Educación de tiempo libre

De la serie: Pequeños bocaditos

Hace ya muchos años que estoy jubilado del mundo de la educación de tiempo libre infantil y juvenil. En un campamento de verano del año en que cumplí los 30, un chavalín me trató de usted (porque, aunque alguien pueda sorprenderse, hubo épocas en que los chavales tendían al respeto hacia sus mayores) y, comprendiendo que ya me veía más como papá que como el hermano mayor, puse punto final a esa etapa. Durante un tiempo, me dediqué a la formación de aspirantes a las dos titulaciones obrantes en Catalunya (monitor y director) hasta que, finalmente, también esto dejé, aunque no por razón de edad sino por otras causas que no son del caso. Pero, de cuando en cuando -muy esporádicamente, por supuesto-, aún hago algunos pinitos y doy alguna charla en algún curso o imparto alguna materia, sobre todo la de Tecnología, que se ha incorporado recientemente a los programas de estudio de ambas especialidades. Este próximo mes de noviembre tengo una de esas sesiones, por cierto.

Recuerdo que, a partir de mediados de los 80, con nuestro ingreso en lo que ahora es la UE, se puso en primer plano el tema de la profesionalización de la educación de tiempo libre -tanto la infantil y juvenil como la de adultos, ramas distintas pero de problemáticas paralelas- y por aquel entonces se hablaba de su necesidad y de la búsqueda de un ámbito específico y propio (¿os suena eso, ingenieros y licenciados informáticos?) y, en estas, nos quejábamos de lo que considerábamos una suerte de intrusismo profesional por parte de los centros de enseñanza convencionales cuando organizaban colonias, campamentos y, en fin, diversas actividades de lo que, en puridad, pertenecía al ámbito de la educación de tiempo libre.

Ganó la enseñanza convencional, como es notorio, entre otras cosas porque la política en este país, además de asquerosa, marrullera y cutre, es poco imaginativa, y hasta lo más obvio requiere un esfuerzo brutal para verse ubicado en su lugar natural, con lo que, a falta de un colectivo organizado y con cierta capacidad de lobbing, la enseñanza escolar -impulsada sobre todo por la privada, que vio ahí nicho de negociete- se llevó el gato al agua.

Por lo demás, el abandono paulatino -hasta llegar a lo prácticamente total- de las actividades educativas de tiempo libre más allá del papel guardería en verano y otras épocas vacacionales (y el abandono prácticamente masivo de las actividades de aire libre) han llevado a una decadencia (siempre salvadas las inevitables y honrosas excepciones) del entorno y la anhelada profesionalización ha devenido una suerte de mercenarización.

¿Por qué utilizo este término tan despectivo? Porque el papel del monitor ha quedado reducido, en la práctica, al de un técnico auxiliar o incluso al de un recurso más o menos necesario -por imperativo legal- pero secundario. En las casas de colonias hay monitores de plantilla (porque lo de la plantilla es un decir), pero, en la mayoría de las ocasiones, intervienen en actividades de procedencia escolar en las que el diseño educativo de las mismas corresponde enteramente a los profesores del centro. Por no hablar de los espantosamente denominados monitores de comedor, el más bajo estrato funcional de la cosa y que, según sospecho, constituyen el target laboral de un número sustancial (no osaré decir que mayoritario) de aspirantes a la titulación. Sobre todo (y ahí casi que sí me atrevería a hablar de mayorías) en los cursos que se realizan para adultos.

Quedan, por supuesto, movimientos juveniles en los que el monitor y el director de actividades de tiempo libre infantil y juvenil ejercen el papel que les es propio por naturaleza, en los que, además, se mantene aún la gloria del voluntariado, la vocación pura y simple, y quedan algunas actividades de guardería -las promovidas por las APA’s, principalmente porque los profesores del centro escolar no quieren saber nada- en las que los dirigentes específicos mantienen también su papel, aunque subordinados a las necesidades del promotor y, desde luego, sin el ideario y el proyecto educativo de un movimiento juvenil que sirva de guión al conjunto de la actividad. Bien, como en tantas otras cosas, el signo de los tiempos es el que es y la nostalgia no sólo es inoperante sino contraproducente. No todo, a fin de cuentas, ha ido a peor: la televisión, que otrora constituyó el más oprobioso enemigo de la educación de tiempo libre, se ve hoy lenta y paulatina pero ciertamente relegada en favor de la playesteichon que, con todos sus posibles defectos, es, cuando menos, interactiva; y, gracias a Internet, colaborativa. No han vuelto los tiempos gloriosos de grandes campamentos y largas marchas, es verdad, pero parece que, aunque lentamente, se va consiguiendo reducir la televisión al puro y simple vertedero de marujas, que es su lugar. Con permiso del fútbol, claro está.

Me vienen todas estas reflexiones cuando leo el serial por entregas con que el conseller Maragall está crackeando a la entera educación catalana entre semanas blancas, Edus1x1 y, como colofón, el boicot a las colonias que, como protesta a la supresión de la jornada intensiva en junio, están llevando a cabo los profesores de un centenar de centros y que, según parece, se está extendiendo como un reguero de pólvora.

Hace un cuarto de siglo, algunos nos hubiéramos reído mucho.

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Comentarios

  • Jorge Vázquez  El 22/09/2010 a las .

    Me alegro de caer casualmente en este blog. He de decir que, a mis 20 años, soy uno de esos pocos monitores «de antes» que queda.

    Todo tiene un precio, la vocación… ¿qué es eso?

    Y, en general, la posibilidad de actividades que teníamos antes (y no hace tanto) se ve limitada por una larga relación de artículos que normalizan el tiempo libre y no hacen sino potenciar este mercado.

    Sí, ya es un mercado… Las titulaciones se pagan (se compran) y la experiencia ya no es un grado, es solo un gradillo. Una pena, mis hijos no podrán hacer lo que hice yo de joven… Pero podrán comprarse un título de monitor para ir en autobús y encargarse de que los niños coman.