De la serie: Los jueves, paella
Resulta difícil escribir una paella en una semana marcada por la Ley Biden-Sinde y la traición pepera que la ha resucitado en el Senado. Semana marcada por este tema no solamente en la Red, sino también en los medios de comunicación. Llevo, eso, toda la semana, requerido por diversas cadenas de radio para intervenir siquiera telefónicamente (presencialmente no me es fácil, trabajando…), mañana a media mañana acudo a TV3, al programa matutino estrella -«Els Matins»- y el lunes vuelvo otra vez a la emidora autonómica a su principal y más sesudo programa de debate, «Àgora», donde, según me han dicho, tendré enfrente a Arcadi Espada y como compañero a Ignasi Labastida.
A pesar de todo, estos días han dado para más cosas, pero en algunas de las más importantes, los acontecimientos sociopolíticos van ligados a su vez a la Red, como los acontecimientos de Túnez, Egipto y ahora mismo, hoy mismo, Yemen, acontecimientos en los que las redes sociales -que ya han sido cerradas en el país del Nilo- han adquirido un protagonismo especial (aunque parece que en Túnez ha predominado el teléfono móvil. Así, si escribo sobre eso, no sé si hacerlo en la paella o en un correo ordinario… Aunque, evidentemente, en uno u otro habré de hacerlo.
En fin, vamos allá con lo que tenemos…
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Estamos a tres semanas de las primarias sociatas en Barcelona. A partir de ahora, los rifirrafes entre Hereu y Tura, aunque enmarcados en el buen rollo formal y obligatorio de la disciplina de mierda de partido, van a ir in crescendo. La curiosidad en el seguimiento del asunto, no implica que los ciudadanos comunes tengamos voto (voz, sí, claro): sólo tendrán este derecho los pisacharcos con carnet (y supongo que al día de cuotas) encuadrados en la sucursal local barcelonesa de la cosa. Podrían, de paso, aprovechar para meditar sobre el hecho de que con listas electorales abiertas, no tendrían este problema: bastaría ponerlos a los dos y que después el ciudadano ventee el boli rojo, pero estos no están para meditar sino para el comedero, como hemos visto esta semana. Pretender meditación de los mierdas de la política es como pretender que un abeto dé melones.
Por otra parte, las listas abiertas no son tampoco ninguna solución, por la sencilla razón de que la gente no las usaría: la pereza y la ignorancia, tan propias de la raza, no son las premisas más adecuadas para un sistema de listas abiertas, que precisa del conocimiento, de la reflexión, de la atención…
Realmente, tengo mucha curiosidad por conocer cómo van a reaccionar los tíos estos del carnet. Si los medios no mienten, engañan o intoxican -que eso siempre hay que tenerlo presente- parecería que la horda local barcelonesa es férreamente partidaria de Hereu (lo que dice mucho, y muy mal, de la horda local barcelonesa); pero los barandas de Nicaragua (calle de) quieren a la Tura, por razones muy fundadas: dando por descontada la derrota electoral, Tura podría hacerla menos espectacular, más discreta; mientras que la inquina que los ciudadanos le tenemos a Hereu roza, en términos coloquiales, por supuesto, lo homicida. Esto, además de quererlo así la beautiful, también lo ven -si no son imbéciles del todo, cosa que cabe no descartar- los del carnet local, así que tienen ante sí una disyuntiva la mar de divertida. Yo, valleinclanescamente, me recreo en ese sufrimiento, qué quieres que te diga.
La curiosidad, por lo demás, se acrecienta con el desapasionamiento. Si Hereu vence en las primarias, ya le daremos caña en las de verdad; y si pierde, podremos carcajearnos unas semanas antes. Porque, claro, la opción de votar sociata está cerrada a piedra y lodo en lo que a mí se refiere, y espero que de una inmensa mayoría de los barceloneses quepa decir lo propio.
En lo que a mí -y espero que a muchos- respecta, asumiendo que mi voto no irá, de ninguna manera, ni al PSC (y no sólo por Hereu), ni a CiU, ni al PP, me queda por decidir a quién voto. Pirata, si se presenta, queda ahí como opción desesperada, pero no la más deseable (no, siempre que encuentre a alguien con cara y ojos). Ciutadans, descartado: ya no toca los cojones, luego ya no sirve. Para votar a los de la Rosa Díez, Democracia y no sé qué, tampoco: minoritario y todo lo que se quiera, pero un partido como todos los demás, o sea que el día que toque, votará Ley Biden-Sinde, y me importa tres cojones que lo nieguen abriéndose las venas; nada, un perfecto asco. Iniciativa y toda la peña de la rasta de parvulario, ni soñarlo, que a estos les hemos aguantado las gilipolleces durante siete años en la Generalitat y durante una eternidad en el achuntamén y así tenemos el Raval convertido en Ravalpindi, entre otras gracias retrecheras de los graciosos estos. O sea que me queda la legión de micropartidos -en los que va Pirata-, la abstención o el chorizo en el sobre. El voto en blanco siempre me ha parecido una mariconada, lo siento.
Bueno, pues con Pirata por omisión, de aquí a allá ya decidiremos.
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Se acaban las cajas de ahorro. O prácticamente. Este es otro tema que me trae un tanto confuso: no sé si alegrarme o cabrearme (con una marcada tendencia al cabreo por omisión: nada que proceda de la tocinada al mando puede producirme alegría alguna).
Por una parte, las cajas de ahorro fueron -otrora, que quede claro: otrora– instituciones muy queridas por los ciudadanos, sobre todo por las clases económicamente medias y bajas, y más en las épocas en que no existía la Seguridad Social y la única cobertura que le quedaba a uno para la vejez, a base de capitalizar el ahorrito nuestro de cada día, el centimet. Abuelos y padres ilusionados corrían a abrirle al niño la cartilla cuando el mamoncete apenas había tenido tiempo siquiera de echar la primera papilla. Yo fui uno de ellos, pertenezco probablemente a la penúltima generación de libreta paterna o abueleril. Mis hijas también tuvieron las suyas respectivas, pero se las abrió Caprabo, con la coña marinera aquella de Benvingut, nadó! («Bienvenido, bebé»). El signo de los tiempos. Parece que sabe como mal, que todo este entrañable patrimonio de la llibreteta, tan catalán como aquello de la caseta i l’hortet que el Avi Macià decía querer para todos los catalanes, se haya ido al guano, aunque en realidad, ya hace mucho tiempo que no existe, al menos como costumbre generalizada. Y la casita y el huertecito acabaron convirtiéndose en un chalet en una urbanización ilegal, pero eso no fue culpa de Macià sino de Franco. Bueno, batallitas aparte.
Siguiendo en clave positiva -pero ya algo menos-, está el asunto de la obra social, a la que tenían que dedicar la cuarta parte de sus beneficios. Bueno, en eso de la obra social hay de todo y por parte de todos: cosas socialmente interesantes y cosas que, bajo la apariencia de ser socialmente interesantes, esconden intereses económicos por otro lado, beneficios fiscales cuidadosamente diseñados y no me extrañaría que, en más de un caso, corrupción (luego veremos el porqué de la sospecha). Todo lo cual hace pensar que buena parte de esa obra social -es decir, la parte más económicamente rentable- seguirá existiendo. No debemos olvidar que muchos bancos tienen también fundaciones que dedican a las más maravillosas obras del beneficio fiscal y tal vez del otro: arte, becas universitarias y demás. Es probable, sin embargo, que iniciativas como la rehabilitación de drogadictos o la reinserción de delincuentes poniéndolos a trabajar, por ejemplo, en la cosa de la silvicultura, se pierdan por esta vía, aunque esta vía nunca debió ser tal, sino de iniciativa cien por cien pública. Pero, en fin, corren malos tiempos para todos, también, obviamente, para ex-drogadictos y ex-presidiarios.
Veámoslo de otra manera: ¿alguna vez los ciudadanos hemos conseguido de las cajas en los últimos años -excluyo ofertas puntuales de esta de aquí o de la otra de allá- algún beneficio de intención social o de cualquier otra naturaleza, que no nos haya ofrecido también un banco? Cuando las cosas nos han venido mal dadas… ¿hemos obtenido compasión alguna de la caja de ahorros de turno? Me pregunto si los miles y miles de familias a los que las cajas han despojado de su vivienda, los han puesto en la puta calle y pretenden, encima, seguir cobrando la hipoteca (o que vayan cayendo los intereses de mora), han tenido, en su desgracia, más facilidades por el hecho de ser una caja el acreedor, alguna oportunidad que no hubieran podido obtener de un banco. No sé a vosotros, estimados lectores, pero lo que es a mí, ni así. Tengo mi nómina domiciliada en un banco desde hace cuatro o cinco años y no noto diferencia alguna. De verdad: ninguna.
Y aún más allá: las cajas han constituido tradicionalmente un vector de poder para los mierdas de politicuchos en el ámbito regional y local. En algunos casos -en el de las grandes- también en ámbito nacional. Cabe no olvidar que Caja Madrid es la clave del poder en el PP (y por eso Rajoy aún sobrevive: de otra forma, hace ya tiempo que se lo hubiera zampado la lideresa); lo mismo cabe decir de Camps y la CAM y, hombre, qué vamos a contar de la Caixa y [el partido en el poder en] la Generalitat. Las cajas han sido el tradicional canal del despilfarro electoral y no hay partido que no les deba millonadas, deudas generosa y ubérrimamente perdonadas o prorrogadas sine die. Cosa que seguramente seguirá existiendo cuando sean bancos, pero en ese caso, al no haber políticos en el consejo de administración, es posible que las deudas sean de… otro tipo (además del económico, claro). Mal, igualmente, para los ciudadanos, desde luego. ¿Peor? No creo. Por lo demás, no olvidemos que mientras desde los partidos nacionalistas se ha empujado a los catalanes al odio contra Madrid por causa de los peajes de las autopistas, la Caixa -más nacional y catalana que Jaume el Conqueridor- era -es- la dueña de todas esas autopistas. Bramábamos -bramaban- contra Madrid y nosotros vivíamos -vivimos- en Sierra Morena. Manda huevos.
En resumidas cuentas, no me gustan los bancos. Es que nada. Y, desde luego, la operación de las cajas no responde a otra cosa que a la voracidad de los bancos, que apetecían la mitad del ahorro español depositado en ellas. No es otra cosa que eso. Que eso y que Zapatilla, ya sabes, es así de servicial con el que manda. Sentado cuando pasa la bandera, pero luego a cuatro patas corriendo raudo hacia el pilón. Sin embargo, más allá de un par de sentimentalismos como los del segundo párrafo de esta entradilla, la verdad, me siento incapaz de llorar por ellas.
Habrá quien lo haga y tendrá su razón, pero no seré yo.
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Como había que hacer ruido, no fuera que la gente se cabreara por el pensionazo (que, por cierto, se ha consumado hoy con la enculada que era previsible a los dos grandes tomadores, digo, sindicatos), pues bueno, se fueron haciendo fuegos artificiales. Y uno de los buenos -aparte de la Ley Biden-Sinde, pero ese era un morlaco desgradable e imprevisto- es tomarla con las autonomías. Así, los sociatas emprendieron su pequeña y miserable LOAPA de la señorita Pepis, diciendo que esto del Estado de las autonomías sale muy caro, hay mucho despilfarro y hay que pararlo en seco.
Resulta muy curioso, para empezar, que esto de las autonomías sale muy caro, pero las únicas autonomías que no despilfarran, que tienen el déficit bastante bajo control, resultan ser las que gozan de concierto económico. Vaya, hombre.
Y, naturalmente, Mas se cabreó. Con su razón de un cierto volumen añadido: los de la rasta, se dedicaron no solamente a saquear el erario público durante siete años sino que, encima, camuflaron el botín, de modo que cuando los de ahora, los recién llegados, empezaron a abrir cajones, no sólo se los encontraron vacíos -con eso ya contaban, era un secreto a voces- sino que uno de los cajones sí que estaba lleno a rebosar, pese a ser de los más grandes: el de facturas pendientes de pago. Y el monto de las facturas, horroriza.
Pues a la gentuza de Zap no se le ocurre otra cosa que decir, ah, se siente, como el déficit de Catalunya es mayor que el declarado (y ellos lo sabían, dicho sea de paso, pero ayudaban a su cómplice a ocultarlo) y se pasa de los límites, no vais a poder emitir bonos de deuda pública.
Total, una risa. Y una estupidez supina. Vamos a ver: tal y como parece que está la tesorería de la Generalitat, queda tela para pagar dos meses de sueldos; después, nada, cero patatero. Ahora imagínate tú que una administración como la de la Generalitat de Catalunya suspende pagos. Aparte de que al índice IBEX iba a haber que ir a recogerlo con una tuneladora, Zapatilla y sus secuaces no colocaban bonos del Estado español ni retribuyéndolos al 15 por 100. Pero… ¿de qué van esos so gilipollas?
Naturalmente, ya ha aparecido la ministra de la cosa templando gaitas, bueno, si la Generalitat se porta bien y nos trae unos papeles con cara y ojos, venga, va, le dejaremos emitir deuda (sobre todo para que no insista más en los 1.000 millones de los fondos de competitividad que le debemos).
Estas son las consecuencias del café para todos del triste Suárez, café para todos que, al parecer, es lo único sagrado de la transición para aquellos que ven en la transición el origen de todos los males. Con lo fácil que hubiera sido dar autonomía solamente al País Vasco y a Catalunya, bien, a lo sumo, a Galicia y a Andalucía, darles a cada cual su concierto económico y aquí paz y después gloria, porque las demás regiones ni quisieron ni pidieron la autonomía. Pasó como con las transferencias de Sanidad, que algunas autonomías exigieron mantenerse en el régimen clasico de gestión estatal, pese a lo cual hubieron de tragarse la gestión sanitaria a la fuerza. Por más que pasen los años, las realidades acaban subiendo al escenario. El ejempo del País Vasco es, probablemente, de buena gestión -cosa que no hemos tenido aquí últimamente-, pero los resultados de esa buena gestión sólo han podido ser posibles gracias a su especial régimen económico.
¿Cuánto habremos de luchar en Catalunya por el concierto? ¿Habrá que politizar y nacionalizar una cuestión que es puramente económica? Si en Madrid lo quieren así, así será. Como reivindicación política, lo único que hay entre lo de ahora y la independencia es el concierto económico, así que si nos obligan a plantear el concierto como una guerra nacional corren el severo riesgo de que se convierta en una guerra de la independencia con muchos más visos de seriedad de la que ahora parece que tendría (la independencia, salvo cuatro iluminados, no se la cree nadie: pero eso no tiene por qué ser un statu quo perpetuo, las cosas evolucionan y lo que hoy es una tontería, mañana…).
Así que, nada, que vayan haciendo el tonto, que vayan.
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Bueno, pues a pesar de todos los pesares, he conseguido que este jueves haya también paella, de forma que cerramos gloriosa y arroceramente el mes de enero. El próximo jueves será 3 de febrero. Febrero es uno de los meses más aburridos del año, pero tiene una cosa agradable: en cómputo mensual, es el mes que tiene los días mejor pagados. Bueno, al menos para los que aún tenemos la suerte de cobrar a fin de mes. Que cada vez vamos siendo menos y estamos empezando a ser realmente pocos. Ay, ay, ay.
Hasta ese próximo jueves de febrero, a ver qué peripecias nos habrá traído la semana. Que, previsiblemente, van a ser muchas. Ay, ay, ay.