapientísimos, y de ahí que media Europa hable -hablemos- aún su lengua con algunas modificaciones locales, aunque eso no lo sepan nuestros tristes y cutres esos y los cuatro que excepcionalmente lo saben no le otorguen valor alguno.

Eso es: después de la melopea, la resaca, y aquí se vivió una cogorza de ladrillos de aquellas de dejar el hígado listo para foiegras. Pero no tengo yo tan claro que ése sea el verdadero mal; ése, en todo caso, fue el decorado, el entorno. El verdadero mal es el exceso de autonomía municipal en relación directa con la falta de profesionalidad de los gestores locales. Algún día, debería celebrarse un congreso de secretarios-interventores de ayuntamientos de menos de 10.000 habitantes para que pusieran en común sus experiencias y nos las contaran en forma de memoria, informe, libro o lo que se quiera. Nos íbamos a morir; lo que no sé es si de risa o del susto.

Lo cierto es que no me sorprende que los municipios estén en la ruina si observamos el cutrerío alcáldico que asola la geografía municipal española. Cutrerío en forma intrínseca (veo a algunos alcaldes por la tele y me pregunto si esa fue la forma de encontrarle un puesto de trabajo al tonto del pueblo), cutrerío en forma de inexperiencia de gestión pública (y en no pocos casos también privada), cutrerío en la ignorancia del más básico concepto de liderazgo y, en fin, podríamos estar describiendo cutreríos ad nauseam.

Luego está la sinvergüencería: en algunos es innata, ya llegaron así al puesto (y seguramente fue su falta de vergüenza y de escrúpulos las que le permitieron acceder al poder local) y en otros sobrevenida. Lo imagino: un cutrillo de esos, pero de acrisolada honradez y no menos acrisolada buena fe e inocencia gorrionesca, se sienta en la poltrona y empiezan a desfilar delante de él los marranos que todos conocemos, encarnados principalmente -pero no únicamente- en promotores inmobiliarios. El discurso es siempre el mismo: empieza con el bien del pueblo, fíjate, este villorrio, tú y yo vamos a hacer de él una población dignísima, casi una pequeña ciudad, pero me tienes que recalificar los terrenos de la alberca porque, si no, no hacemos nada. Y el otro recalifica. Gratis. Para navidades llega el regalo y la protesta. Oye, tú, un detallito está bien, pero un Rolex (o un Audi, o vete a saber…) es una pasada. ¿Una pasada? ¿Cómo va a ser una pasada?¿Tú has visto lo que has hecho por el pueblo? ¡Cincuenta viviendas unifamiliares, una urbanización acojonante con todos los servicios y un grupo escolar y un ambulatorio y, de propina, treinta puestos de trabajo! ¡Y espera a que se abran tiendas y empiecen a llegar veraneantes y se instale aquí una empresa y empiece a llegar gente a incrementarte el censo! ¿Y te parece una exageración un relojito o un cochecito? Y el otro, hombre, vistas así las cosas… El siguiente peldaño es un pequeño tráfico de influencias. La niña no encuentra trabajo y, oye, tú que te mueves en el mundo de la empresa ¿no podrías recomendármela en algún sitio un poco bien? Y el otro recomienda y, oye, que tenemos que hablar un día de estos de la idea esa que me ronda por la cabeza para lo que fueron las eras del Pascasio… (eras que el grandísimo hijo de puta, casi no hay ni que decirlo, ya ha comprado por dos duros camuflado detrás de un testaferro). El resto evolutivo sinvergüencil lo dejo a la imaginación del lector.

La falta de profesionalización administrativa lleva, por otra parte, al dictadorzuelo, corrupto o no (a veces, es incluso íntegro en el asunto de la pasta) pero igualmente nefasto. Ese es el fulano que cree -cree de verdad- que el trono municipal representa un poder omnímodo que no tiene límites legales ni de otro tipo. Es el que hace sudar tinta china al secretario, al que incluso intenta despedir porque no para de ponerle trabas, como cuando quiso degradar por decreto al sargento de la policía local -que le había metido un multazo tres años antes- y el secretario dijo que nones, que el hombre es un funcionario de carrera, que el grado de sargento lo obtuvo mediante concurso-oposición y que sólo puede ser depuesto mediante un expediente disciplinario. «Bueno, pues redactas tú mismo el expediente, que para eso eres el secretario, y me lo pasas a firma antes de comer» (auténtico). O como aquel otro alcalde delegado (la alcaldesa en puridad, es decir, la alcaldesa oficial, era su mujer) que hacía y deshacía lo que le daba la gana so pretexto de que «en este pueblo se hace lo que le sale del coño a mi parienta y en el coño de mi parienta mando yo» (verídico también: que lo decía y que, según todos los indicios, en el coño de su parienta mandaba efectivamente él).

Ya lo había dicho alguna vez y lo repito ahora: la autonomía municipal debe ser puesta bajo severa tutela, tanto más severa cuanto más pequeño sea el ayuntamiento; y hay que dar al ciudadano que objeta políticamente o que recurre administrativa o judicialmente, protección suficiente frente a la venganza de ciertos microcéfalos con bastón de alcalde (la mayoría clasificables en las categorías explicadas).

A ver cómo salimos ahora del agujero (hay ayuntamientos que, aparte de haber despedido a todo o parte del personal laboral, no han podido afrontar la paga extra de verano de sus funcionarios y veremos qué pasa, andando el tiempo, con las mensualidades corrientes) porque el agujero es muy grave, muy amplio y muy profundo. Pero cuando se salga de él hay que recordar la lección y aplicar remedios implacablemente. Buena parte de los desastres que nos ha traído la especulación inmobiliaria (como fachada y chivo expiatorio de la bancaria, todo hay que decirlo) hubieran podido evitarse con administraciones municipales razonablemente limpias (unas ciertas y mínimas tasas de corrupción son inevitables por pura ley de probabilidades) y sólidamente profesionalizadas. Hay que dejar a los alcaldes el poder político, lo que supone una capacidad de planificación a grandes trazos, pero quitarles el planeamiento, que hay que dejar en manos de técnicos y, en pequeños ayuntamientos, de técnicos ajenos y alejados de la administración interesada. Ese podría ser, quizá, el papel de las diputaciones provinciales (ya lo hacen, pero no con carácter forzoso para los ayuntamientos) que no acaban de encontrar su sitio desde que la Constitución obligó a su supervivencia… pero despojándolas prácticamente de atribuciones en beneficio de los organismos autonómicos.

La repercusión directa de la deuda -a organismos públicos y a entidades privadas- de muchos municipios sobre sus habitantes, mataría de angustia a muchos padres de familia. Y algunos alcaldes no dejan de pasar horas barruntando cómo pueden montárselo para, efectivamente, repercutirla.

Sencillamente, sanguinario.