De la serie: Los jueves, paella
Me hizo gracia -vamos a decir gracia– leer ayer que la Iglesia pide ayuda nada menos que a la ONU para combatir contra la ola de laicismo que nos invade. Oh, lo grande es que igual lo consigue porque en esto puede contar probablemente con la inestimable colaboración del mundo islámico, que en este aspecto tiene intereses idénticos. Alianza de civilizaciones debe ser esto…
Llama mucho la atención esta patrimonialización que hace la Iglesia católica de la sociedad y muy especialmente de algunas sociedades, como la española y la italiana, e incluso la francesa. Solamente en las teocracias islámicas -en todo parecidas a las teocracia cristianas que se disfrutaron en occidente durante la Edad Media y, aunque más solapadamente, durante un largo período histórico posterior cuyas consecuencias aquí aún padecemos- podemos encontrar algo parecido. Tampoco sorprende, porque el problema no es de esta religión o de aquella otra: es de la religión organizada.
El problema, obviamente, es el de siempre: poder y dinero. Y para tener poder y dinero hay que mantener cogida por las pelotas a una sociedad entera; cuando esa sociedad tiende a desvincularse del agarrón el poder y el dinero corren peligro y, por tanto, el rebote defensivo puede alcanzar una potencia inaudita.
Esa potencia lleva a demasías, como el caso que estamos viviendo en España, donde estamos presenciando cómo la Iglesia católica está pretendiendo imponer sus principios ideológicos a la acción de gobierno. Si ayer, hablando de injerencias externas sobre la acción de gobierno, mencionábamos el culo y las tetas de doña Carla Bruni, hoy habrá que convenir que la imagen de Rouco Varela es, con mucho, más desagradable. Rouco me recuerda a aquellos curas de colegio de los años sesenta que te imponían a Dios a hostiazo limpio, no sé si nunca mejor dicho.
Lo cierto, en todo caso, es que en el orbe occidental las creencias religiosas -y especialmente la católica- llevan doscientos años en regresión, desde que las cifras de analfabetismo fueron descendiendo progresivamente y la gente empezó a leer las escrituras enteritas, no retazos recortados, descontextuados y seguidos de interpretación autorizada a cargo del cura, procedimiento en el que, sorpredentemente, siguen aún y no son los únicos: en el mundo islámico, la cosa funciona más o menos igual. Lo que ocurre es que en el mundo islámico ahorcan a los discrepantes y aquí los discrepantes escriben y publican libros (cosa que a la Iglesia le produce un indisimulado disgusto: la veta inquisitorial de auto de fe y capirote no la pierden por más que paen generaciones).
Las prebendas de que goza la Iglesia en España son absolutamente inadmisibles en un Estado moderno y más inadmisible aún es que se usen para intentar -o, lo que es peor, conseguir- que se impongan a todos los ciudadanos los designios de unos cuantos que, además, son minoría; no hay más que ver la única estimación posible, desdeñados, por viciados, los registros parroquiales: la práctica del culto.
Ahora, pretenden las prebendas a nivel internacional.
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Hace una semana alucinaba viendo las grabaciones por toda la red: si no fuera por el color azul explícito y por la barretina implícita, hubiera jurado por mis ancestros más respetables que aquellos tíos eran los grises. Porque, además, hablaban mayoritariamente en castellano: los ¡largo!, los ¡fuera de aquí!, los ¡despejando! me transportaban treinta y cinco años atrás (¿la Ley de Política Lingüística y las circulares internas en materia lingüística de aplicación a todos los funcionarios catalanes no están vigentes para los Mossos d’Esquadra?). Y conste que no me molesta en absoluto el castellano, ojo, pero el detalle tiene su significado, por lo menos aquí, en Catalunya.
La violencia policial es un problema constante en las administraciones democráticas. En prácticamente todas. Aunque ahora están de moda los Mossos gracias a su fastuosa intervención de hace una semana y a la carrerilla de condenas por brutalidad policial que vienen encadenando últimamente, cualquier día podemos ver a media docena de policías norteamericanos apaleando a un negro al más puro estilo skin o a policías británicos pasándose diez pueblos con un jovencito o con una ciudadana asiática.
Y es que, las cosas como son, un policía no es un funcionario cualquiera. Como tampoco lo es un médico o una enfermera o un maestro. Son tipologías de función pública que exigen implicación personal, en las que no pueden ponerse fácilmente barreras a los sentimientos, en las que el eclecticismo y el distanciamiento de que hacemos gala los funcionarios burocráticos (que no pocas veces, además, se nos reprochan) son sencillamente imposibles.
Un policía tiene que luchar muchísimo contra sus sentimientos para tratar al delincuente que hace un minuto ha abierto fuego contra él con la misma frialdad con que yo le niego a un ciudadano unos datos porque, al ser tan concretos, comprometerían el secreto estadístico mediante el cual se han obtenido. Y, sin embargo, tiene que hacerlo él exactamente igual que yo. Por algo esa exigencia de eclecticismo a mí se me impone por las buenas y al policía se le obliga no antes de haberle proporcionado un adiestramiento acabadísimo. Pero el deber ser no siempre pasa a ser, sin más.
Por otra parte, hay policías y policías. El policía común, el que vemos patrullar por las calles, sólo recurre a la violencia -cuando es un buen profesional- muy en último extremo; antes de llegar a ella tiene muchos recursos en cuyo ejercicio ha sido formado; el policía antidisturbios, en cambio, constituye una tipología de policía especialmente creado para la violencia; los recursos no violentos que pudiera ejercer, son colectivos y diseñados en cada momento por el mando. Él, individualmente, no es sino una máquina de ejercer la fuerza bruta al toque de pito, sin más. Yo, en realidad, no los tengo por puros policías; en mi opinión, tendrían que integrar un cuerpo distinto -de funcionarios, desde luego- no propiamente policial.
Porque aunque no exista la adrenalina previa que experimenta el policía común que ha sido tiroteado, el antidisturbios la produce espontáneamente, por el simple ejercicio de su función. El ejercicio de la violencia calienta y sólo se explica en ese calentón. ¿Cómo se puede sacudir porrazos a un tío al que le estás viendo la cara con el mismo cuerpo con que yo escribo un oficio? No, no es posible. Para formar parte de un cuerpo antidisturbios hay que estar hecho de una pasta especial, bastante primaria; teniendo en cuenta que, encima, parece que constituyen un cuerpo de élite dentro de la policía uniformada, hay que concluir que los antidisturbios tienen una vocación especial y específica. Que les va la marcha, vamos.
Yo no sé si la página de esta gente, cuyos foros producen verdadera vergüenza ajena cuando hablan de temas de estos de disturbios, recoge un pensamiento generalizado o es un sector minoritario especialmente embrutecido. Si es el primer caso, estamos ante un problema muy gordo porque, en fin, no hay más que ir a la página en cuestión para asustarse ante el número de psicópatas que dan rienda suelta a sus instintos más cafres.
En cualquier caso, el ejercicio de la violencia por parte del Estado es algo que debe ser medido y supervisado cuidadosa y milimétricamente. Medición y supervisión que está fallando escandalosamente en el caso de los Mossos d’Esquadra y las causas las he apuntado con reiteración: cuando se desdeñó un modelo mixto veteranos-inexpertos a base de integrar un número sustancial de miembros de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, para partir completamente de cero (un modelo perfectamente respetable, aunque yo, personalmente, hubiera preferido el otro) se olvidó que tanto jovencito al que se había entregado la temible gorra de plato y, además, placa, pistola y porra, sólo podría funcionar sin extralimitaciones a base de ser sometido a una disciplina muy estricta. No ha existido -como es palmario- esa disciplina y la peña esta se ha desmandado. Claro que la imposición de la disciplina exige, en primer lugar, unas convicciones, en segundo lugar, un carácter y, en tercer lugar, la presentación de un ejemplo.
Y viendo lo que hay en las alturas… bueno…
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La OCU ha constatado que en varias ciudades de España se suministra alcohol a los jovencitos sin empacho alguno. Vaya descubrimiento. Eso lo sabemos todos los padres, como todos los padres sabemos que a la autoridad eso le importa un pepino; como también le importa un pepino -y también lo sabemos- que en ciertos -no pocos- locales discotequeros, los tripis corren como gaseosa en un merendero y también pasan del mambo. El porqué de tanta indiferencia también es conocido (aquí el que ignora es porque es tonto del culo): no hay más que ver la relación que parece que tenían algunos funcionarios públicos con un par de ilustres lupanares próximos a Barcelona, ahora puestos en la picota (los polis y los lupanares). Bueno, en realidad, yo creo que si las madames de los puticlubs hablasen, habría que convocar oposiciones con carácter urgente en más de un cuerpo funcionarial; y si a los puticlubs añades en la conversación a la patronal discotequera y quizá a algunos sectores de la hostelera…
Hace unos meses, un compañero de trabajo estuvo en México y volvió asustado. Comentó que cuando aquí hablábamos de corrupción, no sabíamos de que estábamos hablando: que para corrupción, aquello. Puso un ejemplo (ente otros muchos no poco alucinantes): los funcionarios no están estatutados; funcionan como aquí en épocas de Galdós, y cuando se va el partido o el cargo que los ha colocado, ellos van también a la calle; por tanto, como el empleo tiene fecha de caducidad y un expediente disciplinario no sería más que un tecnicismo, la consigna está clara: arrambar con cuanto se pueda y sin miramientos. El fin de fiesta, parece ser, consiste en que cuando son efectivamente puestos de patitas en la calle, se lo llevan todo: ordenadores, archivos, datos e incluso el mobiliario; los que entran detrás de ellos, tienen que empezar por encargar las sillas (y ya cabe imaginar que cobrando bajo mano del industrial que las suministra). Me pregunto si también pagarán -de la caja pública, claro- a su antecesor para recuperar los datos o, simplemente, pasarán de tales datos y el ciudadano que se busque la vida. Aunque no tengo constancia cierta del detalle, casi me inclino por lo segundo…
Bueno, bien, tiene razón mi compañero: al lado de lo de México, lo de aquí no es nada. Pero también es cierto, que el calor de agosto de aquí no es nada comparado con el que hace por esa misma época en el desierto del Sahara, lo que no impide que cuando aquí el lorenzo pega fuerte en agosto yo me cague en lo divino y en lo humano. Por tanto, no me consuela nada tener que confiar -y confío- en el sentido de la responsabilidad de mi hija mayor porque no me puedo fiar -ni un pelo- ni de la normativa, ni de no pocos responsables de que se cumpla, ni de dueños de bares y -muchísimo menos aún- de dueños de discotecas, por el hecho de que en México este sería, quizá, el menor de mis problemas.
Está claro que muchos sistemas de policía (en el sentido técnico de la palabra: actividad de control de la Administración), no funcionan. Está claro que las inspecciones -los cuerpos de inspectores están, en la mayoría de competencias, bajo mínimos de personal y de recursos- no tienen otra finalidad que la recaudatoria y que amplios sectores de la administración no están haciendo los deberes, con lo que amplios sectores económicos -más o menos sumergidos- viven en medio de una grata y lucrativa anarquía en la que hacen lo que les sale de las pelotas impunemente. En Barcelona, basta salir a la calle para verlo (ocupaciones indebidas de la vía pública, aparcamiento masivo en doble fila…) y las críticas a la Guàrdia Urbana son cada día más frecuentes y recurrentes en las quejas de los ciudadanos que pueden leerse en la prensa u observarse en los foros -reales o virtuales- de vecinos. Hay problemáticas urbanas -no hace mucho hablaba de una de ellas, la de los chalados acosadores- verdaderamente pandémicas y estás listo como te toque ser víctima de alguna de ellas.
Evidentemente, una clase política que, además de corrupta ella misma -la mierda aflora a la superficie a nada que se rasque-, es de un nivel y de una calidad tanto propiamente político como profesional de verdadero asco, no propicia la existencia de una administración pública fuerte y rigurosa.
Veremos hasta dónde llega esto…
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Seguimos hablando del nivelón de algunos políticos…
La metedura de pata de la Chacón ha sido -parece ser- de las de marca mayor en el tema de Kosovo. Bueno, no es que quiera defender a la Chacón, en absoluto (protagonizó, por otra parte, un turbio asunto de tejemaneje televisivo a su mayor gloria mediática), pero esta cuestión parece haber sido más bien cosa de Zapatero. Lleva su marca de fábrica.
La verdad, sin embargo, es que me preocupa muy poco: de Kosovo había que irse, porque no tenía ningún sentido la presencia militar española en un país cuya independencia España no reconoce. Lo extraño, en todo caso, es que haya aguantado ahí tanto tiempo (casi un año) en estas condiciones, como extraño es que la OTAN no se resignara a la idea de que, de un momento a otro, las tropas españolas se iban a largar de ahí y empezar, ya desde un primer momento, a no contar demasiado con ellas. Si ahora reulta que se ha metido la pata no notificando -o notificando mal o a destiempo- a la OTAN pues, bueno, sí, es una cagada, pero de menor cuantía porque la OTAN ya tenía que haber previsto la fatalidad de esa retirada.
El problema quizá esté en que es la segunda vez que Zapatero monta una así. A la primera, tenía derecho: esa retirada -de Irak- constaba en su programa electoral y los norteamericanos -que, evidentemente, tendrían que conocer esa promesa- no debieran haberse sorprendido de su cumplimiento. O, bueno, conociendo al PSOE, quzá sí que puede ser sorprendente que cumplan con una promesa electoral. De todos modos, oficialmente no podía haber sorpresa posible. Igual que ahora.
Lo que pasa es que, de la misma manera que las personas somos nosotros y nuestra circunstancia, los hechos son lo que son más lo que significan. Y lo que significan dos retiradas así, de pronto y a saco, es que el que se retira, España o, si se quiere (y ojalá) la España de Zapatero, no es un aliado confiable. Y si la opinión como aliado pasa a la opinión como socio, podemos pasarlo mal.
Pero lo que a mí más me jode es la calidad del discurso. Esta mañana oía por Radio Nacional (que ya no es Radio Nacional sino la radio pública, de verdad que cada día tengo más ganas de hacer saltar dentaduras a puntapiés, igual acabo haciéndome antidisturbios) el rifirrafe en el Congreso y en el Senado. Suerte que lo he estado escuchando mientras cagaba porque, de verdad, entre lo de la radio pública y esa gente, no había para menos. Los ataques de la oposición… bueno, va, aceptamos pulpo como animal de compañía. Pero la respuesta de Zapatero, vomitiva: les refregó el envío de tropas a Irak, vaya hombre, qué imagnativo, noticias frescas, seis o siete años después; también podía haberles reprochado el envío de la División Azul (después de todo, seguro que el padre o abuelo de más de uno de los del PP -o del PSOE, quién sabe- estuvo implicado en la cosa); y, ya puestos, el sitio de Bilbao por Zumalacárregui. Pero es que, además, a mí me enerva el tono de este hombre: habla con aquello, con talante y, de pronto, alza la voz como para que todos nos enteremos bien, como si estuviera en uno de los mítines que da a sus analfabetos, para decir la chorrada de marca mayor, que en este caso es la búsqueda de la grandilocuencia más estúpida. Puestos a refregar la batalla de las Navas de Tolosa, podría recordar al PP que Aznar envió a Irak tropas contra la expresa y multitudinaria protesta ciudadana. Pero a un tío acostumbrado a mearse en las protestas ciudadanas, esto le suena poco, ha de ser algo más sonado; y entonces va y suelta: «tropas que ustedes enviaron contra la legalidad internacional». La legalidad internacional, aparte de que es una especie de orinal colectivo para uso del putiferio mundial, es una cosa muy difícil de precisar y de establecer, sobre todo en casos tan concretos como el de referencia. Además, Zapatero la desconoce con toda seguridad; un tío con un nivel tan lamentable no es posible que haya asumido conocimientos tan elevados, porque el derecho internacional, aunque totalmente inútil, es una creación hermosa, edificante y muy bien construida. Es un invento español, por cierto. Pero da igual: eso de la legalidad internacional suena de coña, así que hala, allá vamos.
Para cagarse, ya digo…
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Pues hala, aquí está ya la paella, a ver si se os pasa el mono, qué barbaridad, cómo sois, para una vez que uno la soslaya en cumplimiento del deber…
La próxima será ya en abril, el jueves día 2, tras habernos pateado el primer trimestre del año. Estamos en primavera, los alérgicos llenan el aire con sus alegres cagamentos y el domingo 29 cambian la hora, medida establecida para ahorrar energía, pero que la consume multiplicada en polémicas recurrentes y cansinas sobre si la cosa sirve o no. Como si el atraso o adelanto de una hora fuera para tanto.
Pues eso: que el jueves que viene nos veremos no sé a qué hora, pero en UTC+2
Que os sea leve el energy lag.