Archivo mensual: diciembre 2011

Así será si así queréis

De la serie: Rugidos

Y cuando en la hispana tierra
pasos extraños se oyeron
hasta las tumbas se abrieron
gritando: «¡Venganza y guerra!»

Esto es lo que habéis querido y esto es lo que vais a tener.

#LeySinde
#RedResiste

El arma total

De la serie: Esto es lo que hay

Uno de los acontecimientos característicos de las redes sociales de esta semana ha sido el rebomborio que se ha montado -básicamente en Twitter, pero también en Facebook y otras redes- es la campaña contra el libro de un tal Richard Cohen, que considera la homosexualidad una enfermedad y pretende curarla. Ha sido tan intensa e intensiva, que la librería de «El Corte Inglés» ha decidido retirarla de sus anaqueles, pidiendo, además, sentidas disculpas. Una movilización que no ha gozado, precisamente, de adhesión unánime (numerosa sí, pero unánime, no), porque algunos internautas la han tachado de censura.

Hace algunos días más, en el blog de Enrique Dans se montaba una buena polémica en razón de su anuncio de boicot al cine español.

Y no hace muchas semanas, un sólo internauta se levantó contra la vesanía de un programa de televisión basura que le había pagado un dineral a la madre de un asesino a cambio de meter el morbo correspondiente y logró movilizar a la red de tal manera que se consiguió que todos los anunciantes abandonaran el programa (y alguno incluso llegó a suspender la campaña navideña de publicidad en toda la cadena).

El tema de los boicots siempre es polémico porque siempre hay quien ve por algún lado inocentes perjudicados; aparte de que siempre hay quien no parece dispuesto a sufrir el sacrificio -o la simple incomodidad- de abstenerse de consumir una cosa para lograr un fin. Los objetores tachan de censura el boicot a un libro -y tienen razón, a mi modo de ver-, sostienen que muchos profesionales del cine español no tienen la culpa de las circunstancias que provocan el boicot o bien replican que las marcas no son culpables de lo que se haga en los programas en los que ellos se anuncian.

Y bien, sí, todo ello es -o puede ser, según el caso- cierto.

Pero hay varias consideraciones en sentido contrario. La primera, que el ciudadano, ni individual ni colectivamente tiene por qué impartir justicia. Cada cual es libre de adquirir o no adquirir un bien o servicio y cada cual es libre de adoptar una postura u otra por las razones que le dé la gana. Yo puedo no comprar en la tienda de al lado e ir a otra más lejana y más cara, simplemente porque el tendero de la de al lado me cae gordo (aunque no me haya hecho nada) y ello es, objetivamente, injusto pero el consumo es libre, yo puedo hacer lo que me dé la gana arbitrariamente, mis preferencias de compra no tienen por qué sujetarse a criterios comercialmente objetivos. Y eso es algo con lo que el comerciante tiene que contar. Objetivamente, Puleva no es culpable de las barbaridades que se cometan en la basura de Tele5; simplemente, sus técnicos publicitarios detectan una audiencia cualitativa o cuantitativamente idónea para su inversión publicitaria: no juzga moralidades. Pero si sus clientes deciden culpabilizarla de hecho y toman represalias por esa culpabilidad ¿qué va a hacer Puleva? Pues como no puede acudir a los tribunales ni a los antidisturbios para obligar a sus clientes a que sigan siéndolo, sencillamente, suma dos y dos y retira su publicidad para mantener numéricamente incólume a la parroquia que le da de comer.

La segunda responde a un principio que enuncié hace ya muchos años y que he repetido en este blog varias veces: toda la fuerza que hemos perdido como trabajadores y como ciudadanos, la hemos ganado, multiplicada, como consumidores. Esa es nuestra fuerza última pero potentísima: mientras Puleva (y quien dice Puleva, pon la marca o establecimiento que quieras) no pueda obligarnos a comprar su producto, tendrá que hacer lo que sus clientes quieran y dejar de hacer lo que no quieran. Da igual que una cosa u otra sea justa o injusta, grata o desagradable, bonita o fea. Si queremos ver a su gerente en calzoncillos y nos empeñamos en ello, acabaremos viendo a su gerente en calzoncillos porque en cuanto se desplomen las ventas se echará los pantalones abajo; y si no lo hace, lo pondrán en la calle y los calzoncillos que veremos serán los del gerente siguiente que ya sabrá qué es lo primero que le toca hacer.

Y creo que es lo que toca. Si no podemos valernos de los políticos porque no están de nuestro lado, si los empresarios y los banqueros no tienen la menor compasión por nadie, no se apiadan de las familias a las que dejan sin recursos por causa de un despido o de una ejecución hipotecaria… ¿por qué nosotros debemos guardarles consideración alguna? ¡Seamos nosotros despiadados con ellos! Si quieren nuestro dinero, que pasen por debajo de nuestro arco del triunfo, tanto si les gusta como si no.

Lo de la censura, es ciertamente desgradable, yo que tanto la odio. Y, como muy bien dice Luis Alfonso Gámez en el enlace a Magonia del primer párrafo, el boicot ideológico puede ser respondido con otro boicot ideológico. Si se censura una determinada visión de la homosexualidad por errónea o por malvada, los que tienen esa visión también pueden censurar, a su vez y por el mismo procedimiento, la visión opuesta. Sin embargo, habrá que vivir con eso y con ese riesgo porque, repito, todo boicot conlleva siempre una injusticia, cuando menos parcialmente, y si se atiende a ese criterio de justicia como prioritario, lo que estamos haciendo es desarmarnos nosotros mismos.

Si se boicotea al cine español, probablemente se cometa una injusticia, por poner un simple ejemplo, con alguien como Álex de la Iglesia quien, obviamente, no estará por el boicot pero muy probablemente sí por las razones que lo motivan, como ya ha demostrado incluso ante incrédulos como yo. Pero si por salvarle las barbas a Álex renunciamos al boicot, nos caerá encima no la ley Sinde, no: el código penal.

Hay temas en los que tenemos que mostrarnos inflexibles aún a riesgo de cometer injusticias en esos propios temas o en otros. Y no sólo eso: es necesario que adquiramos la cultura del boicot y la empecemos a practicar intensivamente. Ya estamos empezando, de hecho: lo de «La Noria» fue un punto de inflexión y lo de esta semana ha sido otro. Que los boicots están empezando a funcionar y que el enemigo les tiene un miedo cerval quedó demostrado en los comentarios al anuncio de Dans, en el que, más o menos escondida, la farándula no pudo ocultar su pánico. Y el pánico no venía de lo que el anuncio de Dans tenía de convocatoria sino de lo muy abonado que empieza a estar el campo para que algo así sea seguido.

El 15-M demostró que la Red es un poder fáctico real; demostró que, contra la imposibilidad de hacer revoluciones en la Red, tan cacareada por quienes tienen un miedo cerval a que sí sea posible, las revoluciones pueden, cuando menos, empezar en la Red. El recuerdo de la pillada en bolas que supuso para el enemigo aquel 15 de mayo de 2011 servirá de regocijo para muchos durante mucho tiempo.

Si el 2011 ha sido el año en que los ciudadanos hemos salido a la calle cargados de ira, 2012 habría de ser el año en que empezáramos a castigar severamente, duramente, despiadadamente, a quienes, viviendo de nuestro dinero, pretenden imponernos sus reglas a la trágala. Y vencer. Hacerlos pasar por el aro y estrechar cada vez más ese aro. Y que gane quien quiera las elecciones: nuestras compras han de ser nuestros votos; sus balances han de ser nuestro poder; sus cuentas de resultados han de ser nuestro objetivo. Recordemos la enseñanza de la historia: ni siquiera Franco pudo con un boicot y tuvo que claudicar.

Por una vez, «La Noria» mostró el camino.

El otro canon

De la serie: Esto es lo que hay

Andamos desde hace unas horas, desde ayer a media mañana, con dimes y diretes sobre el sueldo del Rey, que si cobra mucho o que si cobra poco, que si más que el presidente o que si menos que el vecino. La Casa Real, efectivamente, ha presentado unas medias cuentas del Gran Capitán. Digo medias, y me quedo corto, porque falta en todo eso mucho desglose: esos gastos de representación… ¿cómo se dividen? O en qué, cómo y a quién van esos cuantiosisimos incentivos al rendimiento que se ventilan el 70 por 100 de los gastos de personal. Tampoco se nos dice qué personal es ese y por qué es necesario, es decir, se nos ocultan datos para formular un criterio sobre si ese gasto está ajustado o es un derroche; obviamente tampoco sabemos de qué modo accede ese personal a su puesto de trabajo salvo, supongo, el personal funcionario que, corrientemente, debería llegar a través de un concurso de traslados o por acceso directo a través de la oferta de plazas tras haber ganado una oposición.

Otras divertidas partidas pertenecen al no menos divertido -por elástico- capítulo 2 (gastos corrientes en bienes y servicios), capítulo divertido y elástico no sólo en la Casa Real, sino en todas las administraciones públicas. Para que el ciudadano se haga una idea, de ese capítulo es de donde sale el dinero para bolis y para las señoras de la limpieza, pero también para esos estudios, frecuentemente misteriosos, que a veces acaba resultando que no se hacen, o que podrían haberlos hecho los funcionarios que trabajan sobre la cuestión, o que se pagan cien mil euros por doce páginas que no dicen nada o que, a veces -o además-, son un plagio de estudios previos, o que, sí, son serios y enjundiosos, pero nadie sabe para qué sirven ni por qué se encargaron ni por qué el encargo recayó precisamente sobre quien recayó.

De ese capítulo -y en relación con la falta de desglose antes mencionada- me llaman la atención esos 1.656.000 euros de Material, suministros y otros (lo de los otros debe ser apasionante, sin perjuicio del indudable interés del material y de los suministros) y los 1.200.000 de Atenciones protocolarias y representativas que deben computarse además de los gastos de representación que cobran el Rey, el Príncipe y ex aequo la Reina y las infantas, porque esto tiene miga adicional. Fijarse en lo que se enuncia como subconcepto 226.01: Atenciones protocolarias y representativas: se incluyen en este apartado los diferentes gastos generados con ocasión de los actos que desarrollan los miembros de la Familia Real, como pueden ser almuerzos, recepciones a su cargo, atenciones o regalos que protocolariamente deben realizar, incluido fotografías. También contempla los gastos generados por la asistencia a actos oficiales y de Estado, y otros que no son soportados por el organismo correspondiente. Entonces… ¿en que se gastan tan altos señores las cantidades que perciben intuitu personae por este aparentemente mismo concepto?

La ingeniería presupuestaria permite ocultar también otros gastos inherentes a la Casa Real: bienes afectos al Patrimonio Nacional de uso privativo (palacios y yates, entre otros beneficios), seguridad, etcétera, por importes que he visto estimados en su conjunto en unos 50 millones de euros. Y habría que ver si estos 50 millones de euros incluyen (que no incluyen) otros tinglados independientes de la Casa Real pero que parecen hechos, fundamentalmente, a su mayor gloria y loor: pienso, por ejemplo, en todas estas cumbres iberoamericanas cuyos beneficios prácticos no acabamos de ver más allá de los que amasen El Corte Inglés, Telefónica o la $GAE, sino para constituir al Rey -artificiosamente, claro- en un líder mundial que se permite hacer callar a jefes de Estado que han sido elegidos democráticamente y no como él.

Porque, en el fondo de todo, subyacen dos cuestiones esenciales. La primera, que más allá de lo que cobren o no cobren el Rey y su familia, lo que interesa es lo que nos cuesta mantener el tinglado. La segunda, la tan manida objeción de que un presidente de la República nos costaría lo mismo.

Hablaré de lo segundo, porque lo primero está claro. Un presidente de la República nos costaría lo mismo -en fin, un poco menos, aunque no mucho- si instituyésemos un presidente de la República a modo de Rey no hereditario y elegido cada cuatro, seis u ocho años, un figurín puesto ahí para adormar (supuesto y no admitido que tanto Rey como presidente en estas condiciones adornen algo). Pero un presidente de la República puede verse de otra manera: puede verse como la asunción en una sola persona de la jefatura del Estado y del Gobierno (sistema presidencialista neto) o puede establecerse un presidente de la República distinto del presidente del Gobierno pero con funciones ejecutivas propias e independientes (política exterior y/o de defensa, por ejemplo) en algo parecido a un sistema presidencialista mixto, hasta hoy inédito pero nada inviable. Desde luego me inclino por el sistema presidencialista neto y punto pelota, aunque el mixto pienso que podría tener sus ventajas, no sería del todo desdeñable.

Y es que cuando se habla de República se habla de un modelo con muchísimas variantes posibles que puede ir mucho más allá de un Rey por turnos.

Los fuegos de artificio monárquicos que se han articulado todas estas horas -que serán días, o semanas- sobre lo poquito que cobra el Rey, lo muchísimo que cobran otros, el callarse sobre la cuantificación de otros importantes conceptos que también recaen sobre la Casa Real aunque no estén en su presupuesto, y el callarse sobre el volumen y procedencia de su cuantioso patrimonio privado (y del lugar donde lo almacena), convencerá, quizá, a los parroquianos de Belén Esteban, pero no a los ciudadanos que se detengan a reflexionar un poco. Y una apostilla más: todo aquello que se oculta, es susceptible de ser peor aún de lo que se sospecha (porque si fuera al contrario, resultaría más rentable propagandísticamente encender la luz).

Las famosas cuentas que iban a abrirse sobre el presupuesto de la Casa Real no han resultado ser sino una filfa, humo de colores incapaz de convencer a nadie con dos dedos de frente, un nuevo timo a la ciudadanía, a la que se toma -nuevamente- por imbécil. Es posible que este numerito detenga algo la caída de los índices de popularidad de la monarquía borbónica reinstaurada sobre el juancarlismo, pero es sumamente probable que esa detención sea pasajera. Cuando todo el mundo acabe de caer en la cuenta de que no sólo no sabe más de lo que sabía antes sino de que, en realidad, no sabe nada, la curva volverá a su pronunciado descenso. Y más cuando se abra el sumario y sepamos más pormenorizadamente aún de las andanzas del yernísimo.

No ha habido luz y taquígrafos: nos han hecho luz de gas.

Humor guerrero

De la serie: Pequeños bocaditos

Llevo varios días viendo este simpático vídeo que, seguramente, muchos de vosotros conoceréis: es el Grupo Aéreo del buque de asalto anfibio de la Armada británica «HMS Ocean», que ha realizado una especie de felicitación de Navidad tipo lip dub con la pegadiza canción de Mariah Carey All I Want For Christmas Is You.

A mí me parece un invento realmente gracioso; habrá a quien no, por supuesto, y me parece muy bien: como suele decirse, para gustos, los colores.

Pero, a base de haber visto el vídeo unas cuantas veces (las dos o tres últimas, al específico efecto de lo que voy a hablar) me llama muchísimo la atención el hecho de que no se trata de un lip dub hecho por la marinería, sino que intervienen en él oficiales, y no pocos. He visto a varios alféreces de fragata, a dos o tres tenientes de navío, por lo menos a un capitán de corbeta y al primero que sale, el oficial con boina y mono de vuelo (impagable en su segunda aparición en la bañera), no he podido verle bien las divisas, pero juraría que son un rombo y una corona, lo que lo haría teniente coronel; por las alas, es, evidentemente, un piloto.

A lo que en definitiva voy: me pregunto si un lip dub así sería posible en un «Príncipe de Asturias» o en un «Juan Carlos I». Imagino que con un comandante socarrón y el permiso de dos docenas de almirantes, de esos que tenemos más que cabos, y no poco esfuerzo de insistencia y burocracia, podría conseguirse que autorizaran a la marinería para hacer algo así, previa visión y censura por parte del mando del resultado final (ya te puedes figurar: nada de mariconerías, nada de banderas por sombrero, casi nada de nada). Y, desde luego, ni soñar en que un oficial, ni siquiera un suboficial, participe en algo así (de cabo mayor para arriba, nada).

Como si la Armada británica fuera menos temible porque de cuando en cuando haga bromas de estas.

Es algo que no han conseguido ni el plan META, ni el plan NORTE, ni el plan Rataplán: que nuestras Fuerzas Armadas tengan corporativamente, oficialmente, sentido del humor.

Una pena.

El desafío empieza hoy

De la serie: Correo ordinario

No conocía a José Ignacio Wert (vaya, quiero decir que no sabía quién era), flamante nuevo ministro de Educación, Cultura y Deporte, cosa que debería avergonzarme un poco porque el caballero en cuestión tiene un palmarés razonablemente brillante: profesor de Sociología Política, inclinación política hacia el centro, fundador de Demoscopia… Bueno, también es cierto que todo ello no da para muchos telediarios, pero no está mal.

Nuestro presi, Víctor Domingo, le otorgó un margen de confianza. Hizo bien, es lo que toca. Sin embargo, este post de Manuel Almeida en Mangas Verdes no induce precisamente a la tranquilidad. Nuestro hombre, entre otras gracias escribió un artículo en «El País» hace apenas un año (en 2 de enero de 2011) poco o nada tranquilizador, en el que, como bien dice Almeida, demostraba no enterarse de nada. Aparte de su posicionamiento, muy radical y para nada centrista. Ni siquiera centrado. También Manuel es partidario de darle un margen bajo la suposición -yo creo que ilusoria- de que Wert haya aprendido algo en este año. Bueno, realmente, 2011 ha sido un año bastante especial, pródigo en acontecimientos con entidad suficiente como para modificar opiniones muy asentadas en gente muy formada y madura; por otra parte, me extrañaría mucho de un Rajoy -cuya trayectoria de un cierto centrismo sí que está acreditada- que entrara a saco en este tema, un tema que, además, es muy complejo y que pide muchísima reflexión y muchísimo debate. La aprobación del reglamento de la Ley Sinde (que podría producirse incluso hoy o mañana), sería un casus belli para la población internauta, cada día más cerca ya de que no sea necesario el apellido. Un historial caracterizado por templar gaitas no parece predecir tamaña barbaridad, pero también es verdad que el lobby aprieta (y aprieta mucho: conviene no olvidar que su motor está en la embajada norteamericana, la cual, por cierto, visitó Rajoy cuando fue llamado a capítulo) y que, en definitiva, Wert podría ser un hombre de paja. Digo lo de paja por lo combustible: podría ser un elemento destinado a su calcinación en pro y loor del copyright. En lo positivo, cabría decir que González Macho ha hablado de forma un tanto despectiva de Wert, y eso es un tanto a favor de éste, las cosas como son.

Estoy de acuerdo, por otra parte con Almeida cuando -como tantísimos otros, yo incluido- dice que lo que hay que hacer es dejarse de puñetas,. derogar la ley Sinde y ponerse a la improrrogable tarea de modificar la Ley de Propiedad Intelectual. Pero, claro, no de cualquier manera, sino después de una reflexión con todos los estamentos sociales implicados. Eso si quiere poner fin a la guerra que desde hace ya nueve años (nueve, que se dice pronto) viene sosteniéndose alrededor de este asunto. Si, por el contrario, lo que se quiere es sostenerla y aún agravarla o incluso perpetuarla, sólo hay que coger papel y lápiz y redactarla al dictado del lobby apropiacionista. Y entonces veremos lo que pasa en y con este país, pero una de las consecuencias está más que clara: caería por una profunda sima tecnológica. Y, según están las cosas, caer en una sima tecnológica es caer en una sima económica.

Con ocasión de la integración de Cultura con Educación y Deporte en un mismo ministerio, clamaban algunos mandamases del negocio del copyright que no puede sostenerse un sentido tan economicista a la hora de gestionar la cultura. Bueno, en primer lugar, que se apliquen ellos el cuento. Y, en segundo lugar, que se dejen de cojoneces y de tresporcientos (vaya por Dios) en relación al PIB: tenemos un problema tecnológico gravísimo en este país, que procede de un problema formativo y de un problema empresarial (aparte del problema político inherente, claro está): la mayoría de nuestros trabajadores no saben hacer otra cosa que poner ladrillos o apretar tuercas, muy poco cualificados, y un empresariado que es de un alfabetismo tecnológico total (y a veces me pregunto si también del otro). Y los políticos y las administraciones públicas que dirigen son íntegramente analógicos, no sólo en lo material sin también -y sobre todo- en lo mental. En los tiempos que corren, esto, hablando en plata, significa que nuestras oportunidades económicas para el futuro son, para no emplear términos extremos, muy inciertas. Una de las cosas que me preguntaba hace pocos días en mi muro de Google+ era que, aún suponiéndole a Rajoy la voluntad política de acabar con un paro que afecta a cinco millones de ciudadanos, cómo iba a hacerlo: la mayoría de esos cinco millones de parados proceden del ladrillo y el ladrillo está en una situación que, con el excedente que hay, pasarán años antes de que -más allá de la obra pública, que tampoco va a andar muy boyante- se ponga uno nuevo. El esfuerzo de formación, obligatorio casi hasta el látigo, que va a tener que desempeñar el nuevo Gobierno es absolutamente ingente si quiere que a tres o cuatro años vista (a menos, va a ser difícil) un 60 o 70 por 100 de esa gente tenga alguna oportunidad; que, además, va a tener que competir con las nuevas generaciones que se incorporan almundo del trabajo y que ya no llegan con el ladrillo como referencia. Si, encima, viene el copyright a complicar las cosas, no sé qué va a pasar aquí.

Esta semana hemos sabido de la magnífica y estupenda sentencia que ha pronunciado el Juzgado de lo Mercantil nº 4 de Madrid, absolviendo a Pablo Soto y condenando en costas a sus demandantes, las majors americanas y su factótum local, Promusicae. La sentencia es magnífica y estupenda, pero la situación no. La situación idónea es que la demanda ni siquiera hubiera sido admitida a trámite porque es totalmente disparatada (como la propia sentencia viene a decir). Sin embargo, Guisasola (cabreato, cabreato) anunció inmediatamente la apelación. Y esto me inquieta. Me inquieta porque en este país la justicia es muy incierta, los jueces funcionan con mucho margen de maniobra y la seguridad jurídica es simplemente folklore para ser bailado en las facultades de Derecho, pero non plus ultra. Me aterroriza la posibilidad de que la Audiencia Provincial de Madrid vuelva por el forro la sentencia del juzgado. Y no sólo por Pablo Soto (al que le podría caer el brutal marrón de 13 millones de euros, más costas e intereses, que nos lo digan a la Asociación de Internautas) sino por el entero ámbito tecnológico español: ¿puede imaginarse lo que sucedería si un desarrollador pudiera ser represaliado por un eventual (eventual, ni siquiera realizado) uso ilegal de lo que programa? ¿Alguien escribiría una línea de código en este país?

Por otro lado, y sobre la ley Sinde: ¿es consciente el Gobierno de lo que va a pasar? ¿Sabe a qué ambiente se enfrenta si, aprobando el reglamento, la pone efectivamente en marcha? Dejando aparte las cuestiones judiciales -con trascendencia seguramente constitucional- que acabarán afectando a esa barbaridad… ¿serán capaces de afrontar el escandalazo que con toda seguridad acontecerá con todas y cada una de las páginas que se cierren? ¿Creen que podrá su mayoría absoluta aguantar el tipo frente a esa escandalera, sumada, además, a la que van a tener que afrontar por las demás medidas económicas? ¿Qué creen que va a pasar cuando dentro de dos años -que entonces ya pensarán en clave electoral nuevamente, porque cuatro años son muchos, pero acaban pasando- las encuestas pronostiquen una derrota electoral y vayan constatando un desgaste creciente? No una pérdida de la mayoría absoluta, sino una derrota electoral, ya veremos frente a quién o quiénes.

Este es el panorama al que nos enfrentamos y este es el panorama que tiene que afrontar el Gobierno que se estrena hoy. Como puede verse, este es un asunto que va mucho más allá de una rencilla entre internautas y cantachifles: afecta a las estructuras económicas más básicas y las únicas que suponen un futuro claropara este país… si sabe asmirlas, por supuesto.

El copyright es hoy, más que nunca, uno de los enemigos más encarnizados del desarrollo económico de este país y esto es algo que tienen que afrontar Rajoy y sus ministros. Frente a los coyunturales números de tales y cuales potentes empresas que viven del ocio audiovisual, está el interés del país entero. Del país entero entendido con mayúsculas: ya no estamos hablando de intereses de los ciudadanos, entendidos tales como un sector más de la sociología o de la economía, estoy hablando del entero país y de sus estructuras económicas y empresariales. Este es el desafío, difícil pero apasionante, que afronta, ya desde hoy mismo, Rajoy.

Usted mismo, señor presidente.