Ideas de bombero

De la serie: Correo ordinario

¿Es nociva una granjita? (En Catalunya, llamamos granja -en la acepción que interesa aquí y ahora- a una evolución de la lechería hacia un bar, generalmente pequeño, orientado a servir desayunos y meriendas). ¿Es de temer que cinco o seis chavales de quince o dieciséis años se reúnan en un establecimiento así para comentar la última prueba del campeonato de Fórmula 1?

¿Es nocivo un banco del parque? ¿Es preocupante que unas cuantas chavalas de la misma edad que los anteriores se reúnan en ese banco para discutir cómo van a realizar la actuación de Navidad en el cole?

Pues depende. En principio, no, y menos si se usan con estas finalidades. Pero claro, también puede ocurrir que los chicos de la granjita se reúnan para maquinar la agresión a un travesti o la violación a una inmigrante, y entonces la cosa ya no resultaría tan inofensiva. Y las chicas del ejemplo siguiente podrían estar tramando el hurto de productos de cosmética en un supermercado mientras fuman porros a todo pasto, con lo que la cosa dejaría de tener gracia.

¿Solucionaría estos problemas (tanto en grado de realidad, como en el de probabilidad o en el de simple posibilidad) el hecho de que se les exigiera el DNI para entrar en la granjita o sentarse en el banco y/o, además, un permiso paterno para ello? Aún imaginando que se les llegara a prohibir la entrada en la granjita o que se sentaran en el banco… ¿quedaría con ello eliminada toda posibilidad de que los chicos tramasen la agresión y las chicas el hurto? No ¿verdad? Pues el PP cree que sí. El PP cree que en las granjitas y en los bancos de parque virtuales puede exigirse permiso paterno a los menores de edad y cree, además, que esta medida solucionaria las agresiones y los problemas -o buena parte de los mismos- que los chicos y, de rebote, sus padres, sufren en la red.

Naturalmente, toda la red, incluyendo aquellos ámbitos de la misma que son ideológicamente próximos al Partido Popular, han calificado la idea de poco menos que de imbecilidad supina, poniendo de relieve que los políticos del PP, como la inmensa mayoría de los demás políticos, son unos perfectos analfabetos tecnológicos. Entre otras cosas, porque esa idea es casi imposible de llevar a la práctica, y aún se podría suprimir el casi.

Personalmente estoy de acuerdo en lo del analfabetismo tecnológico -¡tantas veces lo habré dicho yo mismo!- pero me parece que los tiros no van por ahí, me parece que la cosa es aún peor. Porque al analfabetismo tecnológico se añade el oportunismo político, el más asqueroso de todos.

Lo que ocurre es que se constata una creciente preocupación en el colectivo de padres sobre los riesgos que sus hijos corren en Internet -tanto es así que, a principios de año, la propia Asociación de Internautas dedicó una campaña específica a este tema- y algún listo del partido ha visto en esa preocupación una buena mina de votos o de opiniones favorables en las encuestas (llega un momento en que ya no se puede saber qué es lo que valoran más esos tíos). A partir de ahí, el analfabetismo tecnológico ha hecho el resto. ¿Esto es lo que preocupa a los padres? Pues hala, prohibiciones al canto, represión a saco y verás qué contentos se ponen. Como todos los políticos de esta triste época -triste en lo político, valga la redundancia, y en lo social- todo lo solucionan con la máquina de prohibir, con un código penal de tamaño enciclopédico, con un guardia civil pegado a cada ciudadano (dos guardias, si el ciudadano lleva portátil), con millones y más millones de despilfarro en carpintería de la de ponerle puertas al campo.

Cuando un político de fuste, de los buenos, detecta ese estado de preocupación en los padres de nuestros menores, se le podrían ocurrir una serie de medidas efectivas y útiles, de las que enuncio algunas a título de simple ejemplo sin propósito exhaustivo: programas de formación (no de propaganda) para los chavales, preferiblemente dentro del ámbito escolar; provisión de fondos públicos de apoyo económico, material y técnico a las APAs y federaciones de APAs para el desarrollo de programas de formación tecnológica sobre la red dirigidos a los padres; desarrollo de plataformas presenciales y virtuales de asesoría y auxilio formativo, informativo y técnico para uso de los padres y de los chicos… y así hasta donde alcance una imaginación sólidamente amueblada, éticamente guiada y tecnológicamente formada siquiera a nivel de mínimos.

El problema, claro está, es que carecemos de políticos de fuste; aún al contrario, en mi vida había visto un colectivo de políticos tan intelectualmente deprimente, y eso que viví el franquismo hasta los veinte años. En lo único que se parecen los actuales a todos los anteriores es en la falta de vergüenza y de moralidad (salvadas, es de rigor, las tan inevitables como escasas excepciones).

Lo que sí tiene importancia de esta concreta estupidez pepera es su valor como señal: esto constituye todo un acuse de recibo de la clase política en el sentido de que conoce el problema (vamos, conocer en el sentido de «saber de su existencia» y poco más), de que éste ha llegado a sus altísimos y endiosados niveles. Lo cual quiere decir que próximamente son de esperar estupideces parecidas por parte de los demás partidos, con el problemático agravante de que uno de esos demás es el que gobierna, así que más vale que vayamos atando bien fuerte los machos.

De todos modos, hay que ir con cuidado con esta situación. La preocupación de los padres es razonable, justa, tiene motivos. La alarma, en cambio, no, porque los peligros ni son habitualmente tantos ni, en todo caso, tan insoslayables como le están vendiendo a la gente. Y el paso de la preocupación a la alarma se franquea mediante un puente llamado ignorancia, palabra que no empleo ahora de manera peyorativa, pero cuyo significado, cuya realidad, no es menos perjudicial. Si esa ignorancia, en vez de ser paliada, resulta incentivada, vamos mal. Hay que tener en cuenta, además, que los peligros de la red de cara a los chavales -que, como he venido a decir, son ciertos, existen- han sido muy exagerados con propósitos aviesos: hay muchísima gente con poder deseando locamente meterle mano a la red, controlarla o, cuando menos, limitarla, ponerle fronteras (sus fronteras, por supuesto) y una forma de lograrlo o, cuando menos, de poder intentarlo, es sobredimensionando el peligro y llevando a la población desconocedora de la realidad por falta de cultura para asimilarla, a la alarma. Es algo muy parecido a la que están liando ahora con lo de la gripe tocina hasta el punto de que la Organización Médica Colegial ha venido a exigir templanza de modo muy duro y la propia ministra de Sanidad ha tenido que agachar la testuz y envainársela.

Tenemos, pues, que extremar la vigilancia y marcar severamente a la gente esta. En su afán por controlar o, cuando menos, capitidisminuir la red, los politicastros en el machito no cejan en la búsqueda de brecha y podrían encontrarla en los padres de familia si logran hacerles entrar en pánico. Nuestro trabajo va a ser, además de este marcaje, poner todos los medios de que dispongamos a fin de extender el conocimiento sobre la red, de fijar los riesgos en sus exactas proporciones, de ofrecer armas para minimizarlos y alejar, con todo ello, esa saludable preocupación -que debe mantenerse, siempre que permanezca dentro de parámetros racionales- de los estados de alarma que hacen el caldo gordo a ciertos elementos que, ellos sí, son bastante tóxicos.

A ello iremos.

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