Archivo mensual: marzo 2009

El coco y el talibán

De la serie: Correo ordinario

Leo, un tanto sorprendido, la verdad, el artículo de Borja Prieto que publicó ayer «Libertad Digital» en su sección de Internet. Digo sorprendido porque no me parece demasiado propio el batiburrillo que monta -muy habitual en esa pùblicación, aunque bastante menos entre los columnistas de dicha sección- mezclando verdades distintas procedentes de ámbitos distintos. Este asunto de hacer juegos malabares con las verdades tiene mucho predicamento porque con él pueden decirse grandes mentiras sin que, en el plano literal de la cuestión y en ciega puridad, pueda nadie acusar al autor o al medio de tal cosa.

Habla del software libre en el mercado y en el contexto de la crisis actual y Borja Prieto mezcla en este artículo las dinámicas de la comunidad -o de algunas comunidades, o de algunos ámbitos de algunas comunidades, porque es este un mundo muy complejo y poco uniforme- con la realidad. Y lo hace, como ya he dicho, a base de verdades.

Porque es verdad que Richard Stallman está sufriendo, más que un proceso de talibanización, un proceso de inmovilismo: ha mantenido inflexibles sus principios de toda la vida y esto, que aparenta siempre ser loable, lo es mucho menos si pensamos que las ideas y los conceptos tienen que evolucionar con los tiempos. Es verdad también que el altermundismo ha tomado el software libre como algo propio -como que lo es-, pero que no va necesariamente asociado a Richard Stallman. Yo, por ejemplo, me considero altermundista, creo que el software libre parece -si es que realmente no lo fue- creado para cambiar un statu quo mundial en algo global como la tecnología, a su vez tan esencial para el desarrollo económico y, sin embargo, soy crítico con la actitud actual de Richard Stallman (aunque sin perjuicio de reconocer el inmenso valor, tanto en lo técnico, como en lo ideológico, como en lo activista, que él ha aportado y que, con las debidas reservas ante su inmovilismo, muy probablemente seguirá aportando).

Continúa don Borja con un comentario muy parecido a uno que yo suscité no hace muchos días en la lista de correo de Hispalinux sobre un cierto elitismo tecnicista que podría existir en algunos sectores de la comunidad del software libre, sectores quejosos de la accesibilidad que están ganando algunas distribuciones, a algunas de las cuales -Ubuntu, Fedora, Mandriva, OpenSuse…- puede calificárselas ya sin empacho como populares. También es verdad: existe ese sentimiento y existen señales de un cierto -y minoritario, afortunadamente- endiosamiento.

Ahora bien, el camino que lleva desde estas verdades hasta la afirmación de que los empresarios que busquen eficiencia en el software libre -y más ahora con la crisis que nos aqueja- van a encontrarse con una muralla talibán que les va a escupir por tratarse de capitalistas explotadores o por pretender la herejía de que el usuario de infantería disponga de un software amable de fácil e inteligible manejo, es un camino ignoto, un arcano, un misterio cósmico.

Que pueda haber un empresario que por mala suerte se tope con un fundamentalista, no es descartable como simple posibilidad; que ese incidente esté tan extendido como para ser preocupante y merecer un artículo en «Libertad Digital» escrito a guisa de aviso a los navegantes, hombre, me parece francamente exagerado.

Por varias razones.

La primera, la realidad. La realidad es que el único -y lamentablemente cierto- inconveniente que puede encontrar un empresario a la hora de implementar soluciones de software libre en su empresa es la escasez de profesionales y de empresas que le puedan prestar servicio; escasez que lleva a unos precios altos que no siempre se ven suficientemente compensados -cuando menos, en un primer momento- por el ahorro en licencias apropiativas. Este es un problema cierto que, a medida que la demanda de soluciones SL se vaya consolidando, se irá corrigiendo por sí solo; la eficiencia del mercado en estos niveles de intercambio está más que acreditada: puede haber dificultades durante la breve o larga época de transición entre modelos, pero al cabo las dificultades decaen. El grito de «¡Eh, muchachos, aquí hay pasta!» tiene la virtud de atraer a muchísima gente que quiere hacerse con ella.

También pude ocurrir -y de hecho ocurre- que un modelo de negocio tenga submodelos, vamos a decirlo así. Y en esos submodelos, habrá proveedores que trabajarán exclusivamente con software libre (unos -muy pocos- por talibanismo, los más porque entienden que la fidelidad al modelo estricto de negocio repercute favorablemente en la cuenta de resultados de su empresa), los habrá que serán accesibles a una cierta pequeña penetración en sus servicios de algunos módulos de software apropiativo y los habrá mucho más laxos hacia esa penetración. Lo que no habrá, de ninguna manera, es un escupitajo sobre el empresario que defina un modelo propio concreto en el que una empresa determinada no quiera entrar; esa empresa, simplemente, a la vista de que resulta inútil persuadir a ese cliente de que pase por las condiciones del proveedor, o rechazará el encargo o pasará por el tubo. No habrá lanzamiento de escupitajos. Para bien o para mal -en eso no entro ahora- las empresas proveedoras de servicios de software son eso, empresas, no hacklabs, y si trabajan con software libre no es por devoción a San iGNUcio sino porque han visto en esa libertad un modelo de negocio mucho más eficiente, bien en general, bien para las específicas dimensiones y dedicación comercial del proyecto empresarial.

La segunda, la realidad, pero de futuro. Casi cada mes vamos teniendo noticias de la fundación -generalmente a nivel autonómico- de asociaciones de empresas proveedoras de servicios bajo software libre, asociaciones con clara vocación patronal y gremial, cuyo objetivo, en esta prehistoria del negocio, es básicamente el de aflorar a la superficie, el de lanzar al agua una baliza señalizadora que puedan ver claramente los posibles clientes; es decir, la apertura de un mercado amplio para su actividad industrial y comercial. A partir de ahí, vendrá la competencia y, con ella, el establecimiento más o menos tácito o más o menos normativo, a nivel interno o con efectos en el total mercado, de normas de buenas prácticas o de competencia leal. Y con todo ello, el suministro regular, amplio, escalable y asequible a que aspira todo usuario.

No faltarán los fanáticos que pretenderán establecer el mismo rasero moral para la explotación infantil, el acoso sexual a las trabajadoras o el uso de software apropiativo aunque sea en pequeños retazos, pero puede estar tranquilo don Borja: ese discurso de moralina barata -más que de moral seria y rigurosa, que también puede inferirse, pero por otros derroteros- no va a venir de las empresas proveedoras ni, cuando menos generalizadamente, de los clientes del usuario.

Bastantes problemas están teniendo ahora las empresas -las usuarias de servicios TIC, en este caso, en mucha mayor medida que las proveedoras- para que se asuste con el coco -con un coco, además, falso, incierto- a quienes, muy acertadamente, ven en el software libre una solución de alta calidad y de gran eficiencia para la gestión de sus sistemas. Si tiene usted manía a los altermundistas y a los hacklabs, está en todo su derecho de ponernos bajo fuego de mortero pero, oiga, apunte para otro lado y deje tranquilos a los empresarios -clientes o proveedores- sobre todo cuando, en este ámbito, estamos hablando en términos de pequeña y mediana empresa. Incluso de microempresa. Que las cosas ya están bastante achuchás por sí solas como para, encima, andar sembrando cizaña.

No fastidiemos con jota.

Servicio de inteligencia

De la nueva serie: Me parto el culo

Cuando hice la mili -y hace dos semanas justas se cumplió el 30º aniversario de mi licencia y recuperación de la blanca– aprendí la importancia y la enorme trascendencia de las comunicaciones. No como tales solamente -que también, claro- sino como un elemento esencial del combate: el que tiene bien organizadas y blindadas sus comunicaciones y, además, puede penetrar o, cuando menos, neutralizar, distorsionar o interceptar las del enemigo, es el amo, el puto amo, del teatro de operaciones, aunque los comanches tengan una potencia de fuego acojonante y uno sólo disponga de una bicicleta y un tirachinas.

Hace ya tiempo que los movimientos antisistema -antes aún de lo de Génova- aprendieron ese básico principio militar. Si usas eficientemente los medios de comunicación a tu alcance todos los cascos, porras, escudos, tocineras y demás parafernalia no servirán para otra cosa que, parafraseando a Wolfe, aletear el propio ridículo a los cuatro vientos. La mentalidad conservadora es letal en un ambiente de confrontación. No sé qué coño les enseñan en Mollet del Vallès (la escuela de policía de los Mossos), pero la cosa funciona así. Claro que si sus políticos al mando les han abarrotado de sistemas Micro$oft, no me extraña que pasen cosas.

Como lo que está pasando esta noche, donde toda la flamantísima policía de Catalunya se ha dejado pillar en una operación de distracción acojonante, blindando media Barcelona mientras los chavales llevaban toda la tarde traginando por Internet cómo moverse ágilmente y por sorpresa por la otra media. Y ahora, los Mossos d’Esquadra, sudando la gota gorda y tapando agujeros como locos a paso ligero.

Cuatro chavalines buenos conocedores de los recursos tecnológicos de comunicación, han organizado, a base de Internet y de móviles, una perfecta estructura C3i (mando, control, comunicaciones e inteligencia) que ha dejado a los nenes de Saura como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando. Los chavales anti-Bolonia no han incendiado toda la puta ciudad simplemente porque no han querido, porque sus objetivos políticos, controlando perfectamente los medios tácticos, iban en otra dirección.

El espectáculo de la simple y pura inteligencia arreando patadas en los cojones a la simple y pura fuerza bruta siempre es edificante y consolador, con independencia del bando de predilección de cada cual. La técnica es la técnica.

Luego iré a los foros de estos tíos a reirme a descojono limpio de las estupideces de los frustrados psicópatas del tentetieso.

Aire.

Actualización 27.3.2009 – 21:00

He aquí un ilustrativo artículo de Vicenç Partal, director de Vilaweb sobre el particular y en parecido sentido (en catalán)

Cachondeo en el Senado

De la serie: Correo ordinario

Ayer -y ante la general indiferencia mediática, cada cual sabrá por qué- se debatieron en el Senado dos propuestas del Grupo Popular de modificación de la Ley de Propiedad Intelectual. Desde luego, visto lo visto, voy a acabar poniendo en cursiva también lo de intelectual. Una propuesta pedía la exención de la obligación de pago a la $GAE y otras hierbas por parte de los organizadores de fiestas populares (estilo Fallas, Sanfermines, etc.); la otra, la supresión del canon digital.

Que la propuesta se estrellaba estaba cantado, y este será el pretexto de más de un medio de comunicación para haber silenciado alevosamente la iniciativa en el Senado, cuando la realidad es que, en nombre de los de siempre, se trataba de evitar que fuera a suceder algo parecido a lo de diciembre de 2007, cuando por levantar el gallo sobre la cuestión se alzó una protesta ciudadana tan enorme que la izquierda de pacotilla quedó en dolorosa evidencia. Esta vez lo han podido llevar más de tapadillo y así, entre esto y el otro pretexto, el de que como es algo que propone el PP no puede ser bueno de ninguna manera, han podido cumplir el expediente con la sopa boba.

Al igual que en aquella ocasión de finales del 2007, no nos hicimos muchas ilusiones. Yo, concretamente, estoy esperando a la eventualidad de que un día acceda al poder el PP para partirme de risa viendo el sofocón que experimentarán y los rocambolescos pretextos que inventarán para volver el forro de la cuestión y dejar las cosas tal como están (porque esto es exactamente lo que pasará, que lo tenga claro todo el mundo). Pero, a pesar de que el final, como digo, estaba cantado, se ha podido disfrutar del espectáculo.

Por una parte, los siete depredadores del conocimiento enviando emilios como desesperados a todos los senadores en algo que algunos aseguran que bien podría calificarse de spam– augurando los infiernos artísticos y culturales -con exclamaciones de infarto de risa: privar del salario a trabajadores y empresas, por ejemplo- si las propuestas del PP progresaban. Por otra parte -yo me caía al suelo, también de la risa- el senador de CiU, Jordi Vilajoana, utilizó literalmente argumentos ya muy conocidos de la $GAE, por ejemplo ese de que «si se pide que las fiestas populares no paguen derechos de autor, quizás habrá que pedir que todo en las fiestas sea gratuito». ¿Cuántos años hace que venimos oyendo a don Teddy exigiendo pisos gratis, comida gratis, electricidad gratis y no sé qué más, en plan sarcástico? En fin, aunque el argumento se cae solo (aquello ya más que sabido de los bienes consuntivos y los no consuntivos), me hace gracia lo de la voz del amo. Porque ya sabemos que personalmente todos ellos están contra el canon (incluso Vilajoana propugnaba atacar a la $GAE si hiciera falta); y es que ya se sabe que el canon es una especie de fatalidad cósmica insoslayable. ¡Qué vergüenza! O qué poca vergüenza, según se mire…

Bueno, luego -o antes- vino el habitual festival festival de nadar y guardar la ropa por parte de todos los grupos: que si yo no estoy a favor de la $GAE pero hay que proteger a los autores, que si ya hay una comisión de Propiedad Intelectual en marcha para estudiar estas cosas; y, además, el detalle impagable: el senador Chiquillo, portavoz del PP, que califica el canon de impuesto seudo revolucionario y el sociata Zubero que se enfada y manifiesta que eso de la propiedad intelectual es algo complejo como para no jugar el regate corto. Encima de cachondeo, fútbol.

Lo dicho: el día que se vuelva la tortilla, me voy a retorcer de risa viendo como toda esta peña invierte argumentos para dejarlo todo igual. Total, no es la primera vez…

En definitiva, lo de siempre: una tomadura de pelo al ciudadano, una escenificación vulgar y mala a beneficio de los intereses de una minoría de ociosos que hace lo que le da la gana en este país y que, nada, que seguimos igual.

Hemos escuchado los lugares comunes de siempre, expresados por los de siempre y en nombre de los de siempre, todo ello para justificar la injustificable imposición de un tributo completamente medieval al ciudadano.

Y la ciudadanía habrá de tomar nota de que sólo ella, de que sólo nosotros podemos quitarnos de encima ese marrón, de que -lo he dicho muchas veces- estamos completamente solos; no sólo no podemos contar con nuestros teóricamente representantes sino que hemos de temer que se opongan frontalmente a los intereses generales por proteger los de sus verdaderos mandantes.

Llegará el día, llegará el día… y para algunos va a ser durísimo.

Curas, polis y políticos

De la serie: Los jueves, paella

Me hizo gracia -vamos a decir gracia– leer ayer que la Iglesia pide ayuda nada menos que a la ONU para combatir contra la ola de laicismo que nos invade. Oh, lo grande es que igual lo consigue porque en esto puede contar probablemente con la inestimable colaboración del mundo islámico, que en este aspecto tiene intereses idénticos. Alianza de civilizaciones debe ser esto…

Llama mucho la atención esta patrimonialización que hace la Iglesia católica de la sociedad y muy especialmente de algunas sociedades, como la española y la italiana, e incluso la francesa. Solamente en las teocracias islámicas -en todo parecidas a las teocracia cristianas que se disfrutaron en occidente durante la Edad Media y, aunque más solapadamente, durante un largo período histórico posterior cuyas consecuencias aquí aún padecemos- podemos encontrar algo parecido. Tampoco sorprende, porque el problema no es de esta religión o de aquella otra: es de la religión organizada.

El problema, obviamente, es el de siempre: poder y dinero. Y para tener poder y dinero hay que mantener cogida por las pelotas a una sociedad entera; cuando esa sociedad tiende a desvincularse del agarrón el poder y el dinero corren peligro y, por tanto, el rebote defensivo puede alcanzar una potencia inaudita.

Esa potencia lleva a demasías, como el caso que estamos viviendo en España, donde estamos presenciando cómo la Iglesia católica está pretendiendo imponer sus principios ideológicos a la acción de gobierno. Si ayer, hablando de injerencias externas sobre la acción de gobierno, mencionábamos el culo y las tetas de doña Carla Bruni, hoy habrá que convenir que la imagen de Rouco Varela es, con mucho, más desagradable. Rouco me recuerda a aquellos curas de colegio de los años sesenta que te imponían a Dios a hostiazo limpio, no sé si nunca mejor dicho.

Lo cierto, en todo caso, es que en el orbe occidental las creencias religiosas -y especialmente la católica- llevan doscientos años en regresión, desde que las cifras de analfabetismo fueron descendiendo progresivamente y la gente empezó a leer las escrituras enteritas, no retazos recortados, descontextuados y seguidos de interpretación autorizada a cargo del cura, procedimiento en el que, sorpredentemente, siguen aún y no son los únicos: en el mundo islámico, la cosa funciona más o menos igual. Lo que ocurre es que en el mundo islámico ahorcan a los discrepantes y aquí los discrepantes escriben y publican libros (cosa que a la Iglesia le produce un indisimulado disgusto: la veta inquisitorial de auto de fe y capirote no la pierden por más que paen generaciones).

Las prebendas de que goza la Iglesia en España son absolutamente inadmisibles en un Estado moderno y más inadmisible aún es que se usen para intentar -o, lo que es peor, conseguir- que se impongan a todos los ciudadanos los designios de unos cuantos que, además, son minoría; no hay más que ver la única estimación posible, desdeñados, por viciados, los registros parroquiales: la práctica del culto.

Ahora, pretenden las prebendas a nivel internacional.

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Hace una semana alucinaba viendo las grabaciones por toda la red: si no fuera por el color azul explícito y por la barretina implícita, hubiera jurado por mis ancestros más respetables que aquellos tíos eran los grises. Porque, además, hablaban mayoritariamente en castellano: los ¡largo!, los ¡fuera de aquí!, los ¡despejando! me transportaban treinta y cinco años atrás (¿la Ley de Política Lingüística y las circulares internas en materia lingüística de aplicación a todos los funcionarios catalanes no están vigentes para los Mossos d’Esquadra?). Y conste que no me molesta en absoluto el castellano, ojo, pero el detalle tiene su significado, por lo menos aquí, en Catalunya.

La violencia policial es un problema constante en las administraciones democráticas. En prácticamente todas. Aunque ahora están de moda los Mossos gracias a su fastuosa intervención de hace una semana y a la carrerilla de condenas por brutalidad policial que vienen encadenando últimamente, cualquier día podemos ver a media docena de policías norteamericanos apaleando a un negro al más puro estilo skin o a policías británicos pasándose diez pueblos con un jovencito o con una ciudadana asiática.

Y es que, las cosas como son, un policía no es un funcionario cualquiera. Como tampoco lo es un médico o una enfermera o un maestro. Son tipologías de función pública que exigen implicación personal, en las que no pueden ponerse fácilmente barreras a los sentimientos, en las que el eclecticismo y el distanciamiento de que hacemos gala los funcionarios burocráticos (que no pocas veces, además, se nos reprochan) son sencillamente imposibles.

Un policía tiene que luchar muchísimo contra sus sentimientos para tratar al delincuente que hace un minuto ha abierto fuego contra él con la misma frialdad con que yo le niego a un ciudadano unos datos porque, al ser tan concretos, comprometerían el secreto estadístico mediante el cual se han obtenido. Y, sin embargo, tiene que hacerlo él exactamente igual que yo. Por algo esa exigencia de eclecticismo a mí se me impone por las buenas y al policía se le obliga no antes de haberle proporcionado un adiestramiento acabadísimo. Pero el deber ser no siempre pasa a ser, sin más.

Por otra parte, hay policías y policías. El policía común, el que vemos patrullar por las calles, sólo recurre a la violencia -cuando es un buen profesional- muy en último extremo; antes de llegar a ella tiene muchos recursos en cuyo ejercicio ha sido formado; el policía antidisturbios, en cambio, constituye una tipología de policía especialmente creado para la violencia; los recursos no violentos que pudiera ejercer, son colectivos y diseñados en cada momento por el mando. Él, individualmente, no es sino una máquina de ejercer la fuerza bruta al toque de pito, sin más. Yo, en realidad, no los tengo por puros policías; en mi opinión, tendrían que integrar un cuerpo distinto -de funcionarios, desde luego- no propiamente policial.

Porque aunque no exista la adrenalina previa que experimenta el policía común que ha sido tiroteado, el antidisturbios la produce espontáneamente, por el simple ejercicio de su función. El ejercicio de la violencia calienta y sólo se explica en ese calentón. ¿Cómo se puede sacudir porrazos a un tío al que le estás viendo la cara con el mismo cuerpo con que yo escribo un oficio? No, no es posible. Para formar parte de un cuerpo antidisturbios hay que estar hecho de una pasta especial, bastante primaria; teniendo en cuenta que, encima, parece que constituyen un cuerpo de élite dentro de la policía uniformada, hay que concluir que los antidisturbios tienen una vocación especial y específica. Que les va la marcha, vamos.

Yo no sé si la página de esta gente, cuyos foros producen verdadera vergüenza ajena cuando hablan de temas de estos de disturbios, recoge un pensamiento generalizado o es un sector minoritario especialmente embrutecido. Si es el primer caso, estamos ante un problema muy gordo porque, en fin, no hay más que ir a la página en cuestión para asustarse ante el número de psicópatas que dan rienda suelta a sus instintos más cafres.

En cualquier caso, el ejercicio de la violencia por parte del Estado es algo que debe ser medido y supervisado cuidadosa y milimétricamente. Medición y supervisión que está fallando escandalosamente en el caso de los Mossos d’Esquadra y las causas las he apuntado con reiteración: cuando se desdeñó un modelo mixto veteranos-inexpertos a base de integrar un número sustancial de miembros de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, para partir completamente de cero (un modelo perfectamente respetable, aunque yo, personalmente, hubiera preferido el otro) se olvidó que tanto jovencito al que se había entregado la temible gorra de plato y, además, placa, pistola y porra, sólo podría funcionar sin extralimitaciones a base de ser sometido a una disciplina muy estricta. No ha existido -como es palmario- esa disciplina y la peña esta se ha desmandado. Claro que la imposición de la disciplina exige, en primer lugar, unas convicciones, en segundo lugar, un carácter y, en tercer lugar, la presentación de un ejemplo.

Y viendo lo que hay en las alturas… bueno…

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La OCU ha constatado que en varias ciudades de España se suministra alcohol a los jovencitos sin empacho alguno. Vaya descubrimiento. Eso lo sabemos todos los padres, como todos los padres sabemos que a la autoridad eso le importa un pepino; como también le importa un pepino -y también lo sabemos- que en ciertos -no pocos- locales discotequeros, los tripis corren como gaseosa en un merendero y también pasan del mambo. El porqué de tanta indiferencia también es conocido (aquí el que ignora es porque es tonto del culo): no hay más que ver la relación que parece que tenían algunos funcionarios públicos con un par de ilustres lupanares próximos a Barcelona, ahora puestos en la picota (los polis y los lupanares). Bueno, en realidad, yo creo que si las madames de los puticlubs hablasen, habría que convocar oposiciones con carácter urgente en más de un cuerpo funcionarial; y si a los puticlubs añades en la conversación a la patronal discotequera y quizá a algunos sectores de la hostelera…

Hace unos meses, un compañero de trabajo estuvo en México y volvió asustado. Comentó que cuando aquí hablábamos de corrupción, no sabíamos de que estábamos hablando: que para corrupción, aquello. Puso un ejemplo (ente otros muchos no poco alucinantes): los funcionarios no están estatutados; funcionan como aquí en épocas de Galdós, y cuando se va el partido o el cargo que los ha colocado, ellos van también a la calle; por tanto, como el empleo tiene fecha de caducidad y un expediente disciplinario no sería más que un tecnicismo, la consigna está clara: arrambar con cuanto se pueda y sin miramientos. El fin de fiesta, parece ser, consiste en que cuando son efectivamente puestos de patitas en la calle, se lo llevan todo: ordenadores, archivos, datos e incluso el mobiliario; los que entran detrás de ellos, tienen que empezar por encargar las sillas (y ya cabe imaginar que cobrando bajo mano del industrial que las suministra). Me pregunto si también pagarán -de la caja pública, claro- a su antecesor para recuperar los datos o, simplemente, pasarán de tales datos y el ciudadano que se busque la vida. Aunque no tengo constancia cierta del detalle, casi me inclino por lo segundo…

Bueno, bien, tiene razón mi compañero: al lado de lo de México, lo de aquí no es nada. Pero también es cierto, que el calor de agosto de aquí no es nada comparado con el que hace por esa misma época en el desierto del Sahara, lo que no impide que cuando aquí el lorenzo pega fuerte en agosto yo me cague en lo divino y en lo humano. Por tanto, no me consuela nada tener que confiar -y confío- en el sentido de la responsabilidad de mi hija mayor porque no me puedo fiar -ni un pelo- ni de la normativa, ni de no pocos responsables de que se cumpla, ni de dueños de bares y -muchísimo menos aún- de dueños de discotecas, por el hecho de que en México este sería, quizá, el menor de mis problemas.

Está claro que muchos sistemas de policía (en el sentido técnico de la palabra: actividad de control de la Administración), no funcionan. Está claro que las inspecciones -los cuerpos de inspectores están, en la mayoría de competencias, bajo mínimos de personal y de recursos- no tienen otra finalidad que la recaudatoria y que amplios sectores de la administración no están haciendo los deberes, con lo que amplios sectores económicos -más o menos sumergidos- viven en medio de una grata y lucrativa anarquía en la que hacen lo que les sale de las pelotas impunemente. En Barcelona, basta salir a la calle para verlo (ocupaciones indebidas de la vía pública, aparcamiento masivo en doble fila…) y las críticas a la Guàrdia Urbana son cada día más frecuentes y recurrentes en las quejas de los ciudadanos que pueden leerse en la prensa u observarse en los foros -reales o virtuales- de vecinos. Hay problemáticas urbanas -no hace mucho hablaba de una de ellas, la de los chalados acosadores- verdaderamente pandémicas y estás listo como te toque ser víctima de alguna de ellas.

Evidentemente, una clase política que, además de corrupta ella misma -la mierda aflora a la superficie a nada que se rasque-, es de un nivel y de una calidad tanto propiamente político como profesional de verdadero asco, no propicia la existencia de una administración pública fuerte y rigurosa.

Veremos hasta dónde llega esto…

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Seguimos hablando del nivelón de algunos políticos…

La metedura de pata de la Chacón ha sido -parece ser- de las de marca mayor en el tema de Kosovo. Bueno, no es que quiera defender a la Chacón, en absoluto (protagonizó, por otra parte, un turbio asunto de tejemaneje televisivo a su mayor gloria mediática), pero esta cuestión parece haber sido más bien cosa de Zapatero. Lleva su marca de fábrica.

La verdad, sin embargo, es que me preocupa muy poco: de Kosovo había que irse, porque no tenía ningún sentido la presencia militar española en un país cuya independencia España no reconoce. Lo extraño, en todo caso, es que haya aguantado ahí tanto tiempo (casi un año) en estas condiciones, como extraño es que la OTAN no se resignara a la idea de que, de un momento a otro, las tropas españolas se iban a largar de ahí y empezar, ya desde un primer momento, a no contar demasiado con ellas. Si ahora reulta que se ha metido la pata no notificando -o notificando mal o a destiempo- a la OTAN pues, bueno, sí, es una cagada, pero de menor cuantía porque la OTAN ya tenía que haber previsto la fatalidad de esa retirada.

El problema quizá esté en que es la segunda vez que Zapatero monta una así. A la primera, tenía derecho: esa retirada -de Irak- constaba en su programa electoral y los norteamericanos -que, evidentemente, tendrían que conocer esa promesa- no debieran haberse sorprendido de su cumplimiento. O, bueno, conociendo al PSOE, quzá sí que puede ser sorprendente que cumplan con una promesa electoral. De todos modos, oficialmente no podía haber sorpresa posible. Igual que ahora.

Lo que pasa es que, de la misma manera que las personas somos nosotros y nuestra circunstancia, los hechos son lo que son más lo que significan. Y lo que significan dos retiradas así, de pronto y a saco, es que el que se retira, España o, si se quiere (y ojalá) la España de Zapatero, no es un aliado confiable. Y si la opinión como aliado pasa a la opinión como socio, podemos pasarlo mal.

Pero lo que a mí más me jode es la calidad del discurso. Esta mañana oía por Radio Nacional (que ya no es Radio Nacional sino la radio pública, de verdad que cada día tengo más ganas de hacer saltar dentaduras a puntapiés, igual acabo haciéndome antidisturbios) el rifirrafe en el Congreso y en el Senado. Suerte que lo he estado escuchando mientras cagaba porque, de verdad, entre lo de la radio pública y esa gente, no había para menos. Los ataques de la oposición… bueno, va, aceptamos pulpo como animal de compañía. Pero la respuesta de Zapatero, vomitiva: les refregó el envío de tropas a Irak, vaya hombre, qué imagnativo, noticias frescas, seis o siete años después; también podía haberles reprochado el envío de la División Azul (después de todo, seguro que el padre o abuelo de más de uno de los del PP -o del PSOE, quién sabe- estuvo implicado en la cosa); y, ya puestos, el sitio de Bilbao por Zumalacárregui. Pero es que, además, a mí me enerva el tono de este hombre: habla con aquello, con talante y, de pronto, alza la voz como para que todos nos enteremos bien, como si estuviera en uno de los mítines que da a sus analfabetos, para decir la chorrada de marca mayor, que en este caso es la búsqueda de la grandilocuencia más estúpida. Puestos a refregar la batalla de las Navas de Tolosa, podría recordar al PP que Aznar envió a Irak tropas contra la expresa y multitudinaria protesta ciudadana. Pero a un tío acostumbrado a mearse en las protestas ciudadanas, esto le suena poco, ha de ser algo más sonado; y entonces va y suelta: «tropas que ustedes enviaron contra la legalidad internacional». La legalidad internacional, aparte de que es una especie de orinal colectivo para uso del putiferio mundial, es una cosa muy difícil de precisar y de establecer, sobre todo en casos tan concretos como el de referencia. Además, Zapatero la desconoce con toda seguridad; un tío con un nivel tan lamentable no es posible que haya asumido conocimientos tan elevados, porque el derecho internacional, aunque totalmente inútil, es una creación hermosa, edificante y muy bien construida. Es un invento español, por cierto. Pero da igual: eso de la legalidad internacional suena de coña, así que hala, allá vamos.

Para cagarse, ya digo…

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Pues hala, aquí está ya la paella, a ver si se os pasa el mono, qué barbaridad, cómo sois, para una vez que uno la soslaya en cumplimiento del deber…

La próxima será ya en abril, el jueves día 2, tras habernos pateado el primer trimestre del año. Estamos en primavera, los alérgicos llenan el aire con sus alegres cagamentos y el domingo 29 cambian la hora, medida establecida para ahorrar energía, pero que la consume multiplicada en polémicas recurrentes y cansinas sobre si la cosa sirve o no. Como si el atraso o adelanto de una hora fuera para tanto.

Pues eso: que el jueves que viene nos veremos no sé a qué hora, pero en UTC+2

Que os sea leve el energy lag.

Si guerra, pues guerra

De la serie: Correo ordinario

La señora Bruni esta estará posiblemente de toma pan y moja y, desde luego, no será la primera vez en la Historia que aquello de que tiran más dos tetas que dos carretas marca una política de gobierno. Ocurre que hay ocasiones en que tras un culo femenino altamente apetitoso y dos tetas de aquellas de amorrarse al pilón, se esconde un cerebro privilegiado que, no teniendo vectores en los que ejercer la política por la vía, digamos, normal, tiene que hacerlo encelando al manso que sí es bienvenido en los circuitos del corte de bacalao. Y otras veces en que no, en que tras un culo y un par de tetas soberbios se esconde un cerebrito mucho menos dotado que es a su vez manejado desde un colectivo que tiene pocos escrúpulos a la hora de articular recursos para perpetuarse en el dolce far niente más vulgarmente entre nosotros como no dar golpe. No dar golpe pero, claro, dándose una vidorra de cardenal florentino, que es lo bueno.

Así se las ven en Francia con la llamada ley de los tres avisos, también conocida como ley Sarkozy y por algunos denominada ley de las tetas de la Bruni, aunque también he oído denominaciones que hacen alusión a una parte anatómica ubicada mucho más al sur y, aunque menos espectacular que otros atributos, mucho más activa en el arte de la satisfacción viril.

No podía ser menos: la posibilidad de que España importara el proyecto francés ha levantado alaridos de entusiasmo en la sopa boba que, rápidamente, ha corrido a mover todas sus potentísimas influencias -apoyadas en sus al parecer innumerables facturas pendientes de cobro- para hacer realidad su sueño. Si la idea de que a Francia la gobiernen unas tetas y un culo es triste, imaginarse lo deprimente que es ver que en España no hace falta ni siquiera eso: sólo es necesario un Gobierno de nivel político, social e intelectual más que mediocre, presidido por el más renta baja -que diría Wolfe- de todo el partido, una vez que se fueron a casa los de la élite transicional y tomó el mando el pelotón de los torpes.

Incluso en la industria de la farándula se pensó generalizar la idea, empezando por aquellos países que, pese a su tradición liberal, no vacilan en cercenar las libertades cívicas con tal de empujar los intereses más pútridos, da igual que sea la invasión de Irak que la propiedad intelectual. Pero todo tiene un límite. No sabemos qué va a pasar en Francia y en España -estamos en las primeras escaramuzas- pero los británicos, a los que parece que aún les queda algo de vergüenza torera, aunque sea en el culo de la botella, han dicho que no, que santo, santo, santo es en verdad el copyright celestial pero que a tanto no se puede llegar y que andar metiendo manos más bien tirando a puercas en las comunicaciones privadas de los ciudadanos sin permiso judicial va a ser que no, que es contrario a la legalidad británica y posiblemente a la propia legalidad europea.

Hombre, los internautas europeos levantamos, espectantes e interesados, nuestras barbillas. Los ingleses, quién lo hubiera dicho, que te han llenado Londres de cámaras vigilantes, que parece que las hay hasta en los bocatas de atún, y, vaya, salen con lo de que my house is my castle y que no, que ni hablar. Ni siquiera por el copyright. Además -añaden despiadados- el sistemita es económicamente onerosísimo y técnicamente difícil hasta rozar la inviabilidad (y eso que no entraron en lo puenteable que es, dada una supuesta por más que difícil viabilidad. Cojones, dijo la marquesa y etcétera. Aunque la prensa adicta al pesebre cultureta coló la noticia casi entre los anuncios de venta de pisos (o sea, los que hoy no lee casi nadie), lo cierto es que es un golpe duro para la hueste farandulera: si los británicos no tragan, muy mal rollo, porque éstos, además de un potente ejemplo en el conjunto de la Unión, van a constituir un obstáculo en el europarlamento que puede llegar a rozar la invulnerabilidad.

Y fíjate que el ejemplo puede extenderse por toda la commonwealth, porque en Nueva Zelanda han dado carpetazo a la cuestión en idéntico sentido. Lo hemos sabido hoy y ya circula por toda la red; en el papel circulará menos, pero así les está luciendo el pelo.

En la propia Francia -aunque sí que parece que la cosa está mal- el apropiacionismo está aún lejos de ganar la batalla. Se ha organizado la resistencia -un tanto tardíamente, es cierto, una Asociación de Internautas no se improvisa de un día para otro- y el debate se está extendiendo por toda la sociedad francesa, hasta el punto de que hay importantes e influyentes miembros del partido de Sarkozy que se oponen frontalmente a la ley de los tres avisos, como también se la llama. Y cuidado con la sociedad francesa: si se calienta, las bofetadas -cuando menos vrtuales- pueden sacudir carrillos muy altos.

En España es diferente. En España sí hay una sociedad civil anticanon y antiapropiacionismo potente, sí que hay un amplio espectro activista, sí que hay un consenso casi unánime por parte de la ciudadanía… Un Suárez o un González hubieran hecho muy pocas bromas con una temperatura social tan alta; desde luego, no hubieran corrido riesgos políticos graves por algo así. Puedo prometer y prometo que el canon no se lo meto. Ea, resalao, si queréi tre avizo, irsu a tocá la trompeta al Guadarquiví y no jodái la marrana. Pero aquí tenemos a una peña que -ignorante de lo que se trae entre manos, en este tema y en muchísimos más- se cree todopoderosa en su analfabetismo político y social -a veces parece que hasta del otro- y, nada, a follar, que el dinero público no es de nadie y aquí todos hemos sigo monaguillos antes que miembras. Claro, eso es peligroso: un Gobierno de pisacharcos, incapaz de comprender el alcance social -y económico incluso en términos de desarrollo, de futuro- de una medida que pretende tomar al impulso de unos créditos que cree deber -o que quizá debe efectivamente, pero ese es su problema- a una minoría inmerecidamente privilegiada, puede causar efectos tremendos que dejen muy comprometido y en muy mala posición competitiva al país mucho después de que les hayamos dado el puntapié que los mande, si no a la jubilación, sí, cuando menos, a la oposición. Y en la oposición, que bailen, porque por bonito que lo pinten, ahora ya les conocemos y no nos vamos a creer nada.

Tanto en Francia como en España, podrán hacer lo que quieran en el parlamento y en el boletín oficial. Al menos, mientras les dure el chollo. Pero más allá, no llegarán. Estamos preparando las contramedidas que, en nuestra trinchera, son más eficientes, más baratas y de implementación más fácil. Nos cepillaremos cualquier vigilancia gilipollas que implanten como nos cepillamos sus estúpidos DRM. Ya esta empezando a haber resultados. Las telecos van a tener que soltar enormes cantidades de pasta para implementar sistemas de vigilancia e intercepción que no van a servir para nada. Y esto sólo empieza.

Pero no va a ser suficiente con mearnos olímpica e impunemente en sus controles, es que, además, nos vamos a cargar sus leyes. Aquí y ahora podéis darlo por seguro: llevaremos a los tribunales todo intento de intercepción de comunicaciones sin intervención judicial. Y si el Tribunal Supremo traga, lo llevaremos al Constitucional. Y si el Constitucional también mira para otro lado, llegaremos a Estrasburgo. No nos detendremos ante ninguna instancia judicial por alta que sea.

Pueden jugar todo lo sucio que quieran. Empujadas por Francisco Ros, pueden llevar el agua de las telecos a su molino, ya que nadie sabe por qué ni cómo, pero Francisco Ros parece el amo de las telecos y del Gobierno, lo que en este último caso no sorprende, ya que el paupérrimo ministro de Industria no se entera de lo que pasa en el fondillo de sus propios calzoncillos. Lo que quieran.

Van a saber lo que es resistencia.