El ministro de Industria, Miguel Sebastián, quien, para mayor inri se perfila como el rector principal de la política económica del Gobierno, dada esa especie de depresión política que sufre Solbes, y sálvese quien pueda, ha pergeñado una serie de medidas de ahorro energético. Una de esas medidas es la reducción en un 20 por 100 de la velocidad máxima en las vías de acceso a las grandes ciudades lo que, en la práctica, supondrá pasar del máximo de 100 kilómetros por hora, habitual en ese tipo de vías, a 80.
La fórmula hace meses que se aplica en Barcelona (el pretexto, aquí, fue la contaminación) y ha convertido en un calvario -aún mayor de lo que ya era de por sí- entrar y salir de la ciudad.
Y la medida, no cabe engañarse, tanto en Barcelona como en la pretensión del ministro, tiene un fin claramente recaudatorio. 80 kilómetros por hora en autopistas (ahora mierdapistas) diseñadas para circular a altas velocidades (mucho más altas que los 120 de máximo estándar que se impuso hace treinta años también so pretexto del ahorro energético) es algo tan desesperante y tan difícil de sostener -parece que el coche no se mueva- que sólo merced a una férrea contención del conductor o al sometimiento legionario al dispositivo automático de velocidad que, afortunadamente, ya viene con el equipo básico de muchos automóviles, incluso de gama media (el mío, un «Altea», lo tiene), puede evitarse que el simple peso del pie sobre el acelerador dispare el vehículo.
La intención recaudatoria es clara. Este fin de semana, como es sabido, he ido a Segovia y lo he hecho por carretera, claro. Pues bien: entre Barcelona y Molins de Rei (diez escasos kilómetros), con limitación a 80, tres o cuatro radares fijos (tanto a la ida como a la vuelta). De Molins de Rei a Zaragoza, trescientos kilómetros -por autopista de peaje, ojo al dato-, ninguno (en sentido inverso hay uno); entre Zaragoza y Madrid por la A-2, cerca de una docena, la mitad de los cuales están entre Guadalajara y la capital. A la ida, por cierto, y dada la maravillosa señalización que acaba llevándote a que le des a Madrid tooooda la vuelta al ruedo por la M-40, seguí el consejo del GPS y tomé la R-2 -de peaje, of course– y un único radar en ella -o ninguno: no me acuerdo bien- desde su inicio, antes de Guadalajara, hasta la salida por la A-1 rumbo al túnel del Guadarrama, sector también de peaje donde tampoco había radares fijos.
Nuestra seguridad les importa tres cojones; la contaminación les importa tres cojones; el ahorro energético les importa tres cojones. Lo que realmente les importa es recaudar pasta en multas y más ahora que, con el parón de la actividad económica, los ingresos por el IVA, el IRPF y el Impuesto de Sociedades, entre muchos otros, va a suponer un frenazo en los ingresos del Estado y de las comunidades autónomas (a la mayor gloria de las que, como Cataluña y el País Vasco, tienen transferidas las competencias en materia de Tráfico) y hay que paliar el detrimento como sea. Nótese, por otra parte, cómo esa necesidad recaudatoria se hace compatible, no obstante, con el negociete privado: en las autopistas de peaje -peaje que, obviamente, percibe una concesionaria privada- el número de radares desciende hasta su práctica desaparición. Ahí sí: donde hay negocio privado -con su subsiguiente long tail de cuñados y tresporcientos- podemos matarnos tranquilamente, contaminar a saco y verter petróleo por un tubo así de gordo. No me llenes la autopista de radares -y menos si hay autovía alternativa- que me jodes el negocio, ministro, que para ir con el «Audi» a 120 clavados, me toman la A-2 y se ahorran los 40 eurazos que les arreamos entre Molins de Rei y Alfajarín (por ejemplo). O, por lo menos, se ahorran los del tramo de Molins a Fraga porque, a partir de ahí y hasta Alfajarín, la A-2 es una tortura africana de polvo, mierda, moscas y camiones, menuda vergüenza esa carreterucha inmunda y tercermundista para unir dos capitales de la envergadura de Barcelona y Zaragoza, que sólo se explica, claro, por el negociete de la AP-2 y el correspondiente cuñado. El día que desdoblen el tramo Fraga-Alfajarín, el único recurso que le quedará a la autopista de peaje para sobrevivir será… que llenen de radares la A-2.
¿Pilláis cómo funciona esa pandilla de sinvergüenzas?
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Hay cosas que resultan inoportunas, y eso es malo. Otras cosas son singularmente inoportunas, y eso es peor. Pero lo del tal Lluís Suñé Morales (interesante segundo apellido, en este contexto), ya no es cuestión de oportunidad sino de auténtica vergüenza ajena. O propia, incluso.
Este elemento es concejal en Torredembarra (Tarragona), se autoproclama independentista de izquierdas pero, en cierto modo sorprendentemente, no milita en ERC sino en ICV-EUiA, la versión cataláunica de IU. Y dado el contexto, esa militancia ya resulta mucho menos sorprendente. Lo que no salga de ahí…
Ha saltado a la palestra ese tío porque en su bitácora ha insultado brutalmente a toda una comunidad autónoma pero, además, de muy mala manera, con una mala leche reconcentrada, como para no dejar el menor resquicio al atenuante. No se le ha ocurrido nada más y nada menos que, en tono sarcástico, promover una campaña de apadrinamiento de un niño extremeño, prologando la cuestión con lo de que «un 8,7% del PIB catalán no es suficiente». Más detalles (incluyendo el cartel de la campaña), aquí.
Eso, volviendo al principio, es inoportuno siempre. Eso es singularmente inoportuno en este preciso momento. Pero yo me paso por el culo las oportunidades y las inoportunidades: lo que realmente resulta ser eso es absolutamente vergonzoso, cívicamente indignante, notoriamente injusto y humanamente despreciable. El Suñé este ha quedado perfectamente retratado como ser humano y como político y, si le quedara algo de dignidad, lo que debiera hacer inmediatamente (pero lo que se dice inmediatamente) es dimitir de su puesto de concejal y darse de baja en su formación política, cuyo índice medio habitual de ridiculeces es ya demasiado alto como para que este numerito no la dañe quizá más allá de lo que pueda soportar. Después se extrañan de que les pase lo que les pasa, y hay que ver la de personajillos que tienen ahí metidos, empezando por el Gaspar.
Por otra parte -y sin que ello pueda servir en absoluto de justificación personal para Suñé- una cosa así se veía venir desde hace tiempo porque, de alguna manera, viene constante y machaconamente inducida desde los ámbitos nacionalistas catalanes. Desde todos ellos: desde el aparente extremismo de ERC -que acaba en agua de borrajas a la que pilla cacho de poder- hasta la no menos aparente moderación de CiU, pasando por las cosas raras que brotan inopinadamente de la sucursal local de IU (como también parece que les ocurre con la versión vasca del invento). Una ominosidad así tenía que llegar tarde o temprano.
Y también dicho sin la menor pretensión de hallar en ello atenuante alguno para lo anterior, que, insisto, es indignante, vergonzoso e inexcusable, también hay una parte de culpa en algún dirigente extremeño que ha puesto a su región en el disparadero a base de decir burradas. Que Suñé se haya pasado diez mil pueblos precisamente con Extremadura y no, por simple ejemplo, con Aragón o con Andalucía, tampoco es casual. Rodríguez Ibarra ha proferido, en multitud de ocasiones, expresiones duras, rocambolescas e injustas contra Cataluña (no contra el nacionalismo: contra los catalanes) y esa línea ha sido y continúa siendo seguida por diversos dirigentes extremeños actualmente en activo. Para el nacionalismo catalán, Extremadura es la bicha, la encarnación regional de la España odiosa, pero es así porque algunos dirigentes extremeños han constituido a su propia región en blanco de esas iras.
Por lo demás, que ahora Suñé se deshaga en disculpas es inútil y tardío. El mal ya está hecho porque su subconsciente y su odio letrinesco han quedado al descubierto y eso ya no tiene vuelta de hoja. Sus excusas basadas en la ya mítica «Brunete» mediática son absurdas porque no es precisamente a la tal «Brunete» a la que ha atacado -y sí, en cambio, le ha proporcionado pasto abundante- y decir, como parece que ha dicho, que no quería herir sensibilidades y que estaba lejos de su ánimo excitar ese tipo de animadversiones, suena a cagarse sobre la herida.
Como catalán, precisamente como catalán, me siento profundamente avergonzado por el comportamiento de ese tío -que, encima, ocupa un cargo público- y sólo se me ocurre pedirles disculpas a todos extremeños en la parte que, como ciudadano que aguanta a menganos como ese, me pudiera corresponder.
Qué bochorno…
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Vía «Menéame» llego a una bitácora hasta hoy desconocida para mí, uno de cuyos artículos habla del libro de Julio Anguita «El tiempo y la memoria».
Tengo a Julio Anguita por uno de los políticos más íntegros o, mejor dicho, por uno de los pocos políticos íntegros de este país. Personalmente, veo una clara y directa relación entre la marcha de Anguita de IU y la putrefacción de ésta en esa especie de hamburguesa de gente rara -y, en muchos casos, poco o nada capaz y ahí tenemos, nuevamente, al Gaspar como ejemplo y paradigma- y de ideas incoherentes, abigarradas y más pendientes de una estúpida imagen de buen rollo que de desarrollar una línea política coherente asumiendo la parte impopular que pudiera haber en ella, que siempre es inevitable. Por eso es fácil encontrar ahí, juntos y, desgraciadamente, revueltos, a grandes mastuerzos y también a gente que sabe hacer las cosas bien; parece que en el ámbito local hay algún que otro ejemplo (no, desde luego, en Barcelona) de eficacia y de limpieza en la gestión pública, procedente de esa macedonia. Pero, en conjunto, cualquiera se fía.
No he comulgado con las ideas de Julio Anguita. No, en su globalidad, aunque algunas en concreto puedan haber contado con mi adhesión. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que Anguita era un político fiable, era un hombre perfectamente deseable como padre -entre otros, no muchos- de una eventual nueva constitución, si llegara a darse el caso, porque, aunque no se pensara como él, de su probidad sólo podrían esperarse aportaciones positivas. Ojalá, si algún día llegara a redactarse una nueva constitución, pudiéramos contar con Julio Anguita, ojalá.
Yo no sé, pongamos por caso, qué pensará don Julio sobre el canon; pero lo que le da valor -ante mí y ante muchos españoles- es que aunque él manifestara que el canon es justo y necesario yo estaría convencido de que pensaría así por propia y honrada convicción, no por sucia concesión a un lobby. No me llevaría, en absoluto, a ser partidario del canon, pero es el único político a quien reconocería sinceridad, honradez y coherencia personal en esa idea. A él y a ninguno más. Bueno, a uno más, pero no sé si éste es propia y profesionalmente un político: me refiero a José Antonio Labordeta.
Después de leer en la bitácora de Raúl Barral algunas citas del libro (o ideas que se desprenden de él, no me queda claro), me propongo comprarlo para la intensificación de la actividad lectora inherente a este verano, sobre todo porque el cortísimo -y nada lejano ni exótico- viaje que vamos a realizar (y tanto es así que aún no sabemos a dónde) nos lo planteamos como de relax, más que de propiamente turismo, de modo que en el equipaje va a haber un buen montón de libros.
Y todo eso, aparte del valor de memoria histórica que encierra el personaje. Conviene no olvidar que, aunque en la política local (era alcalde de Córdoba), fue un personaje importante en la transición y en los primeros balbuceos de esto de ahora, lo que, añadido a su trayectoria en época franquista -que creo que es un poco peculiar, hasta donde sé de ella- lo convierten en una buena referencia en la visión de aquella época.
Lo voy a leer con atención y no es improbable que, a la vuelta, hable de este libro. Soy de los que piensa que no andamos tan sobrados -en absoluto- como para tener a Anguita en el dique seco mientras tanto canalla y tanto hijo de la gran puta están haciendo de este país una cochiquera apestosa.
Una verdadera lástima.
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Bueno, queridos todos, nos hemos cepillado el mes de julio y entramos en el mes vacacional por excelencia. No tan por excelencia como antes, parece que vamos diversificando, pero sigue siendo el mes más característico del descanso anual. No por mi parte, por cierto, que no empezaré hasta mediados de mes; y no por parte de «El Incordio» y, obviamente, de la paella de cada jueves que, salvo incidencias imprevistas, continuarán en marcha durante todo agosto.
O sea que aquí estará la paella el próximo jueves día 7, a disposición de todos los que permanezcáis en casa o en el trabajo o de los que tengan la moral alcoyana (¿tendré un bravo tan chalao?) de buscar, allá donde esté de vacaciones, un ordenata conectado a la red sólo para leer mis cagamentos.
Ojo con la carretera los que cojáis volante. Dejando aparte las imbecilidades viarias del sistema, es verdad que es una actividad de riesgo que hay que sobrellevar con respeto, así que ya sabéis: mucho descanso la noche anterior, nada de priva (eso al llegar, que sabe a gloria), ánimo sereno y relajado, vigilancia tensa, aire acondicionado, agüita fresca, música, alegría familiar y el reloj en el bolsillo trasero, que, sentado, no lo ves. A la vuelta os quiero aquí a todos a toque de diana, no jodáis ¿eh?
Y a los que, por una razón u otra, permanecéis en casa, pues nada, nos haremos compañía unos a otros.
Feliz descanso a todos.