Across the Universe

Se celebró anteayer el 50º aniversario del lanzamiento del Explorer 1. No, no fue el protonavegador de Micro$oft sino el primer satélite artificial norteamericano, una chapucilla que tuvieron que montar deprisa y corriendo, absolutamente aterrorizados ante los bip-bip del Sputnik soviético. Tom Wolfe, en su inconmensurable «Lo que hay que tener» («The right stuff», su título original) describe en unas líneas, apenas una pocas páginas, que constituyen una obra maestra del sarcasmo, ese terror norteamericano, que ya se veía blanco de bombas atómicas lanzadas por jinetes estelares rojos sobre el fundo patriarcal de los Estados Unidos, ya se sabe, In God be trust y todo eso…

No fue para tanto, como es notorio, y los Sputnik apenas pudieron hacer poco más que emitir bip-bip sobre los receptores de los sobrecogidos yanquis, todo para que, al final, la carrera hacia la Luna (que no fue tanto como la carrera espacial que comúnmente se pretende) la ganaran los norteamericanos al son de «Stars and the Stripes» y venga De Souza, que fue algo así como El Fary de los Marines USA.

Pero estas fechas contienen más efemérides: por estos días se cumple el primer medio siglo del nacimiento de la NASA (en realidad una evolución de la más antigua NACA) y los 45 años de la creación de la Red del Espacio Profundo, esa malla de antenas que rastrean los confines del espacio, bien entendidos como aquellos a los que podemos llegar con nuestros artilugios, que no parece que vayan a ser los reales… si es que existe cosa parecida a un límite en el universo.

También se cumplen estos días los 40 años de la grabación de una de las más hermosas canciones de los Beatles, «Across the Universe», con lo que, aprovechando tan felices coincidencias, la NASA va a enviar esta canción en formato MP3 nada menos que a la Estrella Polar, situada a más de 400 años luz del terrenito este nuestro.

Me parece una idea… bonita. Los americanos para estas cosas se pintan solos, nunca temen al ridículo -es cosa de la costumbre: véanse sus telefilms de interés humano– y cuando la aciertan, más o menos por casualidad o por la fuerza de la ley estadística de probabilidades, queda algo prestoso. Realmente, lanzar una canción a la Estrella Polar es una idea verdaderamente elegante. Y poética, a fuerza de inútil, porque las posibilidades de que alguien capaz de escucharla llegue a oirla son tan nimias que sus posibilidades, en términos porcentuales, constituyen una larga e inacabable retahíla de ceros que sigue a una coma precedida, a su vez, de otro cero.

Por supuesto, para realizar el invento la NASA ha tenido que pedir permiso a Dios y a su padre o, más modestamente, a Paul McCartney, Yoko Ono (heredera de Johnn Lennon, autor, junto con Paul, de la cosa) y a dos discográficas. No fuera a ser que la primera canción terrestre -por si las hubiera de otro sitio- que viaja más allá (¡y tanto más allá!) del sistema solar, sea pirata. ¡Válgannos todos los santos!!

O sea que si algún día un marciano llega a trincar la emisión y se le ocurre ejecutar el archivo así, por las buenas, al muy ladrón, igual se da de bruces con seis abogados de la RIAA que estén hibernados y encriptados entre los bits del archivo.

O lo que es aún peor: con el careto del Teddy Bautista.

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